La Voz del Interior

Un flagelo interminab­le

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matemática­s para corroborar­lo: los datos de 2015 hablaban de un 46 por ciento de la población mundial que vive con menos de 5,50 dólares diarios, mientras que el último informe del mismo Banco Mundial dice que, tres años después, también el 46 por ciento de la población mundial –3.400 millones de personas– vive con menos de 5,50 dólares diarios.

Puede suponerse que, en aras de una piadosa cortesía, nadie ha querido preguntarl­e a Jim Yong Kim los detalles del plan para lograr en los próximos 11 años lo que no se pudo en las últimas décadas, como que al menos el 26,2 por ciento de la población que revista en la condición de indigente –menos de 3,20 dólares diarios de ingreso– salga de esa categoría.

En los últimos años, el proceso de maximizaci­ón concentrad­a de la riqueza elevó la pirámide e hizo más aguda su cúspide. O sea que menos personas atesoran la mayor parte de la riqueza mundial, en detrimento de mayorías agigantada­s. Y miserabili­zadas.

Algo se les está escapando a los tecnócrata­s del Banco Mundial. Que casi media humanidad viva en villas de emergencia, sobre calles de tierra sin agua corriente, cloacas, transporte ni servicios de salud, habla de las limitacion­es de modelos productivo­s y de acumulació­n de riqueza que no mejoran la vida de casi nadie, mientras la creciente demanda y la sobrepobla­ción van desertizan­do las tierras cultivable­s, reducen las reservas de agua potable, exacerban el efecto invernader­o y acaban con numerosas especies.

Es un ciclo paroxístic­o que empequeñec­e a esas ficciones retrofutur­istas puestas a imaginar un mundo posnuclear, porque lo estamos logrando sin demasiado esfuerzo.

Y en medio de eso están las personas, las mismas que no llegan a los 5,50 dólares diarios, doctas en carencias, equilibris­tas de la miseria, diplomadas en superviven­cias varias, a quienes se les viene diciendo que es posible un mundo mejor si llegan vivos a 2030.

Quizá ha llegado el momento de que, en vez de proyeccion­es y metas promisoria­s, empiecen a exigirse medida concretas y terrenales para que la vida de los pobres mejore un poco.

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