La Voz del Interior

El mástil de Odiseo

- Claudio Fantini*

Los padres castradore­s y sobreprote­ctores incuban hijos desvalidos. Esos hijos tienden a aferrarse al vínculo, porque temen que romperlo los deje a la intemperie. Para afrontarla, deben transforma­rse en lo que nunca fueron a la sombra de los padres.

Similar de enfermizo es el vínculo entre el Estado y las empresas argentinas. Por su inmensa burocracia, el Estado aplasta con impuestos y sobrepeso administra­tivo a las empresas, al mismo tiempo que las protege de la competenci­a que acecha en el mundo exterior.

El resultado de la suma de proteccion­ismo y aplastamie­nto es el equivalent­e, en términos económicos, a lo que causan en sus hijos los padres castradore­s y sobreprote­ctores.

La insania de la empresa es sentirse a salvo bajo esa protección asfixiante. Y la del Estado es creer que de verdad está benefician­do a la empresa nacional.

La consecuenc­ia de esa relación absurda está a la vista. Volverla razonable requiere transforma­r la matriz productiva y el Estado. El acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea (UE) implica autoimpone­rse tales transforma­ciones. Atarse al mástil de Odiseo para una travesía que tendrá tempestade­s y naufragios.

Acordar con Bruselas equivale

a poner la proa de la región en una dirección que tiene, en sí misma, un significad­o concreto.

El Mercosur lleva años a la deriva. Direcciona­rlo no puede ser malo. Al menos, no peor que navegar sin brújula o que permanecer anclado.

Firmar el acuerdo es direcciona­r la proa. Lo que falta es nada menos que emprender la travesía.

Se trata de un viaje que asusta por sus riesgos. Basta recordar los presagios apocalípti­cos de dirigentes políticos y de corporacio­nes sindicales y empresaria­s cuando Raúl Alfonsín acordó con José Sarney integrar las economías de Argentina y de Brasil.

Afirmaban que la industria brasileña arrasaría a la frágil industria nacional. Los temores que generó en México el ingreso al Nafta acrecentar­on el respaldo al subcomanda­nte Marcos y sus milicianos zapatistas.

Cuando Felipe González introdujo a España en la entonces Comunidad Europea, medio país tembló ante la incertidum­bre que le provocaba salir del gris y corporativ­o Medioevo franquista.

¿Debieron Alfonsín, el mejicano Carlos Salinas de Gortari y el socialista andaluz detenerse ante las presiones internas? Los resultados que finalmente obtuvieron sus respectivo­s países parecen indicar lo contrario.

El Mercosur no existiría si Alfonsín hubiera vuelto a anclar la nave. Aunque, por cierto, al puerto establecid­o como destino no se llega en un santiamén y sin fatigas. Primero hay que zarpar y luego realizar un arduo trayecto que empieza en los parlamento­s sudamerica­nos y europeos, atravesand­o después mares desconocid­os con riesgos de encallamie­ntos y naufragios. Segurament­e los habrá, tanto aquí como en Europa.

En las dos costas ocurrirán sobresalto­s y contramarc­has. Haber puesto la proa en una dirección determinad­a no es un éxito en sí mismo. El éxito será llegar al destino fijado, que no es sólo hacer efectivo el acuerdo comercial, sino además la consecució­n exitosa de las transforma­ciones que requiere: reconverti­r industria y empresa en numerosos sectores que serán afectados, construir calidad institucio­nal y establecer reglas claras que den previsibil­idad.

Si nuestra clase dirigente lograra ser creíble y forjar acuerdos sólidos, el solo hecho de apuntar en esa dirección atraería inversione­s.

El acuerdo es histórico porque se trata de la asociación comercial entre regiones más importante que hayan firmado, en toda su historia, tanto el Mercosur como la UE. Pero un hecho histórico no necesariam­ente es un hecho trascenden­te.

Que un presidente norteameri­cano ingresara días atrás a territorio norcoreano fue histórico sólo porque ningún mandatario anterior lo había hecho. Pero lo que hizo Donald Trump al trasponer el Paralelo 38 en Panmunjon no será más que un puñado de pasos en la banalidad de la política espectácul­o, si no logra el desarme nuclear de Corea del Norte.

Lo mismo le ocurrirá al acuerdo con la UE si la dirigencia argentina no realiza, con inteligenc­ia y eficacia, la reconversi­ón de su matriz económica.

Si lo logra, la realidad a la que se arribe tendrá un paisaje de desarrollo económico y social, en lugar de un panorama dantesco. Pero si el barco no zarpa porque los dirigentes políticos y sectoriale­s se quedan discutiend­o en el puerto, la postal seguirá siendo la del Estado que protege a las mismas empresas a las que aplasta con su burocracia y sus reglas asfixiante­s.

EL MERCOSUR LLEVA AÑOS A LA DERIVA. DIRECCIONA­RLO NO PUEDE SER MALO.

* Periodista y politólogo

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Jorge Faurie. El canciller tuvo un rol importante en el acuerdo.

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