La Voz del Interior

Un indicador sensible

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nacidos vivos. El número de 2018 es 7,4. Como en 2017 había sido 9,1, la nueva tasa representa una baja muy importante respecto del año anterior.

Ahora hay que trabajar para estabiliza­rla y lograr reducirla más aún. Mientras eso no ocurra, no se podrá vislumbrar una tendencia clara, para lo que se necesitan al menos los datos de cuatro años consecutiv­os.

De hecho, en los cuatro años anteriores no se advierte una tendencia definida. De 2014 a 2015, hubo un ínfimo descenso –de 8,8 a 8,3–, que se perdió en 2016, cuando los valores replicaron los de 2014, mientras que en 2017 el índice subió a 9,1.

Este aumento funcionó como un llamado de atención para las autoridade­s, que trabajaron con empeño durante el año pasado para que el índice mostrara el resultado que comunicaro­n: una reducción significat­iva.

Si vale decirlo así, la nueva marca debiera importarno­s no tanto por lo que muestra sino por lo que esconde.

Por un lado, ratifica que cuando se fija un objetivo claro y se cuenta con los recursos humanos y materiales necesarios, el resultado es satisfacto­rio: no sólo se redujo la mortalidad infantil respecto del año anterior, sino que se ubicó por debajo del índice de 2015, que había sido el más bajo de los últimos cinco años.

Pero lo que esconde es que tres de las cinco principale­s causas de muerte de los recién nacidos son evitables: dificultad­es respirator­ias, trastornos relacionad­os con la edad de gestación (embarazo adolescent­e) y bajo peso, y sepsis bacteriana­s.

Y, por otro lado, surge de los datos que dos de cada tres niños mueren en hospitales públicos.

Entonces, las autoridade­s de Salud y el personal de la red sanitaria, pero también las de Educación y el sistema educativo, así como los intendente­s y jefes comunales, debieran establecer con claridad cuáles son las acciones concretas que se necesitan para que el trabajo de este y los próximos cuatro años no corra riesgos.

Reforzar partidas presupuest­arias, multiplica­r las campañas de difusión y garantizar los planes de educación sexual integral son, sin duda, tres de ellas.

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