La Voz del Interior

“El Tata” y la pelota , un beso para la eternidad

- Alejandro Mareco amareco@ lavozdelin­terior. com. ar

Fue un beso apretado y nervioso, tan fugaz como apasionado. Un beso de amor revelado, de esos que caen en la cuenta de cuánto sentimient­o definitivo hay con una compañera cotidiana de ilusiones. “El Tata”, entonces, levantó la pelota a todo lo alto de sus brazos y se la ofrendó al cielo, a la vida, o a lo que para él era todas las cosas juntas: el fútbol.

El 29 de junio de 1986, la misma pelota que había empujado con su frente para anotar el primer gol de la final que llevaría a los argentinos al paraíso de campeones del mundo rodó, mansamente, hasta donde José Luis Brown había arrodillad­o su emoción.

Si se revuelve el inmenso baúl del fútbol argentino, las fotos del “Tata” Brown con la pelota son las más regocijada­s de afecto, las que representa­n como pocas la conquista del instante mágico, pero en el que se empeña el esfuerzo y el sueño.

En el firmamento del “Tata” nunca hubo una estrella que brillara más que la pelota. La vida de los Brown en Ranchos era difícil: para pelearle a la pobreza, dejaban a sus hijos mellizos, José Luis y Miguel, de lunes a sábado en una escuela hogar.

Pero la pelota hizo posible una niñez para el “Tata”. Y se fue detrás de su estela. Tenía apenas 13 años cuando llegó a la pensión de Estudiante­s de la Plata “El fútbol era mi mundo, todo lo que conocía y quería. Hasta que lo abandoné, no salí un viernes o un sábado”, nos diría años después en Córdoba, ya de pantalones largos. Los que lo vimos y vinimos como jugador de Estudiante­s, supimos de su pasta de campeón.

Hasta que en aquella final que no se quitará jamás de los ojos de la memoria futbolera nacional, “el Tata” nos robó el corazón mundo. “Brown, héroe sublime” titularía el diario deportivo francés L’Equipe. Su gol y la convicción de no rendirse pese a su lesión en el hombro conmoviero­n al mundo.

Aquellas fotos se quedan entre nosotros definitiva­mente, aun generacion­es después, como prueba de un amor compartido. Mientras, de la vida, entre tantas cosas, “el Tata” se lleva la intimidad del ardor de aquel impacto de gol en su frente y el gusto a cuero, pasto y gloria que sintieron sus labios.

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Ofrenda. Después de besarla, “el Tata” Brown levanta la pelota al cielo.
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