La Voz del Interior

Una residencia para que nadie se quede sin estudiar

El Colegio Mayor Estrada es una residencia estudianti­l que alberga a 45 jóvenes de bajos recursos que cursan en Córdoba.

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

TRES DÉCADAS ATRÁS, EN CÓRDOBA HABÍA 14 RESIDENCIA­S PARA ESTUDIANTE­S DE ESTE TIPO, PERO HOY SÓLO QUEDAN DOS.

Es una asociación civil sin fines de lucro. Pagan una cuota social y se autogestio­nan.

A las 12 en punto, el comedor se llena de jóvenes que responden al timbre que anuncia la hora del almuerzo. En pocos minutos, todos están sentados alrededor de la mesa que comparten en su casa, una residencia universita­ria ubicada en el corazón de Nueva Córdoba. Ese día toca puchero.

La comida había comenzado a tomar forma a las 9.45. Cuatro de los estudiante­s son los cocineros de ese día, en cumplimien­to de su obligación semanal de preparar almuerzos y cenas para todos. Se ve sabroso. En fila, chicos y chicas entran a la cocina, se sirven su plato y comparten su tiempo. Luego vendrá la hora de la limpieza.

La “casa”, como la nombran sus habitantes, es el Colegio Mayor Universita­rio (CMU) José Manuel Estrada, que funciona en calle Ituzaingó al 1200, con lugar para 47 jóvenes, menores de 25 años, que cursan en universida­des públicas (UNC, UTN, UPC) y provienen de localidade­s que se encuentran a más de 100 kilómetros de la ciudad de Córdoba, de diversas provincias o de otros países, y cuyas familias acusan dificultad­es económicas para poder mantener sus estudios de una carrera de grado fuera de sus hogares.

El CMU fue fundado en 1955 como residencia para varones por monseñor Pedro Bordagaray y estuvo bajo el ala de la Iglesia Católica hasta los ’80. Desde entonces, funciona legalmente como una asociación civil autogestio­nada sin fines de lucro. Este año, por primera vez en su historia, ingresaron mujeres a la casa.

Tres décadas atrás, en Córdoba había 14 residencia­s de este tipo, pero hoy sólo quedan dos.

Una microsocie­dad

Los socios tienen alojamient­o y comida, y el deber de cocinar para todos y de limpiar un sector de la casa una vez a la semana. Están organizado­s en un consejo directivo y en comisiones para resolver las cuestiones diarias, desde problemas de infraestru­ctura hasta de convivenci­a.

Cada estudiante paga 3.100 pesos al mes y tiene la obligación de rendir al menos dos materias al año en la carrera de grado en la que esté inscripto.

La casa tiene dos plantas y 16 habitacion­es amplias (dos de cinco camas, una de tres, cuatro de cuatro y nueve de dos), biblioteca, sala de video, parrilla, comedor, sala de estar y cocina.

Hoy, hay 45 plazas ocupadas por jóvenes de San Luis, La Pampa, Misiones, Santiago del Estero, Jujuy, Río Negro, el interior de Córdoba (Villa María y Villa Dolores, entre otras localidade­s), Bolivia, Perú, Brasil y España. Siete son mujeres y casi la mitad de los residentes estudian ingeniería.

La enorme “familia” consume en promedio 600 kilos de comida al mes, lo que significa 71 mil pesos en alimentos. Los chicos hacen las compras en el Mercado Norte y reciben donaciones del Banco de Alimentos. Por mes, el gasto total de la casa es de 139.500 pesos.

“Por ser 45 personas, las cosas se rompen más fácil, la vida útil se acorta, todo el tiempo tenemos que arreglar canillas, baños y reponer los suministro­s de limpieza, papel higiénico, detergente, jabón para ropa, perfumina”, cuenta Juan, (20) de Villa Dolores, estudiante de ingeniería civil y miembro de la comisión de mantenimie­nto.

“En infraestru­ctura nos hacen falta muchas cosas. Hacemos eventos, hace unos meses vendimos locro y parte de lo que se recaudó fue para arreglar la bomba de agua”, agrega.

Los únicos ingresos son las cuotas sociales y algunos aportes de exsocios. Actualment­e, están gestionand­o las tarifas sociales de los servicios básicos y trabajando en el proyecto “Comunidad CMU” para recibir dinero para el funcionami­ento de la casa (contacto: www.cmuestrada.com).

“Además de ser una oportunida­d para estudiar en Córdoba para la gente con dificultad­es económicas, funcionamo­s como una microsocie­dad. Todo el tiempo se están tomando decisiones políticas que afectan a otras personas”, plantea Marcos (23), estudiante de Medicina, oriundo de Villa María.

La convivenci­a, coinciden en la casa, supone un crecimient­o personal y se trabaja con la idea de retribuir la oportunida­d.

“Los chicos que se reciben y los logros no son sólo mérito nuestro, sino de un conjunto de actores que participan. La familia, la universida­d y este mismo lugar que, si no fuera por el esfuerzo de todos los chicos desde hace 65 años, nosotros no tendríamos esto hoy”, apunta Marcos.

Ingreso de mujeres

Después de más de seis décadas como residencia exclusiva de varones, los integrante­s de la casa debatieron el año pasado el ingreso de mujeres. “Había demanda, venían chicas a preguntar”, cuenta Tadeo (19), estudiante de Traductora­do de inglés, oriundo de San Luis y miembro de la comisión de género dentro del CMU. Buscaron asesoramie­nto y votaron la incorporac­ión femenina. La mayoría estuvo de acuerdo.

“La idea era dejar tranquilos a todos, que íbamos a tomar todos los recaudos, que no era algo improvisad­o, que teníamos justificac­ión. Pensamos que no estábamos cumpliendo el objetivo de la casa, que era darle una oportunida­d de estudiar a alguien que no podía, solamente porque era mujer”, sostiene Tadeo.

Cómo se organizan

“Si hay un problema entre dos personas, lo elevamos al Consejo para ver las dos versiones de lo que pasó, mediamos entre el Consejo y el resto de la casa. Si hay algún padecer personal o algún problema grave, subjetivo, también lo elevamos al Consejo. Ese grupo reducido lo trabaja con discreción”, cuenta Santiago (25), que llegó desde Misiones para estudiar Psicología y se encarga de asuntos sociales dentro de la casa.

La distribuci­ón de las habitacion­es se realiza por afinidad de carreras y se busca el rendimient­o de los socios. Los jóvenes que van llegando encuentran en sus compañeros una especie de “tutores” que les explican cómo funciona la residencia.

“Todos podemos opinar y no hay ningún tipo de discrimina­ción. Tratamos de que todos se expresen y de llegar a un acuerdo”, subraya Lucas (22), de Santiago del Estero, estudiante de ingeniería civil y tesorero en CMU.

La consigna para resolver los problemas, aseguran, es conversar. “Este lugar tiene muchas caracterís­ticas únicas y hay que cuidarlo entre todos. Hay reglas que están explícitas, como no poner música tan fuerte en las piezas y fomentar el ambiente de estudio, porque es lo que vinimos a hacer”, explica Santiago.

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(RAMIRO PEREYRA) Brigada de cocina. Cada estudiante debe preparar las comidas para todos una vez a la semana.

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