“El riesgo era estético, político y económico”
El director cordobés, ganador del Teddy en la Berlinale, analiza al detalle su filme “Breve historia de un planeta verde”.
El año pasado, en esta misma ciudad, Santiago Loza presentó
Malambo, un hombre bueno.
Un año después, hizo lo mismo con un filme que parece pertenecer a otra galaxia, literalmente, y que ganó el Teddy, galardón que reconoce la mejor película de temática LGBTIQ.
¿Qué tienen en común el universo masculino del folklore y la cultura de los ofendidos a la que pertenecen los tres personajes principales de Breve historia del planeta verde? Loza emplea aquí música electrónica, uno de sus protagonistas es una chica trans y hay un alienígena que respira y viaja en una valija con el trío protagónico por el extremo sur del país. En los papeles, la inconmensurabilidad entre esas dos películas es indesmentible.
Sin embargo, todas las películas de Loza, como sus obras de teatro y asimismo su literatura, están signadas por la experiencia visceral del desgarro espiritual. Loza no celebra el sufrimiento, pero lo reconoce e intenta conjurarlo estéticamente en cada ocasión en que dispone de una cámara, una lapicera o un escenario.
El hermoso filme que estrenó en Berlín es probablemente su obra más feliz y delirante. ¿Quién puede combinar una ascensión teológica con una abducción cósmica? ¿Quién puede apropiarse de un verso de Almafuerte como “mantra de batalla” ante los intolerantes del mundo?
Breve historia de un planeta verde arrancó con todo. En un mundo gobernado por la amabilidad y la sensibilidad, este filme debería ser un éxito de taquilla.
–Este reconocimiento es inesperado y uno de los más importantes de tu carrera. ¿Qué significa en tu trayectoria?
–El Teddy puede ser visto como un chiste debido a que es el premio del osito, pero es un premio muy prestigioso en el universo queer .A su vez, es un premio que está vinculado a mi cine y a mi persona, lo que resulta muy conmovedor para Al recibir el Teddy, Loza dijo: “Este filme habla de mi identidad y, por eso, es el premio más importante de mi carrera. Romina Escobar recibió en Berlín un infinito amor como nunca lo tuvo en su vida. Son tiempos muy difíciles en Argentina y en Brasil para el colectivo trans”.
mí y para toda la gente que hizo la película. Y no es menor que también recibimos un premio de la crítica queer. Son dos premios, algo inesperado. Una situación como esta cura ciertas heridas de todos los que estamos involucrados, de muchos, muchas o muchxs.
–Debe ser tu película más accesible y asimismo una de las más arriesgadas.
–El proyecto estaba definido por el riesgo. Supimos muy tarde que la película había sido seleccionada en la Berlinale, y entendemos que el festival al incluirla también tomó un riesgo. Nuestro riesgo era estético, político y económico. Entendíamos que se trataba de una película de aventuras, pero que en los papeles todo indicaba que era un disparate, no para quienes estábamos en el proyecto, porque para nosotros era la normalidad.
Fe ciega
–No debe haber sido fácil explicarles a los productores y fondos de coproducción de qué se trataba todo esto.
–Era muy complicado explicar la trama, transmitir que iba a tener mucho humor y también una profunda melancolía. A esto se sumaban los elementos de ciencia ficción, un tono pop general y una cierta sensibilidad trascendental de la experiencia humana, que nada tenía en común, desde luego, con la espiritualidad Nueva Era. Nuestro alienígena era glam y enteramente queer. Explicar todo esto fue arduo y sólo la fe ciega de los productores que apostaron, algunos fondos que nos terminan salvando (Hubert Bals, World Cinema) y la convicción de todo un equipo que apostó e hizo posible el filme. Sin duda, la humanidad de Romina Escobar fue decisiva, porque puso su cuerpo y su interpretación preciosa y delicada.
–Este filme parece desmarcarse de tu obra. Sin embargo, tanto los personajes de la precedente, como estos, están espiritualmente unidos por la vulnerabilidad. ¿Por qué aquí sumaste el retrato de la amistad?
–En Malambo, un hombre bueno todo estaba concentrado en un mundo masculino; sin embargo, yo tenía la impresión de que todos ellos se montaban en una indumentaria que no era muy diferente a la de un drag. Por otro lado, el personaje de ese filme me interesó porque estaba lastimado. Esas heridas no del todo a la vista son las que me importa filmar. Hay un escritor alemán que me gustaba mucho, Heinrich Böll, quien hablaba de una “teología de la ternura”. Cuando lo leía sentía que sí creía en eso; yo no soy creyente, no comulgo con ningún credo religioso, menos aún el catolicismo, pero sí puedo abrazar esa teología.
–¿Sería como una teología ejercitada en la amistad?
–Sí, porque tenía necesidad de hacer un tributo a todos mis amigos que me fueron salvando a lo largo de mi vida de situaciones muy complicadas. El cuidado de los otros, el amparar y ampararse resultan cruciales, sobre todo para muchos de nosotros que fuimos muy ofendidos y lastimados en algún momento de nuestras vidas. Todos nosotros sabemos que en esos momentos nuestra fuerza residió en estar juntos. Esa práctica de solidaridad tenía que convertirse en una película.
–La cita de Almafuerte utilizada en un momento clave es tan ingeniosa como pertinente. ¿Por qué esa cita?
–Un amigo me recordó el poema, que repetía en mi escuela. A mi padre también le gustaba. Me di cuenta de que había algo en ese verso, como si fuera un mantra de batalla, una invocación, un manifiesto. Ese verso puede ser perfectamente el manifiesto de nosotros, los excluidos. En ese verso se siente una fuerza, una convicción de que vamos a seguir. Sólo trabajando sobre otro modo de codificación, el verso adquiría otra fuerza, apropiándose –si se quiere– de una cultura de la que a los outsiders no se les permite hacer uso. Era un acto de justicia que así fuera.