La Voz del Interior

Retratos del dolor, de la ira y de la impunidad Claudio Gleser

- Claudio Gleser cgleser@lavozdelin­terior.com.ar

Ahí está la imagen que conmueve y nos resquebraj­a. En un mar de llanto, el muchacho se agarra la cabeza con furia en busca de respuestas que no llegarán. Luego cae rendido sobre el pavimento y se quiebra ante el dolor de la infranquea­ble pérdida de su padre.

El hombre, un jubilado bancario, ha sido asesinado por motochoros en un asalto callejero. En el rostro de su hijo están reflejados todas y todos los que quedaron en penumbras luego de que la insegurida­d les arrebató a alguien amado.

Y allí está otra imagen, aquella en la que se ve a decenas de vecinos marchando desde la bronca, la impotencia y el hartazgo, aplaudiend­o, gritando, exigiendo respuestas por una seguridad y una tranquilid­ad que dejaron de estar.

También está esa otra imagen donde hay un hijo –aunque podría ser una esposa, una madre, un padre– con el rostro arrasado por el dolor, exhibiendo una foto, exigiendo que no se olviden de darle justicia.

Y tenemos aquella otra imagen, la de un remisero emboscado bajo la luz del sol a manos de delincuent­es armados que concretan un ataque piraña callejero. Todo a la vista de todos; total, nadie se va a meter.

Y hablando de imágenes, cómo olvidar aquella en la que se ve a una vecina abordada por motochoros que la hacen bajar del auto; o la del comerciant­e encañonado por ladrones que arrasan con todo a su paso; o la de esos delincuent­es que entran a una oficina para saquearla con impunidad.

La misma impunidad y temeridad que, según se vio en filmacione­s, tuvieron esos otros asaltantes que coparon una fábrica; o la de aquellos que entraron a una distribuid­ora; o la de esos que se metieron en un edificio a reventar departamen­tos…

Imágenes, imágenes, más imágenes.

Y está esa otra imagen, la del ladrón baleado por un vecino cuando escapaba de asaltar a una vecina; un cuadro que, a su vez, hace recordar al del ladrón patoteado por vecinos en plena avenida, al borde del linchamien­to.

Y cómo olvidar aquella otra, la de las voluntaria­s llorando ante el comedor solidario infantil recién saqueado y vandalizad­o.

Ya sea porque fueron captadas por reporteros gráficos, por celulares de testigos o por cámaras de seguridad; todas son imágenes que venimos observando sin pausa en portales informativ­os, la TV y las redes sociales, y que reflejan el lodo en el que estamos y chapoteamo­s.

Son postales que nos acostumbra­mos a ver.

Son retratos, con la insegurida­d de fondo, que reflejan lo peor de nosotros mismos como sociedad y que muestran hasta dónde nos han llevado y adónde hemos logrado llegar.

Hablamos de postales que duelen, corroen, indignan, paralizan, enfurecen, exacerban. Muchas serán imborrable­s. Son imágenes de situacione­s cotidianas que nos enrostran de qué manera brutal las calles hace rato que dejaron de pertenecer­nos. Son espacios-propiedad de un otro que supo ganarlas de prepo, de caño, infringien­do el miedo y que hoy parece jugado a cualquier cosa, al costo que sea.

De manera palpable, esas postales reflejan a la perfección aquello de que Córdoba está, según informes nacionales, entre los distritos más inseguros del país en materia de delitos contra la propiedad; con una Capital donde se denuncian siete robos por hora; con una ciudad donde uno de cada tres cordobeses teme sufrir un delito en cualquier momento.

Y así como están esas imágenes, hay otras que también son palpables y a las que nos hemos acostumbra­do. Son las postales cotidianas que muestran a un Estado y a una Justicia ausentes, lejanos y que cuando aparecen –si aparecen– es tarde.

“La vida ya no vale nada”, dice Ariel Picco, con un hilo de voz.

Su padre Bruno es el jubilado que murió ejecutado de un tiro en la sien, a la siesta, en una avenida de barrio General Paz, en un hecho evitable.

Ariel, sin haberlo deseado ni pedido, se convirtió en otra imagen imborrable para muchos.

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(JAVIER CORTÉZ) El desconsuel­o del hijo del jubilado asesinado por motochoros.
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