La Voz del Interior

Armas contra bandidos: el miedo impulsa a Bolsonaro

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SAN PABLO. La tienda de armas en el centro de San Pablo está casi oculta en el fondo de una galería comercial que ha visto tiempos mejores. La mayoría de los negocios están vacíos al mediodía. “Hace 40 años –cuenta el encargado de Top Gun– había como seis tiendas de armamento aquí cerca. Quebraron todas”. Luego bromea: “Esperemos que entre Bolsonaro y arregle todo”.

Top Gun no es un negocio florecient­e en el Brasil de hoy, un país agitado que elegirá dentro de dos semanas un nuevo presidente, con Jair Bolsonaro, un polémico militar de reserva que aboga por la liberaliza­ción de las armas, como claro favorito.

En las vitrinas de la tienda se exhiben escopetas de fogueo, también pistolas y revólveres de bajo calibre. Las ventas no marchan muy bien, explica el propietari­o, Nilton Gonçalves. “Yo llegué a vender 200 armas al mes. Hoy se venden cuatro o cinco”, lamenta el empresario de 65 años.

Para Gonçalves, la causa de ese retroceso son las estrictas leyes para la tenencia de armas, en particular, las del llamado Estatuto de Desarme, que entró en vigor en 2003, durante la presidenci­a del izquierdis­ta Luiz Inácio Lula da Silva. Dos años después fracasó un referéndum que buscaba, incluso, proscribir completame­nte el comercio de armas de fuego en Brasil. El estatuto impone hoy sólo una serie de restriccio­nes para la compra.

Violencia

Gonçalves tiene claro que ese es uno de los grandes problemas de su país, castigado desde hace años por una creciente ola de criminalid­ad.

En 2017, murieron más de 63 mil personas de forma violenta en el gigante sudamerica­no, un aumento del 2,9 por ciento en relación con el año anterior, según la ONG Foro de Seguridad Pública.

“Brasil le quitó el derecho a los ciudadanos decentes de tener un arma”, se queja el empresario. “Hoy en día, a los bandidos les compensa cometer delitos”.

En la primera vuelta de las presidenci­ales, el 7 de octubre, Gonçalves votó por Bolsonaro, el candidato que promete mano dura con la delincuenc­ia. Al candidato de ultraderec­ha le gusta posar haciendo el gesto de portar un fusil y en su larga carrera política como diputado desde 1991 ha causado varios escándalos por defender la tortura y la última dictadura militar (1964-1985).

Muchos analistas ven por eso a Bolsonaro como una amenaza para la joven democracia brasileña.

Acusado de incitar a un discurso del odio por la mayoría de los medios brasileños, Bolsonaro, sin embargo, tiene el respaldo de buena parte de la población: las encuestas lo colocan como favorito para ganar la segunda vuelta con hasta el 58 por ciento del voto válido frente al 42 por ciento de Fernando Haddad, el heredero de Lula, hoy preso por cargos de corrupción.

La principal bandera de la campaña de Bolsonaro, junto con la de la lucha contra la corrupción, es la de acabar con la delincuenc­ia.

El tema es crucial para muchos brasileños, explica Bruno Amaral, un agente penitencia­rio de San Pablo que pide mantener su verdadero nombre en reserva, por su cargo en el sector público.

“Todo el mundo en San Pablo tiene una historia de asalto”, asegura Amaral, mientras compra munición para su arma particular. “Bolsonaro está haciendo ahora que las personas vuelvan a temerle a la ley”, comenta el funcionari­o, que lleva 30 de su 50 años trabajando en el sistema penitencia­rio.

Gonçalves y Amaral no dan la impresión de ser fanáticos de las armas como los que se ven en Estados Unidos entre los seguidores de Donald Trump, o también en Brasil, en los mitines de Bolsonaro, donde muchos de sus simpatizan­tes llevan atuendos militares o celebran fingiendo hacer disparos.

El empresario y su cliente hablan de forma calmada, dicen reflejar las preocupaci­ones del ciu- dadano común. “Si en Brasil se pudiera andar seguro por las calles, yo vendería cosas de camping”, asegura Gonçalves. “La popularida­d de Bolsonaro surge de la indignació­n”, explica Amaral.

Ambos, sobre todo, comparten una convicción mayor: que el sistema de seguridad pública es ineficient­e y enormement­e corrupto.

En esos momentos suenan más radicales. “El policía tiene más miedo a la ley que al propio delincuent­e”, protesta Amaral. “Los derechos humanos están más a favor de los que cometen delitos que de los que quieren proteger a la sociedad”, reclama Gonçalves.

Presos

Las estadístic­as demuestran el fracaso actual del sistema de seguridad pública brasileño. Brasil tiene la cuarta mayor población carcelaria del mundo y en sus prisiones conviven más de 690 mil reclusos hacinados en espacio para unas 400 mil personas.

Y muchas de las favelas de San Pablo o de Río de Janeiro están controlada­s desde hace tiempo por bandas criminales que se enfrentan a menudo a tiros con las fuerzas de seguridad.

“Bolsonaro dice todo lo que queremos oír desde hace tiempo. Esa teoría de que uno termina con la violencia con la pipa de la paz y la camiseta blanca no funciona”, dice drástico el dueño de Top Gun.

“Quiera dios que gane”, comenta el encargado de la tienda, Davilson Dahr, sobre Bolsonaro. “Porque él es la Policía. Y los bandidos están muy fuertes”, sentencia. El miedo a la delincuenc­ia y el fracaso del Estado juegan en Brasil a favor del candidato de ultraderec­ha.

MUCHAS DE LAS FAVELAS DE SAN PABLO O DE RÍO DE JANEIRO ESTÁN CONTROLADA­S DESDE HACE TIEMPO POR BANDAS CRIMINALES.

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(AP / ARCHIVO) Campaña. Muchos de los seguidores de Bolsonaro se sienten atraídos por la promesa de “mano dura” del candidato que tiene más chances de quedarse con la presidenci­a de Brasil.

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