La nafta, el fósforo y la bendición al fuego
Se da una conjunción potencialmente destructiva: la deriva económica del presidente actual, Mauricio Macri, y la desesperación judicial de la presidenta anterior, Cristina Fernández.
En estos días, lo único bueno para el Gobierno es la caída del último velo que cubría la descomunal corrupción kirchnerista, mientras que lo único bueno para el kirchnerismo es el fracaso del Gobierno para cumplir las metas sociales y económicas que había prometido.
Macri erró el diagnóstico inicial y los posteriores, y muestra una pasmosa incapacidad de implementar políticas que no sean monetarias. El resultado es una economía famélica, que sólo exhibe crecimiento en la pobreza y en los precios, mientras se derrumban amplios sectores de clase media y otros pasan de la clase baja a la pobreza total.
En la vereda del frente, el terremoto judicial hace tambalear estatuas de Néstor Kirchner, mientras un torrente de evidencias desborda el muro de silencio empresarial y hunde la imagen de su viuda.
La bitácora de los sobornos, las confesiones sollozantes de Norberto Oyarbide y las descripciones lapidarias de arrepentidos como Claudio Uberti y Carlos Wagner hacen naufragar a Cristina, porque la contundencia de las pruebas, confesiones y testimonios sólo puede ser negada por los adherentes más atados a sus pasiones políticas que a la verdad y a la realidad. Ergo, el liderazgo de Cristina Fernández no puede más que reducirse a la secta de clase media que, entre su creencia y la evidencia, elige su creencia.
Escenario
Aunque numerosa, e incluso sumando los votos de clase baja que la elegirían por las ayudas sociales recibidas (no por creerla honesta o una perseguida), su posibilidad de volver a la presidencia se diluye.
Es posible que hasta la feligresía de clase media se reduzca ante la evidencia de que la mentada revolución no era otra cosa que un indecente capitalismo de amigos o, mejor dicho, capitalismo de “entongados”.
Por ese motivo, Cristina Fernández pasó de desear con fervor la caída de Macri a necesitar con desesperación que caiga el Gobierno entero. Y eso podría ocurrir si se produce un estallido social.
Su esperanza es alimentada por la ineptitud de Macri para implementar políticas que puedan detener el traslado de tarifazos a precios. El octanaje que estallaría en llamas es altísimo, porque el Presidente incumplió sus metas de inflación y pobreza, además de incumplir promesas como la eliminación del Impuesto a las Ganancias sobre salarios y jubilaciones, y no detener la baja en retenciones, entre otras.
El combustible social también tiene elevado octanaje porque el Papa está diciendo que Argentina padece una “dictadura”. Ante sindicalistas, Francisco comparó a la administración Macri con el régimen de la “revolución libertadora” y con la última dictadura militar.
El régimen que comenzó en 1955 surgió de un golpe sangriento y fusiló a enemigos, mientras que la última dictadura fue la más cruel y exterminadora. Sólo delirando, o por estar obligado a ser funcional a las necesidades de Cristina, el Papa puede estar actuando como lo está haciendo.
La Iglesia que no llamó “dictadura” a las dictaduras militares, incluida la más criminal de la historia, usa esa palabra para un gobierno institucional.
Lo que el Papa no dice de Nicolás Maduro y de Daniel Ortega, lo dice de Macri. El discurso que lanzó el kirchnerismo no bien Cristina dejó la presidencia, resumido en la consigna “Macri, basura, vos sos la dictadura”, ahora es enarbolado por Francisco.
El Papa se hizo eco del relato según el cual hay dictaduras neoliberales que persiguen a luchadores sociales y líderes que defienden intereses populares. Así, pone en el mismo estante de Lula a Milagro Sala, Fernando Esteche, Julio De Vido, Amado Boudou y muchos otros de una lista que podría incluir a Cristina.
Que los papistas Eduardo Valdez y Juan Grabois la hayan acompañado a declarar en Tribunales sólo puede leerse como un mensaje de Francisco a la Justicia. El mensaje dice: “No toquen a Cristina”.
Sabe bien Jorge Bergoglio que, desde Tomás de Aquino en adelante, la rebelión popular contra un tirano tiene “legitimidad divina”, aunque la Iglesia casi nunca la haya azuzado contra monarquías absolutistas ni brutales dictadores, como el catoliquísimo Francisco Franco, que la protegieron y la hicieron parte del poder.
Consciente o no, el Papa está bendiciendo el fósforo que Cristina busca lanzar sobre el combustible social que derrama la deriva económica de Macri.
LA IGLESIA QUE NO LLAMÓ “DICTADURA” A LAS DICTADURAS MILITARES USA ESA PALABRA PARA UN GOBIERNO INSTITUCIONAL.
* Periodista y politólogo