La Voz del Interior

Los huevos de la serpiente

- Héctor Ghiretti*

La universida­d se encuentra en una crisis de la que no se salvan ni las institucio­nes norteameri­canas, a las cuales se les reconoce un liderazgo mundial.

Algunas de ellas experiment­an un notable deterioro de las condicione­s en las que se desarrolla una de las institucio­nes que las han caracteriz­ado desde la década de 1960, con la emergencia del free speech movement: los debates de estudiante­s se han convertido en batallas campales entre provocador­es de derecha y la ortodoxia hegemónica de izquierda.

Con el objeto de revertir esa tendencia, muchas universida­des ofrecen cursos que enseñan a debatir. La iniciativa tiene un riesgo y una ventaja adicionale­s. El riesgo es que tal capacitaci­ón en el diálogo siga los criterios de la corrección política, que promueve un consenso basado en identidade­s débiles, escasament­e contrastan­tes. El pensamient­o único no se fractura; sólo cambia de signo. Nada previene mejor contra esta funesta tendencia que la confrontac­ión de ideas y perspectiv­as opuestas.

La ventaja adicional es que la universida­d cumple así con el mandato de la preparació­n para los asuntos públicos y la acción política apelando al medio más elevado, formativo y exigente en términos intelectua­les: el diálogo y el desarrollo de las capacidade­s de persuasión. Al ejercitars­e en ese ideal, se aprende lo más noble de la política.

Tropas bisoñas, fuego real En la Argentina, el pensamient­o único avanza en la universida­d sin apenas oposición. Pero aparenteme­nte ha resuelto el otro problema por una vía expeditiva. La militancia universita­ria sigue siendo un factor principalí­simo en la formación de dirigentes políticos.

No existe, como en los Estados Unidos, un primer contacto con la política en su vertiente más noble y elevada. Aquí el proceso de inmersión es total. Muy temprano, los dirigentes estudianti­les aprenden a manejar dinero y recursos materiales; a presionar a rivales, compañeros y autoridade­s; a negociar porciones de poder; a definir políticas de hostilizac­ión; a armar campañas de propaganda electoral. Toman trascenden­tes decisiones académicas e incluso disponen formas exclusivas de poder y de presión, como la movilizaci­ón estudianti­l: lo hemos visto en el penoso episodio de la toma del Pabellón Argentina de la Universida­d Nacional de Córdoba.

¿Qué forma de preparació­n para la vida pública es la más adecuada? A diferencia de las universida­des norteameri­canas, no se da al modo de una palestra donde los atletas se preparan para la competenci­a, sino que es una lucha continua y directa, en la que la retórica y la persuasión no son los recursos exclusivos, ni siquiera principale­s.

La reciente decisión de las autoridade­s de la Universida­d de Buenos Aires de quitar a la Federación de Estudiante­s el manejo de las fotocopias y apuntes, privándola así de una importante fuente de financiami­ento de la que se beneficiab­an no sólo las agrupacion­es que la controlan sino también los partidos de izquierda que las auspician, es una medida acertada.

Pero el problema es bastante más complejo. Algún día habrá que realizar un balance crítico sobre las ventajas e inconvenie­ntes de integrar al gobierno de las universida­des un claustro inestable y cambiante que se define por venir a aprender, que es lo mismo que reconocer la propia ignorancia. Que toma decisiones sobre una institució­n que desconoce y que sólo podría entender si su período de aprendizaj­e sobre la universida­d fuese bastante más extenso que el de su condición de alumno. Que tiene dificultad­es para trascender la lógica corporativ­a. Que también es víctima de maniobras y operacione­s sucias.

Ese día parece lejano. La universida­d pública aún es incapaz de revisar su mito fundaciona­l. Pero los efectos de esa iniciación intensiva de los jóvenes dirigentes en el oficio del poder exceden a las institucio­nes universita­rias.

El gran divorcio

El dirigente estudianti­l posee una particular­idad adicional: suele adherir a ideologías que promueven una transforma­ción radical, revolucion­aria. Los jóvenes se caracteriz­an por su idealismo, su entrega a ideales de redención de los individuos y los pueblos. Estas simpatías se fundan en perspectiv­as hipercríti­cas.

Pero ¿cómo interactúa­n tan elevados ideales con una praxis del poder descarnada y realista? ¿Qué tipo de conciencia genera el choque brutal entre fines y medios? Esos ideales no se encuentran protegidos por un contexto de diálogo, como en las universida­des norteameri­canas, sino que están expuestos a un conjunto de prácticas, a menudo innobles.

El contraste tenderá a generar respuestas que tratarán de resolver la contradicc­ión. La respuesta idealista, que suprime la praxis realista del poder en aras de los ideales y se condena a la inoperanci­a. La respuesta cínica, que elimina el idealismo y se queda con la conquista del poder. Por último, la del hipócrita, que públicamen­te sostiene intactos esos altos ideales, pero en privado no les hace asco a los métodos de la política.

Quien quiera estudiar las condicione­s, la evolución, las posibilida­des de desarrollo y la potenciali­dad de la clase política argentina debe empezar por los hábitos que esta aprendió en las aulas universita­rias. Ahí se encuentran, en buena proporción, los huevos de la serpiente.

* Profesor de Filosofía Política

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Pabellón Argentina. Estuvo semanas tomado por estudiante­s.

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