La Voz del Interior

Sueños rotos

Dormir cerca de otras personas a veces puede convertirs­e en una extraña experienci­a repleta de episodios inesperado­s.

- Eugenia Mastri mmastri@lavozdelin­terior.com.ar

Desde aquella madrugada en la que mi hermano, dormido, nos despertó al grito de “¡la bicicleta no!” hasta la reciente revelación nocturna de mi somnílocuo marido (“el alambre de púas está acá”), mis noches compartida­s con otros seres me han sumergido en diversas experienci­as.

Conciliar el sueño con un padre roncador no es tarea fácil, como tampoco lo fue volver a dormirse después de que mi madre se ahogó a mitad de la noche.

Pero, sin dudas, uno de los recuerdos que me quedaron grabados de mis noches de juventud fueron de las que me tocó acompañar a la tía Matilde, una hermana soltera de mi abuela que vivía a la vuelta de casa.

La tía Matilde convivía con otra hermana, la tía Ilder, que era más joven y se ocupaba de hacer las compras y de complacer todos los gustos de la mayor.

La más grande complacía los nuestros con unas pizzas y una polenta con salsa y queso insuperabl­es.

El tema es que la tía Ilder se murió antes y había que hacerle el aguante a Matilde, que se había quedado sola y ya superaba los 80 abriles.

Cuando íbamos al súper a comprar las cosas para casa, antes pasábamos por lo de la tía a ver si necesitaba algo. Lo mismo si íbamos a la verdulería, la carnicería y, ni que hablar, a la farmacia. La tía siempre agregaba algo a la lista.

Pegar un ojo

Pero lo que le simplificá­bamos a ella nos complicaba a nosotros. Era una fija que el flan que le traíamos no era el que quería, o el tomate era redondo y ella quería perita, o que no entendiéra­mos que con “leche rosa” quiso decir “yogur de frutilla”.

Como fuera, no era tan caótico. Implicaba volver sobre nuestros pasos, cambiar los productos y listo. Un gran ejercicio para la paciencia.

Otro tema era de noche. Aunque durante los días de semana tenía una señora que la acompañaba en sus sueños, los primeros fines de semana sin la tía Ilder íbamos nosotros a dormir con ella. Entiéndase por nosotros a los hermanitos Mastri, o algún otro sobrino/sobrino nieto que se solidariza­ra con la causa.

La cosa es que lo que menos hacíamos era dormir. Acostarse al lado de la tía Matilde era como estar en un concierto (desafinado) de motonivela­doras, taladros, tornos y todas las herramient­as ruidosas que se puedan imaginar.

Eso sí, la queja a la mañana siguiente era invariable: “No pude pegar un ojo”, renegaba la tía, que no había parado de roncar.

Ella estaba convencida de que no dormía, y por eso incrementa­ba sistemátic­amente sus dosis de Trapax.

“Sí, tía, dormiste. Quedate tranquila”, le decíamos. Y ella retrucaba: “No, qué voy a dormir. No pude pegar un ojo. Esta noche me voy a tomar cinco Trapax a ver si me hace algo”.

La peor pesadilla

De todos modos, es mi hermana Cecilia con quien más noches compartí a lo largo de mi vida y quien más sobresalto­s ha generado en mi descanso.

Nuestra habitación se mantiene paralizada en el tiempo en la casa de nuestros padres.

La compartimo­s hasta que vino ella a estudiar a Córdoba y después me sumé yo. Y otra vez, entonces, soñamos a la par.

Pero no sé qué cosas habrá soñado “la Chechu”, que cada dos por tres se despertaba sobresalta­da. Con un grito, una respiració­n fuerte, se sentaba espantada sobre la cama y por lo general decía alguna frase incongruen­te.

Después se volvía a acostar y seguía durmiendo como si nada.

A mi corazón o al de mi prima Carina, con quien vivimos juntas en Córdoba, les costaba recuperar su ritmo normal. Volver a dormir después de semejante escena no era algo sencillo.

Pero “la Cari” un día se la cobró. Aunque fue sin querer, claro.

En el departamen­to, vivíamos cuatro: mi hermana, mi prima y mi hermano Lucas.

Un sábado que me volví al pago, Lucas salió y sugirió que no volvería a dormir. “La Chechu” se fue a estudiar a lo de una amiga y pasaría la noche allí, y Carina se quedaba sola en casa. Era época de exámenes y a ella también le tocaba agarrar los libros.

Lo hizo hasta entrada la madrugada y se fue a dormir. Pero algo interrumpi­ó su descanso. Sintió pasos en el departamen­to. Ruidos extraños. Alguien abría y cerraba los cajones. Sacaba y corría cosas. Sin dudas, había un ladrón.

Tres opciones

Mi prima estaba sola y encerrada en su habitación, en el tercer piso del edificio. No quería moverse para no hacer ruido y que fueran por ella. Casi inmóvil en la cama, paralizada por el miedo, “la Cari” llamó a mi hermana, le avisó que había ladrones y cortó. Necesitaba pensar cómo salir airosa de esa situación. Y pensó…

Opción 1: esconderse dentro del placar, pero para ello había que abrir la puerta corrediza y el ruido iba a alertar a los delincuent­es. Además, mide 1,78 metros. Claramente no iba a entrar.

Opción 2: saltar hacia el techito de la cochera, abrazada a una almohada para amortiguar el golpe. Pero abrir la ventana, y la persiana, no era menos ruidoso que la primera alternativ­a.

Opción 3: tomar algún elemento contundent­e como arma para poder defenderse si la atacaban, pero eso implicaba prender la luz y, otra vez, el ladrón (o los ladrones) notarían su presencia.

En otra parte de la ciudad, el miedo paralizó a mi hermana. Como había ocurrido varias veces, “la Chechu” se despertó sobresalta­da y se sentó en la cama. Pero esta vez, sus palabras tenían coherencia. Su amiga, aún dormida, intentaba entender. “¿Estamos soñando?”, le preguntaba.

¡Agente, agente!

Cecilia reaccionó y llamó a la Policía. “La Cari” volvió a tomar coraje y lo llamó a mi hermano, con la ilusión de que el “celu” suene dentro del departamen­to. Pero no. No sonó, ni Lucas atendió.

Los ruidos no cesaban. Y mi prima se cansó de darse manija. Para ella, era perdido por perdido. Así que respiró profundo y se levantó. Fue hasta la puerta y miró por el huequito de la cerradura. La ropa del delincuent­e le era familiar. Se asomó sigilosame­nte y ahí lo vio.

“Lucas”, le gritó como nunca, y siguió con algunas palabras irreproduc­ibles.

Mi hermano había vuelto a casa y se puso a cambiar el filtro de agua.

“La Ceci” tuvo que desarticul­ar por teléfono la denuncia, aunque no fue fácil. No le creían porque podría estar hablando bajo amenaza. Finalmente convenció a los policías de que había sido toda una confusión.

Lucas se fue a dormir. Carina se levantó a estudiar.

Yo volví esa noche al “depto” y dormí tranquila. El show ya había terminado.

 ?? (ILUSTRACIÓ­N DE JUAN DELFINI) ??
(ILUSTRACIÓ­N DE JUAN DELFINI)

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina