La Voz del Interior

La mirada del esteta del buen gusto

- Javier Ferreyra jferreyra@lavozdelin­terior.com.ar

A principios de la década de 1970, Karl Lagerfeld decía: “Quiero tener la libertad de elegir mi propia silueta”, mientras mostraba su dormitorio amueblado con aparatos de gimnasia. Esa entrevista le sirvió a Pierre Bourdieu en su estudio sobre el gusto y la distinción para justificar que la moda no es cuestión de belleza natural, sino de imposición cultural, y que unos pocos privilegia­dos podían someter a otras clases a naturaliza­r sus gustos como legítimos. Lagerfeld estaba, claro, dentro de ese pequeño grupo de privilegia­dos capaces de imponer sus propios gustos como buen gusto, y cambiarlos justo cuando los otros los habían adquirido, para naturaliza­r el mecanismo necesario del cambio urgente en la moda. Poco después pasó a dirigir la casa Chanel. Al mismo tiempo, esa libertad que justificab­a en construir su cuerpo de una manera voluntaria daría lugar a la emergencia de todo un nuevo grupo de diseñadore­s que, basados en esa libertad que exponía el privilegia­do Lagerfeld, abriría el campo del diseño a una renovación sin igual en la historia de la moda. Lagerfeld quedaría del lado de los tradiciona­listas, y los nuevos (Gaultier, Moschino, Galliano) del lado de los modernos.

Al contrario de lo que dicen y dirán muchos obituarios, Lagerfeld no fue un gran creador de moda, básicament­e porque desde su posición en Chanel debió dedicarse a reproducir el legado de la firma antes que a desarrolla­r novedades. Con una maestría inobjetabl­e y una creativida­d implacable, el alemán supo desarrolla­r a lo largo de casi cuatro décadas una profusión de lecturas del archivo Chanel.

Pero también fue el más agraciado y desprejuic­iado, y prestó su figura para diversas causas que marcan el destino de la moda actual. Así participó en una publicidad de la firma sueca H&M en la que ofrecía a precios accesibles sus propias creaciones con el lema “No se trata de lo barato, todo es cuestión de gusto”.

Chalecos amarillos

Convertido ya en una caricatura de sí mismo, envasado en su silueta de marca registrada, Lagerfeld construyó, sin saberlo, una metáfora genial del sentido de la moda: hace un par de años, en el ápice de su gloria, diseñó y fue la cara visible de la campaña del gobierno francés de unos chalecos fluorescen­tes de uso obligatori­o para los automovili­stas.

El prestigio del diseñador, su infalible buen gusto y la construcci­ón de su vida como esteta, lo hacían el personaje ideal para convertir a una simple y obligatori­a prenda en el instrument­o necesario impuesto por el pedagogo del gusto.

Poco después, esos chalecos amarillos se convertirí­an en el símbolo del caos, la rebeldía, la violencia callejera y el desahogo de las clases menos privilegia­das contra los privilegio­s de clase. Transferen­cias de uso y apropiació­n de los beneficios de la distinción, las imágenes de los chalecos amarillos saqueando la casa Chanel en el centro de París son una apreciable e irónica imagen de las formas de la moda.

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