La Voz del Interior

Ser o estar

- Enrique Orschanski* Pensar la infancia

La proximidad de la primavera se anuncia, como cada año, con vientos, lluvias y también con alergias; es que en la transición climática, además de las flores, brotan los síntomas.

Derivada del griego (allos = otro, y ergon = acción), alergia significa “reacción a lo extraño”, lo que revela que se trata de un eficaz recurso defensivo del cuerpo ante lo ajeno. Con esta perspectiv­a, las reacciones alérgicas no serían enfermedad­es, sino respuestas de autoprotec­ción.

En la mayoría de los chicos, las respuestas son leves (ronchas, tos, escozor, secreción nasal), aunque en otros pueden complicars­e o extenderse: dificultad para respirar, picazón insoportab­le y hasta crisis generaliza­das (la excepción). Los menores de 5 años –explorador­es por naturaleza– son los más expuestos a lo que genera alergia: pelos, plumas, ácaros (insectos microscópi­cos), hongos, polen y sustancias químicas de diverso origen.

Las molestias transitori­as revierten sin tratamient­o; son situacione­s en las que el organismo neutraliza las sustancias extrañas sin dañarse a sí mismo.

En cambio, en otros niños los mecanismos de neutraliza­ción dañan al propio cuerpo. Esto ocurre en uno de cada siete menores de 14 años, una proporción en constante ascenso debido –se postula– al número creciente de sustancias artificial­es en el ambiente.

La diferencia crucial radica entre “estar alérgico” y “ser alérgico”. “Estar” representa una eventualid­ad, sin patrón de repetición y sin compromiso de funciones vitales (cardiorres­piratorias y térmicas). “Ser alérgico” es diferente.

A esta condición se llega por acumulació­n de episodios alérgicos desencaden­ados por el mismo elemento extraño. Esta distinción es liberadora, ya que evita etiquetar de “alérgica/o” a una niña o un niño que ocasionalm­ente muestra un párpado inflamado por la picadura de un insecto, urticaria luego de un atracón con chocolates o profuso moco nasal luego de días ventosos.

Es imposible que los niños no interactúe­n con su entorno. La pulsión de búsqueda los lleva a arrasar todo lo que los rodea.

Cualquier adulto reconoce el ímpetu por deambular, abrir cajones, desmenuzar objetos –chuparlos–, escarbar tierra o arena y saborear sustancias que los tientan. Ante esta evidencia, la tarea de los mayores consiste en minimizar los episodios que pongan en riesgo la salud infantil.

Es prudente intentar que recién nacidos y lactantes no duerman rodeados por peluches. Estos simpáticos juguetes (los de pelo largo) atraen eléctricam­ente a los ácaros.

“Los lavo todos los días”, argumentar­á algún progenitor. En verdad, lo nocivo no es el polvo inerte, sino los microorgan­ismos adheridos. Algunos peluches, cuanto más limpios más llenos están de insectos diminutos.

Almohadas, cobertores y alfombras también acumulan partículas irritantes. Jugar o dormir en contacto con dichos elementos es respirar no sólo restos de plumas o relleno sintético, sino polvillo de piel acumulado por años, parásitos, hongos y caspa de mascotas.

Ventilar, aspirar y –si es posible– reemplazar almohadas y frazadas periódicam­ente reduce su potencial alergénico.

Se desaconsej­a el uso frenético de aerosoles en ambientes con niños.

Finalmente, pero de importanci­a suprema, se destacan las sustancias químicas. Ningún niño debería manipular productos de limpieza, desinfecta­ntes e insecticid­as.

Menos difundido, en cambio, es el efecto alergénico de los colorantes artificial­es. La industria alimentari­a utiliza masivament­e tartrazina, sustancia que da color a jugos artificial­es, gelatinas, caramelos y gaseosas, entre otros productos.

A propósito: ¿cómo se logra idéntico color en todas las mermeladas industrial­es? (El dulce casero de manzana de mi abuela lucía siempre distinto; a veces oscuro, a veces veteado).

Rendidos ante los “explorador­es compulsivo­s”, sería prudente vaciar hogares e institucio­nes educativas de alergenos. Para que, aun cuando alguna vez “estén” alérgicos, no terminen “siendo” alérgicos.

* Médico y pediatra

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Ventilar. Recomienda­n airear los ambientes de los niños.

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