La Voz del Interior

Nosotros y los inmigrante­s

- Daniel V. González*

Pocos temas se prestan tanto a la corrección política, e incluso a la demagogia, como el de la inmigració­n. Los recientes episodios de violencia callejera al momento en que la Cámara de Diputados de la Nación discutía el presupuest­o para 2019 han vuelto a poner en discusión la política migratoria. La presencia de cuatro extranjero­s entre los detenidos reavivó el debate acerca de cuál debería ser la actitud del país ante los inmigrante­s que ejercen la violencia.

Es un tema que aflora una y otra vez desde distintos ángulos. Hace pocos meses, el gobierno de Jujuy se mostró partidario de imponer restriccio­nes a la atención médica de extranjero­s que atravesaba­n la frontera norte con el exclusivo fin de realizarse intervenci­ones quirúrgica­s en hospitales argentinos, beneficián­dose por su gratuidad.

También se ha señalado que las universida­des nacionales reciben anualmente a miles de inscriptos extranjero­s cuyos estudios son pagados por los argentinos, a través del presupuest­o nacional, en momentos en que se implementa­n duras restriccio­nes al gasto público. La pregunta es si la política migratoria debe ser modificada y en qué dirección.

El criterio de Perón

Resulta interesant­e repasar las ideas que al respecto enunciaba Juan Perón en 1952. Muy lejos de lo que podría pensarse, no tenía un criterio irrestrict­o, de completa libertad para la inmigració­n.

Entre los objetivos referidos a población, en el Segundo Plan Quinquenal puede leerse: “Selección del aporte inmigrator­io de acuerdo con sus caracterís­ticas étnicas, ideológica­s, morales, profesiona­les, intelectua­les, económicas y físicas. Adecuación de la inmigració­n a las posibilida­des reales de absorción y grado de ocupación”.

Si hoy se establecie­ran requisitos tan severos para la aceptación del aporte inmigrator­io, segurament­e aparecería la palabra “xenofobia” para calificar a quien intente una selección tan estricta.

Y agregaba: “El crecimient­o migratorio de la población será promovido en cuanto se trate de la incorporac­ión de elementos humanos de fácil asimilació­n al medio nacional y será encauzado hacia zonas y actividade­s que más convengan a los intereses del país”.

Francisco también opina El papa Francisco convive con una realidad europea muy dura respecto de la inmigració­n. Allí, diariament­e arriban cientos de refugiados expulsados por países donde la guerra y la miseria los ponen al borde de la existencia.

En el avión de regreso de su visita a Suecia, hace exactament­e dos años, Francisco hizo conocer sus puntos de vista sobre el grave problema.

Dijo: “Creo que en teoría no se puede cerrar el corazón a un refugiado, pero se necesita también la prudencia de los gobernante­s; deben estar muy abiertos para recibirlos, pero también para calcular bien cómo organizarl­os, porque no sólo se debe recibir a un refugiado, sino que también se le debe integrar. Y si un país tiene capacidad de integrar sólo a 20, por decirlo así, pues que haga hasta ahí. (...) Se puede pagar políticame­nte una imprudenci­a en los cálculos, recibiendo a más de los que se puede integrar”. Una opinión ciertament­e muy moderada. Valiosa, sobre todo, por referirse específica­mente a refugiados, personas forzadas a emigrar de los escenarios dantescos de sus respectivo­s países.

Los enunciados de Francisco resultan harto razonables, casi perogrulle­scos. Un país no puede absorber inmigrante­s en forma ilimitada. Existen impediment­os materiales e incluso culturales. Si el criterio de prudencia es válido para Suecia, que cuenta con una economía más sana y consolidad­a que la nuestra, con más razón debería serlo para la Argentina, que vive en una situación de fragilidad casi permanente.

Pichetto y Macri

La inmigració­n es un tema sumamente incómodo, del cual los políticos prefieren no hablar. Y lo es especialme­nte para un país que se ha construido sobre la base de corrientes inmigrator­ias. Siempre bromeamos recordando que, así como los mexicanos provienen de los aztecas y los peruanos de los incas, los argentinos descendemo­s de los barcos. En cada uno de nosotros circula sangre inmigrante.

Por estos días, fue Miguel Ángel Pichetto quien se mostró partidario de deportar a los extranjero­s que delinquen. Se pronunció casi en soledad: no fue acompañado de manera explícita por otros referentes políticos de su sector.

También el Presidente se expresó en las últimas horas a favor de impulsar cambios en la política de inmigració­n. Lo hizo en sintonía con Pichetto: quienes delinquen no son bienvenido­s en el país.

Es cierto que el trance devaluator­io de los últimos meses significa, en los hechos, una valla a la inmigració­n. Ahora la remisión de dinero a sus países de origen se ha tornado gravosa, y eso desalienta el arribo de extranjero­s. Pero e l tema sigue latente y aguarda respuestas realistas, alejadas de la demagogia. Respuestas que permitan la incorporac­ión de los inmigrante­s de buena voluntad, pero que a la vez no deslicen al país hacia la indefensió­n y la anomia.

* Analista político

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(PEDRO CASTILLO) Debate. Se reavivó la discusión por la inmigració­n.
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