Díaz Gavier: “Los militares no mataban directamente a los curas”
“De tan católicos que eran, los militares de la dictadura no se permitían matar directamente a curas y sacerdotes, sino que los hacían matar”.
El juez Jaime Díaz Gavier formó parte del Tribunal federal que en el año 2012 juzgó los crímenes de los sacerdotes Gabriel Longueville (francés) y Carlos de Dios Murias (cordobés), hoy beatos, discípulos de Angelelli y quienes compartían su tarea pastoral en La Rioja.
De acuerdo con el razonamiento de esas palabras, el fallo de aquel juicio, pronunciado en diciembre de 2012, expresó: “La absoluta convicción de que habían mandado a la banda liderada por Aníbal Gordon”.
“Quedó acreditada la presencia en esos días por Chamical (a cinco kilómetros de allí asesinaron a los curas) y en la zona de esta gente extraña. Indudablemente, actuaban bajo la protección represiva estatal”, señala el magistrado.
Gordon es un tristemente recordado criminal que, como sicario de la dictadura, comandó una patota paramilitar. Antes había sido jefe de la Triple A.
El fallo de aquel tribunal –que presidió Camilo García Uriburu– dejó expuestos los hechos que luego abonarían la sentencia del juicio por el crimen de monseñor Angelelli.
“Necesariamente, se habló de la actuación de Angelelli como conductor del movimiento de interpretación del Evangelio que él predicaba y sus conflictos con la jerarquía eclesiástica, concretamente con el arzobispo Raúl Primatesta. Tuvimos a la vista cartas desesperadas que él mand a b a y que no tuvieron respuestas. La actuación de la jerarquía eclesiástica durante la dictadura no fue sólo de connivencia, sino de complicidad”, sostiene el magistrado
Díaz Gavier ha presidido el Tribunal Federal Número 1 durante la megacausa La Perla, en la que fueron condenados a prisión perpetua 28 represores, incluido Luciano Benjamín Menéndez, y otros juicios, como el que en 2010 condenó a prisión perpetua a Jorge Rafael Videla.
“Por mi convicción personal y en mi condición de católico, creo que Angelelli era un santo, que interpretó el Evangelio como Cristo lo había predicado”, afirma el juez.
“Hoy venimos a rezar por nuestro hermano Angelelli, era un hombre de amor, de gracia, y de reconocimiento con el pueblo (...). Era un enamorado del pueblo”. Las palabras en misa íntima con un grupo de jesuitas las dice el actor Rodrigo de la Serna, en la piel de un joven Jorge Bergoglio, entonces Provincial de la Orden.
Sucede en la producción Llámame Francisco, un relato biográfico autorizado por el propio Papa que así eligió contar su vida, su paso por la Iglesia y su posición frente a los momentos argentinos hasta despuntado el siglo 21. Hay un especial momento dedicado a la figura del cordobés Enrique Angelelli, y al dolor de Bergoglio por su muerte.
Esa muerte, su brutal asesinato a manos de sicarios de la dictadura, y el eco de su espíritu y su obra como obispo de la Rioja, y aun antes, regresan siempre con los días de agosto.
Fue hace 42 años, el 4 de agosto de 1976, que un manotazo lo sacó del camino.
Pero esta vez es diferente: su martirio y el de los sacerdotes Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias, más el del laico Wenceslao Pedernera, fueron reconocidos por El Vaticano que hoy encabeza aquel Bergoglio. Así, quedó confirmada la beatificación, que se concretará en fecha próxima.
Murias, otro de los beatos, también es cordobés: nació en San Carlos Minas en 1945. Y estos procesos quedarán en la historia, por encima ya de de las miradas de aquellos años y también de las de hoy.
Odio a la fe
“Martirio en odio de la fe”, tal la categoría reconocida por el Vaticano. “El martirio es la entrega de la vida como el máximo don. En cuanto al odio a la fe, subordinar el Evangelio a la doctrina de la seguridad nacional es una herejía. El odio no es a la persona; es el cora- zón del que provoca la muerte el que está viciado”, señala Marcelo Colombo, hasta hace pocas semanas obispo de La Rioja y quien llevó adelante la propuesta.
Para establecer esa categoría fue necesario el fallo de la Justicia Federal, que en julio de 2014, al cabo de un juicio realizado en la Rioja, estableció la existencia del asesinato y condenó a responsables mediatos, entre ellos a Luciano Benjamín Menéndez, entonces comandante del Tercer Cuerpo de Ejército.
A partir de ahí comenzó el proceso de beatificación a pedido de Colombo (recientemente trasladado a Mendoza). “Obtuvimos de parte de la Santa Sede la autorización para comenzar la instrucción. El papa Francisco me alentó a comenzar cuanto antes”, cuenta.
Sobre lo sucedido aquel 4 de agosto, el Tribunal dio por cierto que “la maniobra brusca que ocasionó el vuelco del vehículo que conducía monseñor Angelelli y que desencadenó la muerte del obispo (...) se produjo por la intervención voluntaria e intencional del conductor no identificado de un vehículo color claro, presumiblemente Peugeot 404, que se interpuso en la marcha”. El fallo dio por tierra la versión primera de accidente, que comunicó oficialmente la dictadura y que asumió incluso la Iglesia argentina.
Pocos días antes, el 18 de julio de 1976, Murias y Longueville fueron secuestrados de la casa de unas religiosa, luego torturados y asesinados a cinco kilómetros de Chamical.
“El motivo por el que los mataron era el mismo: la expresión de una Iglesia testigo de Cristo. Ellos, así como el laico Pedernera (asesinado el 25 de junio de 1976 frente a su familia, en Soñogasta), estaban identificados con la pastoral de Angelelli”, sostiene Colombo
“¿Qué tienen que ver los curas Murias y Longueville con los que ponen bombas? Absolutamente nada. Los mataron por predicar el Evangelio como corresponde y no por andar confundiendo como quisiera el demonio”. Esa es la afirmación, por su parte, del personaje de Bergoglio en Llámame