¿Intendente de Córdoba? ¿Para qué?
En Madrid, ciudad esplendorosa y elegante, con un movimiento económico y cultural que asombra, llena de buenas costumbres e impregnada de turistas de todo el mundo, el Ayuntamiento (municipio) autorizó y alentó a que en sus calles se puedan pintar frases ideadas por algunos ciudadanos ilustres. Bellísima y simple idea que emociona, ya que en el camino de un lugar a otro uno puede ir leyendo cosas maravillosas que invitan a reflexionar.
Una de ellas, expuesta sobre el asfalto del Paseo del Prado, me impactó sobremanera. Firmada por David La M.O.D.A, decía: “Recuerdo lo que me dijo mi abuelo aquella mañana: se puede perder la vista, pero nunca la mirada”.
El significado es magnífico. Con el paso de los años, es lógico y natural que las personas vayamos perdiendo parte de nuestra visión, pero, como contrapartida, la experiencia y la sabiduría deberían ensanchar la mirada, es decir la capacidad para apreciar con mucha mayor nitidez la realidad que nos rodea y comprender las necesidades de nuestros conciudadanos.
Debo reconocer que rápidamente la emparenté con la famosa sentencia atribuida a Tolstoi, “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, que es una explicitación palmaria de lo que se puede transmitir y contagiar con el ejemplo.
Algunos detalles mínimos de Madrid, y que se repiten en la mayoría de las ciudades europeas: todos los semáforos tienen uno más pequeño a su lado para que puedan verlo aquellos que están en primera fila, lo que evita las bocinas y el malhumor.
Los cordones de las veredas son bajos, para evitar que al estacionar se rayen las tasas y queden descentradas las cubiertas de los automovilista. La prioridad al peatón es total. No hay baches que destruyan tren delantero y amortiguadores.
Aunque parezca una locura de los avances de la ingeniería, las cloacas no desbordan, lo cual evita el olor nauseabundo que tenemos tan incorporado los cordobeses. El subterráneo es un reloj y los colectivos tienen una frecuencia notable, con carteles luminosos que indican las próximas paradas y el tiempo necesario para llegar a cada una de ellas.
La cultura de separar la basura y el reciclaje asombran; aunque sea difícil de creer para nosotros, los tachos para depositar los residuos tienen cada uno su bolsa, y la luminaria está en perfecto estado, lo que colabora con la seguridad ciudadana.
Perdón el dejo de ironía de algunos comentarios, pero ¡qué lejos estamos!
Como se podrá apreciar, no son obras caracterizadas por su magnificencia. Son cosas simples, fáciles de implementar y de un costo relativamente bajo, pero que mejoran la calidad de vida y van construyendo una ciudad más vivible.
Nada de otro mundo, sólo racionalidad y buenas ideas, aun si ellas fueran muy pequeñas, porque la suma las potencia y las transforma en importantes.
Mientras tanto, una ciudad “rica” como Córdoba, donde las tasas municipales han subido en los últimos años a niveles muy superiores a la inflación, con servicios que funcionan como en el Tercer Mundo, los “espectado- res” de la política nos seguimos sorprendiendo por la gran cantidad de militantes políticos que expresan su deseo de constituirse en lord mayor de la ciudad.
Es una encarnizada disputa interna en cada partido, más allá del signo o color, con el único objetivo de posicionarse, ya que ni siquiera se esfuerzan por esbozar algunas propuestas razonables y posibles para mejorar la pobre calidad de vida de los ciudadanos cordobeses; disputa que, por cierto, se traslada potenciada a la elección general.
¿Para qué quieren ser intendente? Quizá para posicionarse en una próxima candidatura a gobernador o simplemente por vanidad.
Mucha gente que trabaja en política necesita sentirse importante y apreciada por los adláteres de turno que le sacan rédito a cualquier gestión de gobierno. Otros candidatos intentarán resaltar que los anima una “fuerte vocación de servicio” frente a sus semejantes, lo que, a juzgar por los ejemplos de los últimos tiempos, es difícil de creer.
¿Cuáles son las propuestas para transformar la ciudad? La respuesta a esta pregunta debería constituirse casi en un juramento, un compromiso ineludible ante la ciudadanía; además, su incumplimiento debería ser causal de revocatoria.
¿Cuáles son las obras que pondrán en marcha y cuáles serán los tiempos de ejecución? ¿Cómo lograrán un municipio más amigable con los ciudadanos que concurren a sus dependencias?
El lector comprenderá que las preguntas también son simples y básicas, pero muy difíciles de responder sin utilizar eufemismos por aquellos que se sienten capaces y preparados para semejante tarea.
En realidad, y volviendo a la frase escrita en el Paseo del Prado, los ciudadanos deberíamos estar poco preocupados por el grado de miopía o astigmatismo de los candidatos. No importa la graduación de sus gafas.
Nos deberíamos ocupar de la mirada de cada uno de ellos; esa mirada capaz de comprometerse con sus semejantes a cambiar la historia de nuestra querida ciudad.
* Profesor titular en la UNC y la UCC