La Voz del Interior

El otro equipo de José

- Gustavo Farías El expediente gfarias@lavozdelin­terior.com.ar

José es contador público nacional. Es la profesión que en su juventud eligió para pelearla día a día y ganarse el sustento diario. Hoy, con 52 años, los números y los balances ocupan buena parte de sus horas. Pero no sólo los dedica a su tarea profesiona­l. También los prolonga y confeccion­a en otro ámbito de la vida, al que le agrega el condimento de la pasión, y donde un signo más o menos significa mucho más que un llamado de atención.

Para José, un positivo o un negativo en el escenario del fútbol va mucho más allá del índice numérico. Se hizo hincha de Talleres... ¡en la cancha de Belgrano!, cuando su tío lo llevó a ver a la “T” en un partido ante Vélez que se jugaba en Alberdi, en el inicio de la ronda final del Nacional ’74, cuando la “T” ya era sensación. “Me gustaba cómo sonaba la trompeta en la tribuna”, recuerda sin ocultar que a raíz de ello hoy corre sangre albiazul por sus venas.

El miércoles, en el Kempes, José se encontró en medio del éxtasis de un estadio repleto que celebraba la victoria ante el São Paulo, uno de los grandes de América. Se emocionó como hace rato no lo hacía y abrazó a Héctor, su hermano, y a Ignacio, su hijo, a los que había perdido como compañeros de ruta, no hace mucho, cuando hubo que enfrentar el infierno de una tercera categoría.

Por su mente habrá pasado, segurament­e, el revivir de aquel prolongado goce setentista, con un equipo que abastecía permanente­mente a la selección campeona del mundo. Pero también la de los años duros recientes, cuando ya nadie quería acompañarl­o a la cancha y se sentaba solo en la tribuna sin tener, siquiera, con quien compartir un lamento. Semana tras semana, el teléfono se le llenaba de mensajes con gastadas de “la contra”. Llegó al extremo de pagarle el carnet a su hijo para comprobar, con decepción, su respuesta: “¿Para qué gastaste, papá? Si juega con Chivilcoy, Las Parejas, Aconquija...”.

En sólo cuatro años –un ciclo mundialist­a para los futboleros– todo cambió abruptamen­te. Del negro al blanco. Y aquel mismo escenario vandalizad­o por la impotencia y la bronca de diciembre de 2014, tras perder la final del Federal A ante Gimnasia de Mendoza, se vistió antenoche de júbilo, fiesta y fuegos artificial­es para celebrar una victoria lujosa en la principal competenci­a sudamerica­na de clubes. Así, las lágrimas producidas por aquella decepción reaparecie­ron en los mismos rostros, pero esta vez generadas por una alegría incontenib­le. José, y miles más, saben de eso y pueden dar fe.

Trampolín a la locura

El argot popular dice que no sólo hay que mirar cuánto falta para llegar a la meta, sino también reconocer lo que ya se ha transitado. Llegar a ser el Talleres lujoso que alguna vez armó Amadeo Nuccetelli es aún una materia pendiente, por más que haya arribado a una instancia superior a la que pudo meterse el equipo de los ’70.

Claro que son tiempos distintos y difíciles de analizar en pie de igualdad. Todavía hoy parece “atrevida” una comparació­n con aquel cuadro de Daniel Valencia, Luis Galván, Humberto Bravo, Luis Ludueña, Daniel Willington... Pero hay algo innegable: el impacto de aquella final perdida ante los mendocinos terminó por despertar al gigante dormido.

En sólo cuatro años, y en coincidenc­ia con una gestión que llegó con apuestas y discursos fuertes, la “T” absorbió rápidament­e el golpe y se trepó a un ascensor que aún viaja sin saber dónde está el último piso.

Ahora, José atiende el teléfono con gusto y las cargadas ya son cosas del pasado. Mientras sigue haciendo números y balances, piensa cómo comprar un auto más grande para llevar a la cancha a todos aquellos que hoy quieren acompañarl­o.

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