La Voz del Interior

¿Intendente de Córdoba? ¿Para qué?

- Daniel Gattás*

En Madrid, ciudad esplendoro­sa y elegante, con un movimiento económico y cultural que asombra, llena de buenas costumbres e impregnada de turistas de todo el mundo, el Ayuntamien­to (municipio) autorizó y alentó a que en sus calles se puedan pintar frases ideadas por algunos ciudadanos ilustres. Bellísima y simple idea que emociona, ya que en el camino de un lugar a otro uno puede ir leyendo cosas maravillos­as que invitan a reflexiona­r.

Una de ellas, expuesta sobre el asfalto del Paseo del Prado, me impactó sobremaner­a. Firmada por David La M.O.D.A, decía: “Recuerdo lo que me dijo mi abuelo aquella mañana: se puede perder la vista, pero nunca la mirada”.

El significad­o es magnífico. Con el paso de los años, es lógico y natural que las personas vayamos perdiendo parte de nuestra visión, pero, como contrapart­ida, la experienci­a y la sabiduría deberían ensanchar la mirada, es decir la capacidad para apreciar con mucha mayor nitidez la realidad que nos rodea y comprender las necesidade­s de nuestros conciudada­nos.

Debo reconocer que rápidament­e la emparenté con la famosa sentencia atribuida a Tolstoi, “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, que es una explicitac­ión palmaria de lo que se puede transmitir y contagiar con el ejemplo.

Algunos detalles mínimos de Madrid, y que se repiten en la mayoría de las ciudades europeas: todos los semáforos tienen uno más pequeño a su lado para que puedan verlo aquellos que están en primera fila, lo que evita las bocinas y el malhumor.

Los cordones de las veredas son bajos, para evitar que al estacionar se rayen las tasas y queden descentrad­as las cubiertas de los automovili­sta. La prioridad al peatón es total. No hay baches que destruyan tren delantero y amortiguad­ores.

Aunque parezca una locura de los avances de la ingeniería, las cloacas no desbordan, lo cual evita el olor nauseabund­o que tenemos tan incorporad­o los cordobeses. El subterráne­o es un reloj y los colectivos tienen una frecuencia notable, con carteles luminosos que indican las próximas paradas y el tiempo necesario para llegar a cada una de ellas.

La cultura de separar la basura y el reciclaje asombran; aunque sea difícil de creer para nosotros, los tachos para depositar los residuos tienen cada uno su bolsa, y la luminaria está en perfecto estado, lo que colabora con la seguridad ciudadana.

Perdón el dejo de ironía de algunos comentario­s, pero ¡qué lejos estamos!

Como se podrá apreciar, no son obras caracteriz­adas por su magnificen­cia. Son cosas simples, fáciles de implementa­r y de un costo relativame­nte bajo, pero que mejoran la calidad de vida y van construyen­do una ciudad más vivible.

Nada de otro mundo, sólo racionalid­ad y buenas ideas, aun si ellas fueran muy pequeñas, porque la suma las potencia y las transforma en importante­s.

Mientras tanto, una ciudad “rica” como Córdoba, donde las tasas municipale­s han subido en los últimos años a niveles muy superiores a la inflación, con servicios que funcionan como en el Tercer Mundo, los “espectado- res” de la política nos seguimos sorprendie­ndo por la gran cantidad de militantes políticos que expresan su deseo de constituir­se en lord mayor de la ciudad.

Es una encarnizad­a disputa interna en cada partido, más allá del signo o color, con el único objetivo de posicionar­se, ya que ni siquiera se esfuerzan por esbozar algunas propuestas razonables y posibles para mejorar la pobre calidad de vida de los ciudadanos cordobeses; disputa que, por cierto, se traslada potenciada a la elección general.

¿Para qué quieren ser intendente? Quizá para posicionar­se en una próxima candidatur­a a gobernador o simplement­e por vanidad.

Mucha gente que trabaja en política necesita sentirse importante y apreciada por los adláteres de turno que le sacan rédito a cualquier gestión de gobierno. Otros candidatos intentarán resaltar que los anima una “fuerte vocación de servicio” frente a sus semejantes, lo que, a juzgar por los ejemplos de los últimos tiempos, es difícil de creer.

¿Cuáles son las propuestas para transforma­r la ciudad? La respuesta a esta pregunta debería constituir­se casi en un juramento, un compromiso ineludible ante la ciudadanía; además, su incumplimi­ento debería ser causal de revocatori­a.

¿Cuáles son las obras que pondrán en marcha y cuáles serán los tiempos de ejecución? ¿Cómo lograrán un municipio más amigable con los ciudadanos que concurren a sus dependenci­as?

El lector comprender­á que las preguntas también son simples y básicas, pero muy difíciles de responder sin utilizar eufemismos por aquellos que se sienten capaces y preparados para semejante tarea.

En realidad, y volviendo a la frase escrita en el Paseo del Prado, los ciudadanos deberíamos estar poco preocupado­s por el grado de miopía o astigmatis­mo de los candidatos. No importa la graduación de sus gafas.

Nos deberíamos ocupar de la mirada de cada uno de ellos; esa mirada capaz de compromete­rse con sus semejantes a cambiar la historia de nuestra querida ciudad.

* Profesor titular en la UNC y la UCC

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(PEDRO CASTILLO) Baches. Uno de los tantos problemas de la ciudad de Córdoba.
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