La parte del león que Anses le lleva a Manuel
“Casi 11 mil pesos me descontó este mes Anses de mi sueldo. No diría nada si tuviera la certeza de que me voy a jubilar bien, pero es un robo a mano armada. Yo quisiera disponer de esa plata para mi jubilación futura y decidir cómo ahorrarla”, dice Manuel, empleado en un puesto especializado en una empresa de servicios, que cobra 65 mil pesos en mano con 42 años de antigüedad al hombro, y después de pagar Ganancias.
A meses de cumplir los 65, le calcularon que tendrá alrededor de 35 mil pesos como jubilado. Todo un privilegio para un sistema en el que el 70 por ciento percibe la mínima de 9.309 pesos. Pero, a su entender, bajo en relación con su aporte.
El sistema previsional argentino está quebrado. Con 6,5 millones de beneficiarios, insume el 54 por ciento del presupuesto total del Estado. Sí, poco más de la mitad de los impuestos que recauda la Nación se va en jubilaciones y pensiones, sin contar ningún otro beneficio. Los aportes genuinos de empleadores y empleados apenas alcanzan para el 65 por ciento del gasto: el resto lo pone el Tesoro. El sistema es solidario: el que pone hoy no sabe lo que recibirá mañana.
“Si no hacemos algo, Brasil no llega a 2022”, dijo el presidente Jair Bolsonaro. Mañana presentará al Congreso su proyecto de reforma previsional que, como sucedió en todos los países en los que se hizo, genera ásperos debates, controversias con los sindicatos y enardecimiento en la oposición.
El cambio más delicado de Bolsonaro es que la edad mínima pasa a ser un requisito. Hoy, el regime geral de previdência social (régimen general de previsión social) de Brasil exige 30 años de aportes a la mujer y 35 al hombre. Con ese solo requisito, hay quienes pueden jubilarse a los 50. El promedio en el sector privado es de 56 años en el hombre y 53 en la mujer, y algo menos todavía en el sector público.
Bolsonaro lo llevará a 62 y 65 años, respectivamente, en un plazo gradual de 12 años, pero además combinará elementos del sistema de capitalización; es decir, de ahorro individual, como tiene Chile y alguna vez existió en Argentina.
En Anses, la tasa de sustitución va del 55 por ciento al 65 por ciento, según la cantidad de años aporta- dos. Eso significa que el jubilado se retira cobrando poco más de la mitad de lo que ganaba en actividad. En Estados Unidos, por ejemplo, la tasa es del 40 por ciento, pero existen variados instrumentos de ahorro individual, con exenciones impositivas, que permiten engrosar los ingresos futuros.
En la vida activa, el trabajador aporta el 11 por ciento de su salario; y el empleador 19,5, por ciento. Los impuestos sobre el trabajo son altísimos para jubilaciones que serán bajas, con el agravante de que la esperanza de vida se sigue extendiendo y de que no se combate el trabajo en negro, con lo cual el sistema sigue teniendo dos aportantes por cada jubilado, cuando se necesitarían cuatro. Eso implica jubilaciones magras en el presente, pero todavía peores en el futuro.
La discusión en Brasil puede colaborar para poner las barbas en remojo y que la clase política blanquee el quebranto previsional doméstico. Sería interesante escuchar, sobre todo, a los que llevaron el número de beneficiarios de tres millones a 6,5 millones entre 2005 y
2012. Pero con esfuerzo, y si lo logra, Brasil correrá el arco hacia un lugar adonde ya lo tiene Argentina.
Anses necesita ir más allá de los
65 años, por ejemplo, o reducir el sistema de doble beneficio (jubilación y pensión a la vez), o bajar los impuestos laborales para inducir el blanqueo de los informales, algo que, según los entendidos, no alcanza por sí solo.
De todos modos, puede avanzar en recortar los privilegios que existen en algunos sectores. Lo sano sería discutir y hablar de algo que en la Argentina no se habla.