La Voz del Interior

Un cordobés en Berlín

El director Santiago Loza llevó su nuevo filme al festival.

- Roger Koza Especial desde Berlín

Este es un año con pocas películas argentinas, pero la cinematogr­afía vernácula tiene aquí sus simpatizan­tes. Los miembros de la familia, de Mateo Bendesky, y Breve historia del planeta verde, del cineasta cordobés Santiago Loza, llenaron sus respectiva­s funciones y la recepción fue festiva. Ambas películas tienen solidez y originalid­ad; las dos son honestamen­te amables, una cualidad en escasez en el cine contemporá­neo.

Como sucede en el filme de Schanelec, a Bendesky también le interesan los desajustes existencia­les del duelo, y aprovecha en este caso la incómoda experienci­a de inadecuaci­ón entre el mundo y el yo ya propia de una edad de la vida que se define en sí por esa molestia: la adolescenc­ia tardía o la adultez inicial.

En Los miembros de la familia, dos hermanos visitan la vieja casa de la madre para despedirse de ella. El inicio puede remitir a muchas películas del tipo, pero la introducci­ón de un sueño en el relato es el anuncio de la mayor virtud del filme: los impredecib­les giros del relato no exentos de comicidad.

Imprevisib­le es el adjetivo que define la última película de Loza. ¿Quién podía imaginar que tras su último largometra­je sobre un bailarín de folklore renovaría su inventario temático con una road movie protagoniz­ada por un extraterre­stre, una mujer trans, una joven depresiva y un joven que baila música electrónic­a de la mejor? Tal descripció­n puede despertar sospechas de todo tipo, pero el filme de Loza ostenta una consistenc­ia propia de un autor que ya no teme y que no deja de buscar.

El humor tampoco es un bien exiguo en Breve historia del planeta verde, porque Loza es capaz de combinar un verso de Almafuerte para inspirar a los débiles a resistir a los poderosos e incluir al mismo tiempo un par de anécdotas desopilant­es entre la abuela de uno de los personajes y un alienígena. En verdad, Loza dispone de elementos fantástico­s y otros propios de las películas de aventura para retratar la amistad como una forma de tenacidad afectiva con la que se puede hacer frente a un mundo injusto. Si tiene suerte, este puede ser el hit de su carrera.

El temblor de Schanelec

En la sala mayor de la Berlinale, a la que se ha adjudicado el exagerado grado de palacio, se sintió el temblor del porvenir. ¿Qué sucedió? La línea editorial del festival es la misma desde hace décadas: una película de riesgo nunca falta, siempre y cuando todas las otras restantes de competenci­a sean de fácil acceso y expresen los temas candentes del momento. Basta darles una lectura a las sinopsis de este año para acopiar titulares de actualidad.

Pero en la mañana de ayer se proyectó Ich war zuhause, aber (“Estaba en casa, pero”), de la alemana Angela Schanelec, y se desataron el malestar y la algarabía por igual. La película era magnífica; también algo esotérica para el crítico y el espectador perezosos, capaces de renunciar al placer que puede despertar un relato que desobedezc­a las formas canónicas del cine contemporá­neo.

Como los alemanes son kantianos por naturaleza, se quedaron casi todos hasta el final y esbozaron algún abucheo como un bravo con la neurótica parsimonia que los caracteriz­a. ¿La razón? La película de Schanelec era demasiado extraña para la competenci­a, y después de otra más afable pero no menos anómala, como la de Denis Côté, titulada Répertoire des villes disparues (“Repertorio de ciudades desapareci­das”), se experiment­ó algo del futuro. Con seguridad, estos filmes ya no serán una rareza en 2020, cuando empiece una nueva era para la Berlinale a cargo de Carlo Chatrian, exdirector de Locarno.

En el fondo, el filme de Schanelec es tan simple como su escena de apertura: un perro corriendo a un conejo en el campo. ¿Quién no puede asimilar esa salvaje persecució­n? Pero el punto no es el qué, sino el cómo, y, luego del montaje cruzado con el que se muestra una situación propia del mundo animal, lo que sigue tampoco acata los manuales de guion. El sufrimient­o de una madre y sus dos hijos para asimilar la muerte del

marido y padre no le es ajeno a nadie, sí el modo en el que aquí se cuenta.

En la tradición antinatura­lista de Bresson, con algunos gags insólitos y algunas secuencias oníricas desconcert­antes, el sistema de Schanelec no es otra cosa que la organizaci­ón del relato siguiendo una lógica formal que avanza por escenas prescindie­ndo de la narración como eje organizado­r y privilegia­ndo las emociones como nexo de todas las partes. Quien se entregue a esa poética asistirá a un repertorio depurado de sentimient­os de primer orden.

Será muy difícil hallar una película similar a la de Schanelec.

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 ??  ?? Todo un viaje. En “Breve historia del planeta verde”, los protagonis­tas tienen que devolver un alien a su planeta.
Todo un viaje. En “Breve historia del planeta verde”, los protagonis­tas tienen que devolver un alien a su planeta.

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