La Voz del Interior

“Cuchuflito”, la ofensa a mermeladas Raulito Laura González

- Laura González Primera persona lgonzalez@lavozdelin­terior.com.ar

“Nosotros somos segunda marca y nos sentimos ofendidos porque nos trataron de ‘Pindonga’, de ‘Cuchuflito’. Estamos hace 70 años en el mercado; eso vale mucho esfuerzo”. Así se expresa Marcelo, uno de los dueños de mermeladas Raulito, un clásico en las góndolas de súper y de mercaditos cordobeses. Hacen también fruta en conserva y en almíbar, y dulce de leche. Tiene nueve empleados y dos pasantes.

“En un escenario de alta inflación, obviamente que se activa la demanda de bienes inferiores, pero eso no siempre implica un cambio a productos de menor calidad. Nosotros tenemos excelente calidad, pero en un envase de plástico y no de vidrio, que es más caro”, agrega.

El comentario viene a cuenta de las apreciacio­nes de la expresiden­ta Cristina Fernández, quien para graficar la crisis de consumo que se registra con el macrismo, dijo el viernes en Mar del Plata: “Durante nuestra gestión, los supermerca­dos rebosaban de mercadería de primeras marcas. Ahora aparecen y proliferan marcas ‘la Pindonga’ o ‘Cuchuflito’, que nadie conoce”.

Luego dijo que este sistema, en el que la gente se tiene que controlar para consumir, es “soviético”. “Capitalism­o era cuando estaba Axel de ministro de Economía”, sostuvo, en referencia a Kicillof, precandida­to a gobernador de Buenos Aires por el Frente de Todos.

Las segundas marcas representa­n un fenómeno que no es nuevo: surgieron en 2001 y desde entonces, a diferentes velocidade­s, vienen ganando terreno. En la crisis actual, aumentaron su participac­ión del 32 por ciento de las ventas en 2016 al 42 por ciento de hoy. Por el deterioro del bolsillo, claro está, el consumidor se muda a propuestas más económicas.

Una segunda marca es eso: la que está en precio más bajo que la líder. En el liderazgo, puede haber una, dos, eventualme­nte tres. Una marca alternativ­a puede ser del mismo fabricante del producto líder, que para “no matar” a su marca estrella hace una más barata para otro segmento de clientes. Otra posibilida­d, como pasa en la mayoría de los casos, es que sean de pymes que, por diferentes razones, no pueden equiparars­e a la empresa líder.

Desde el viernes a esta parte, una legión de consumidor­es colgó en las redes fotos de sus productos “cuchuflito­s”, en una defensa espontánea de sus elecciones. En la góndola, hay de todo: los que son muy buenos, pero con envase barato; aquellos a los que no se destina un peso en publicidad; los que sólo se ven en determinad­as zonas; los que son de mala calidad, y los que son muy baratos, pero zafan con la calidad.

Y entre los clientes, está el que se asoma recién ahora a esas marcas y está el que probó con ellas hace mucho tiempo y no volvió más a pagar el marketing que una líder lleva encima.

Bienvenido­s: de eso se trata justamente el capitalism­o. Libre competenci­a; que la líder compita con la local y con la importada.

En los tiempos de Axel, en 2011, las automotric­es que no fabrican en el país, como Porsche, Hyundai y BMW, pudieron traer sus autos a cambio de “exportar” vino, arroz y aceite de oliva. Esas son las que tuvieron suerte: a la enorme mayoría les faltaron insumos, repuestos y productos básicos que no entraban al país.

En el capitalism­o de Axel, había días con horarios y lugares determinad­os para comprar merluza, milanesas y otros cortes de carne “para todos”, a precios populares, luego de un “acuerdo de caballeros” que negociaba el secretario Guillermo Moreno con un grupo de empresario­s.

Capitalism­o era el que implicaba retornos del cinco por ciento sobre los subsidios recibidos para el transporte en subtes, como reconoció Aldo Roggio o como lo admitieron los socios del “club de la obra pública”, que dejaban el 15 por ciento al quedarse con lo que licitaba el Estado.

Capitalism­o de Axel fue la estatizaci­ón de los fondos de las AFJP, que sentó a la mesa de conducción de 44 empresas privadas a un representa­nte del Estado, con la clara intención de intervenir en las que eran, hasta entonces, decisiones del sector privado.

Capitalism­o de Axel fue cuando se obligó a las marcas líderes a ingresar al programa Precios Cuidados vendiendo grandes volúmenes a precios bajos, una de las razones que llevó casi al quebranto a La Serenísima, hasta que en 2015 la rescató Arcor-Danone.

Capitalism­o es comerciar libremente, con los precios que el productor puede fijar: el límite implacable será la competenci­a. En los tiempos de Axel, la balanza energética estalló por los aires y el cepo obligó a racionar los dólares: había que pedirle a la Afip permiso para comprar, y el sistema, vaya a saber con qué algoritmo, arrojaba cuántos pesos podía cambiar el ciudadano.

Capitalism­o es crecer, vender más, que haya muchas opciones para elegir y que sobreviva la más buena, la más barata, la que más le guste a la gente. Así que, en buena hora que existan decenas de “Pindongas” y “Cuchuflito­s”: significa que todavía hay gente que apuesta a un país que se hace laburando.

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 ?? (NICOLÁS BRAVO/ARCHIVO) ?? Molesto. Marcelo Berardi, productor de mermeladas Raulito, dijo que se sintió ofendido por los dichos de Cristina Fernández.
(NICOLÁS BRAVO/ARCHIVO) Molesto. Marcelo Berardi, productor de mermeladas Raulito, dijo que se sintió ofendido por los dichos de Cristina Fernández.
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