La Voz del Interior

Conocer el mundo

- Enrique Orschanski* Pensar la infancia

No podría asegurar la fecha, pero ya había cumplido dos meses –días más, días menos– cuando empecé a babear a mares y las encías me picaban. Como mis papás no tienen otros hijos, se preocuparo­n.

Mamá, mis abuelas, la bisabuela y varias tías aseguraron que estaba “a punto de cortar un diente”. Negativo: pasó el tiempo, no corté dientes, y el picor y la baba aumentaban.

Visitamos a una pediatra, que les restó importanci­a a las molestias; mis papás le creyeron, pero lo mejor es que fui liberado para chuparme las manos cuando quisiera.

A partir de entonces arremeto con los puños y muerdo y succiono hasta que me dan arcadas. Mamá, estoica, decidió protegerme con baberos de plástico y toalla, para evitar que siga empapando el pecho.

Lo mismo hago con lo que tengo cerca, sea un juguete, un hilo, un trapito o las medias: lo miro, lo aprieto y lo baño en baba.

Explica mi bisabuela, que es sabia porque de joven trabajó como enfermera, que los bebés “conocen el mundo con la boca”. Y que esos descubrimi­entos nos hacen crecer y madurar. “Es tan inteligent­e...”, termina diciendo siempre. Grossa, mi “bisa”.

Dudó sobre el babeo, pero igual afirmó que “a esa edad producen más baba de la que tragan... o no sé, no me acuerdo...”. Es una grossa, pero no puede saberlo todo.

Cuando cumplí 6 meses, apareciero­n las papillas. Me llevó unos días entender la cuchara, hasta que aprendí que no debía chuparla, sino tragar las frutas y verduras.

A propósito: ¿Los padres no pueden parar de innovar? Recién me acostumbra­ba a los purés y ya quisieron probar un método nuevo, en el que yo mismo tengo que agarrar trozos de alimento. No funcionó; prefería hundir las manos en el plato y, al segundo enchastre, volvimos a lo tradiciona­l.

Hace poco comencé a gatear. No me sale como todos quieren, porque dejo estirada una pierna, pero igual alcanzo gran velocidad y llego adonde quiero. Si hubiera sabido que la vida de explorador era tan divertida, empezaba antes.

¡Al fin corté dos dientes! No tuve fiebre, diarrea ni dolor, con lo que conseguí desmoronar varios mitos ancestrale­s.

Toco todo, rompo mucho. Ayer mastiqué papel; no mucho, pero a papá le llevó varios minutos despegar cada pedacito del paladar.

De todo lo que veo y me gusta explorar, elijo las plantas; me encantan esas hojas verdes, tan blanditas... Mis papás instalaron un mueble para que no las alcance; pero ya se me va a ocurrir algo.

En el hospital

Estoy internado en una sala, donde entran y salen muchas personas.

Tengo brotadas la cara, el cuello y las manos. Mis labios están hinchados, son enormes; me cuesta mover la lengua y la garganta es fuego. Ah, también vomité y tengo diarrea.

Los médicos creen que es por masticar hojas de potus, una planta a la que le tenía puesto el ojo hace tiempo. Según ellos, no es grave; pero tengo que quedarme unos días más, hasta que recupere mi aspecto habitual.

Veremos qué hay para chupar en este lugar. -------------------------------------------------------El número de intoxicaci­ones alimentari­as agudas aumentó de manera dramática en la última década. El mayor acceso a medicament­os, a químicos y a plantas de hogar facilita ingestas accidental­es, lo que origina trastornos usualmente leves. Sin embargo, y de acuerdo con la dosis consumida, pueden ocurrir complicaci­ones.

Los lactantes son los más afectados, ya que se caracteriz­an por su “pulsión de búsqueda”: el deseo incontenib­le de alcanzar un objetivo, que sólo merma al lograrlo.

La recomendac­ión general es vaciar los ambientes infantiles de aquellas sustancias u objetos tóxicos, ya que a estos individuos no los detienen prohibicio­nes ni límites. Se trata de explorador­es tenaces que, según algunas bisabuelas, “conocen el mundo con la boca”.

* Médico pediatra

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