Una problemática social compleja
tanto padres con estudios primarios incompletos, obreros o beneficiarios de algún plan social, como otros con estudios secundarios y cuentapropistas o comerciantes en relación de dependencia.
Ante un embarazo no planificado, la gran preocupación de la adolescente es cómo comunicarlo a sus padres. Tomar conocimiento de su estado puede convertirse en un trauma paralizante.
Cuanto más se demore y se complique esa situación, habrá mayores dificultades para organizar eso que los investigadores denominan la “matriz de apoyo”, la contención adulta que la adolescente requiere para desarrollar las condiciones psicológicas necesarias y enfrentar la tarea de cuidar de sí misma durante el embarazo y, luego, de su bebé.
Que la familia acepte su embarazo es indispensable para que la futura mamá lo experimente como algo gratificante y se disponga de modo favorable. En concreto, su madre resulta central en las tareas de apoyo y contención para comprender el proceso en curso e identificarse con ella. Por su parte, cuando el padre se niega a aceptar el embarazo de su hija, le provoca una fuerte inestabilidad emocional.
En paralelo, la presencia armónica o la ausencia conflictiva del padre del bebé, durante el embarazo primero y después tras el nacimiento, tienen su impacto y ayudan o dificultan en todo el replanteo de vida que debe transitar la joven madre.
El cuadro descripto por esta investigación debiera ser el punto de partida para el diseño de un abanico de políticas públicas que aborden tan compleja problemática.
Por un lado, está el tema de la educación sexual. Esos padres, tan importantes durante el embarazo, podrían ser mediadores eficaces, con el apoyo del Estado, en la educación sexual de los jóvenes para disminuir los embarazos no deseados.
Por otro lado, las madres adolescentes se ven más afectadas por la deserción escolar, la pobreza y las dificultades en el mercado laboral. De hecho, dos de cada tres jóvenes argentinas que no trabajan ni estudian (los “ni-ni”) son madres adolescentes.
Ambas vías colaboran para una perpetuación de la pobreza, que cada vez se feminiza más.