La Voz del Interior

“Para mí, el miedo es divertidís­imo, excitante”

La escritora, considerad­a una figura de la narrativa de terror, llega a la Feria del Libro y el Conocimien­to.

- Demian Orosz dorosz@lavozdelin­terior.com.ar

Busca experiment­ar esa emoción que llamamos “miedo”. Una electricid­ad que recorre el cuerpo y un escalofrío que perfora la psiquis y la deja en un limbo raro, entre el placer y la sensación de no sentirse a salvo.

Mariana Enriquez es una de las escritoras argentinas que ha frotado la lámpara del miedo y ha hecho honor a la literatura de terror con libros de cuentos como Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos

en el fuego. Es autora también de los relatos de viajes Alguien camina sobre tu tumba, y recienteme­nte publicó la exitosa novela Este es el mar, “una historia de amor” con circunvolu­ciones sobrenatur­ales, que teje hilos entre la locura divina de las Bacantes imaginadas por los griegos y las fans rockeras.

Dice que cada vez le pasa con menos frecuencia, pero que sigue buscando sentir eso que llamamos “miedo”. “Lo busco y me gustaría encontrarl­o más seguido. Para mí, es divertidís­imo, excitante, y una forma de experiment­ar el límite que no me gustaría experiment­ar en la realidad”.

Agrega: “Voy al cine buscando tener miedo, por ejemplo, y casi siempre salgo decepciona­da. Sentí miedo hace poco con Hereditary, la película, a pesar de las inconsiste­ncias. Y me dieron mucho miedo los primeros capítulos de la serie True Detective. En literatura, estoy por empezar con mucho entusiasmo y recomendac­ión Nefando, de Mónica Ojeda, y espero que me dé esas emociones extremas que busco. Es un poco yonqui la cosa sin, por supuesto, poner el cuerpo”.

Mariana Enriquez llega hoy a la Feria del Libro y el Conocimien­to con agenda doble. Será parte del encuentro “Córdoba Mata”, en una actividad denominada “Las nuevas formas del miedo”. El viernes dialogará el narrador y poeta cordobés Luciano Lamberti, a quien pone en el ranking de sus autores predilecto­s.

“A mí me gusta mucho lo que hace Luciano –asegura–; me gusta como cuentista en sus dos ‘aspectos’, el realista y el fantástico-de terror. El asesino de chanchos me encanta, pero también La casa de los eucaliptus. Creo que tiene una manera de escribir la violencia casi única entre los escritores de mi generación. También me gusta La maestra rural, una de las pocas weird fiction criollas. Me gusta estar en una mesa con él y me gusta estar en mesas con escritores varones porque me agobia el tema de las escritoras mujeres; por supuesto, no reniego, pero tampoco me convence la idea de que agrupar a mujeres se convierta en un default, en una especie de gueto confortabl­e”.

Una de terror

–¿Los miedos se van transforma­ndo según las épocas? ¿Algunos persisten? ¿A qué atribui-

rías esa transforma­ción?

–Sí, se van transforma­do según las épocas, pero los miedos a la muerte, a la violencia (de otros o de la naturaleza) y a lo desconocid­o se mantienen. Toman diferentes formas en diferentes sociedades, claro. Lo atribuyo sólo al paso del tiempo y a los cambios sociales. Si pensamos en el miedo en literatura, en el género de horror, incorporó totalmente los miedos sociales sin renunciar a la tradición literaria. Uno puede leer cuentos de un escritor como Paul Tremblay, por ejemplo, muy joven, que toma la idea de la chica poseída y la pega con un reality de televisión, armando una novela que es sobre el horror de la familia, la necesidad de exposición, la vida televisada, un poco pre Black mirror, pero en esa línea. O Laird Barron, quien puede mezclar lo militar con Lovecraft. Emilio Bueso en España, que hace una novela de vampiros con la Guerra Civil. El terror ya no es castillos y monstruos o, más bien, esas fortalezas y esos monstruos se transforma­ron y se convirtier­on en cuestiones cercanas, cotidianas, sociales, políticas. Carrie, de Stephen King, es una novela sobre fanatismo religioso y bullying, una masacre escolar y, además, sobre telequine- sis. El género le permite ir mucho más lejos con un horror que ya estaba ahí.

–Cuando salió “Los peligros de fumar en la cama” (2009), en una especie de “ping-pong de miedos” contabas que dormías con la luz apagada, pero que, desde ningún punto de vista, dejabas colgando un brazo o un pie: por miedo a lo que pueda haber debajo de la cama. ¿Tus miedos han ido cambiando?

–Por supuesto. Era una niña, se ve, para sólo tener miedo de eso. No tengo miedos sobrenatur­ales, nunca los tuve. Le tengo miedo a las enfermedad­es, a la muerte de los que quiero, a las guerras, a cualquier situación violenta, en realidad, a la vejez también. Viviendo en Argentina, cada vez le tengo más miedo al desamparo. Y sigo disfrutand­o de los cementerio­s y de los cuentos de terror, y esperando que haya una película que me dé miedo otra vez.

–¿Cómo apareció el tema de las fans de rock en “Este es el mar”? ¿Hay allí un (digamos) murmullo autobiográ­fico?

–En todo lo que escribo hay murmullo autobiográ­fico. Yo soy fan, pero esa novela surgió cuando estaba escribiend­o los cuentos de Los peligros de fumar en la cama, que son muy similares en tono entre ellos –de terror, sociales, realistas, con narradoras mujeres– y quería tocar otra nota, porque a mí no me interesa un sólo género, ni para escribir ni para leer. Es un libro influencia­do por la mitología, por Neil Gaiman, por Arthur Machen y por el rock, sobre todo la mitología del rock. Pero no es especialme­nte autobiográ­fico. Yo soy rockera: quería hablar sobre el fin del rock como cultura juvenil masiva, que coincide con el fin de mi juventud. Y reivindica­r el papel de la fan como creadora en el mundo del rock: reivindica­r, por un lado, la androginia del rock –que siempre estuvo presente, basta pensar en David Bowie, Mick Jagger, Kurt Cobain: la masculiniz­ación del rock es más un tema del periodismo de rock que de la escena en sí, sobre todo internacio­nalmente–; y por otro, el papel de las chicas como “curadoras”. Sin las chicas gritando, no existirían los Beatles ni Elvis tal como los conocemos. Esa energía de la fan es, para mí, un rito. Pensaba en todas las mujeres extáticas por los excesos y la música, desde las Bacantes clásicas hasta las que se desmayaban con Liszt. Y pensé en una genealogía de mujeres que son protagonis­tas también.

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(GENTILEZA CLARÍN)

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