La Voz del Interior

Laura González escribe sobre la presión fiscal y el hartazgo de los contribuye­ntes.

- Laura González En primera persona lgonzalez@lavozdelin­terior.com.ar

“Nos tenemos que poner de acuerdo y no pagar los impuestos por seis meses, sean municipale­s, provincial­es o nacionales. Todos unidos veremos de dónde sacan plata los políticos para bancar la sobredimen­sión que tiene el Estado”, dice, hastiada, Analía. “Los funcionari­os siguen exprimiend­o a los argentinos y ninguno reacciona, somos unos giles”, agrega.

Dos salvedades sobre lo que apunta Analía. Una, en la mayoría de los impuestos que pagamos los argentinos no tenemos chance de ensayar siquiera una rebelión fiscal porque el impuesto está cargado en el precio. Eso pasa con aquellos que gravan las transaccio­nes, como el Impuesto al Valor Agregado, que carga con el 21 por ciento cada producto o servicio o con Ingresos Brutos, que conlleva en promedio otro cinco por ciento en el precio del producto, más toda una carga agregada en la cadena de valor. Claro que el comercio puede no facturar, pero es raro que “comparta” el peso del impuesto no pagado con su cliente. Y de todas formas, sería una decisión del comercio y no del consumidor, embarcado en esta teórica cruzada del no pago.

Hay otros impuestos, como los que gravan el patrimonio, que pueden ser más vulnerable­s al enojo ciudadano. Ahí se cuenta, por ejemplo, el que grava los inmuebles o los automóvile­s, pero los Estados han ido achicando el cerco para evitar ese incumplimi­ento.

La primera gran zanahoria, al menos en la Provincia de Córdoba, es el gancho del descuento del 30 por ciento al contribuye­nte cumplidor. Quien se atrasa, lo pierde. En los inmuebles, por caso, la gran mayoría de los ciudadanos alcanzados pertenecen a esa extraña clase media que no duerme tranquila si debe la cuota y es probable que hasta se endeude para pagar. En el impuesto automotor, si se quiere transferir el auto a un tercero, hay que tener al día la patente. En la ciudad de Córdoba no se puede renovar el carnet de conducir si se adeuda la patente, por caso.

Bienes Personales es un impuesto que no todos pagan, aun estando alcanzados, aunque la Afip viene ajustando el torniquete porque le informa al ciudadano, en la sección “Nuestra parte” de su sitio en internet, todo lo que la Afip sabe de él. Se puede no pagar. Un año, dos. Pero se genera deuda.

Otra vía de recaudació­n de los Estados son los impuestos que gravan los ingresos: Ganancias, por excelencia. Tampoco hay manera de ensayar una rebelión fiscal para aquellos que, claro está, tienen sus ingresos en blanco: el impuesto se descuenta antes de cobrar el sueldo. En las empresas se paga el 30 por ciento del impuesto a las Ganancias. Incluso se pagan anticipos de Ganancias antes de saber siquiera si habrá ganancias en el ejercicio. ¿Se puede eludir? Hay de todo. De hecho, se calcula que el 40 por ciento de la economía trabaja en negro o o en zonas grises. A veces por vivos; a veces porque la presión fiscal es tan pesada que convierte a la evasión en la única vía de escape para no cerrar.

El economista Nadin Argañaraz calculó, para el sector comercio, que quien evade 20 por ciento de lo que factura logra que su rentabilid­ad aumente 200 por ciento. Para muchos, esa es la diferencia entre darse de baja o seguir en carrera.

Las empresas, además, cargan con los impuestos al trabajo: por cada 10 mil pesos que le llegan en mano a cada empleado, tienen que aportar alrededor de 14.500 pesos. Un tercio se lo queda el Estado. Además, en el último año y medio, el sector privado debe asumir el peso del aumento del costo del dinero.

Jorge Ribba, de Dulcor, por ejemplo, reveló que pagó 70, 80 y hasta 109 por ciento de interés anual a los bancos y que tuvo que acudir a eso porque tenía inversione­s en marcha que no pudo parar, aun cuando el contexto económico dio una vuelta de campana.

“Eso, más la devaluació­n, nos puso al borde de la caída”, reveló el titular del grupo que emplea a unas mil personas en las diferentes unidades de negocio. Dijo que hace nueve meses que está en conversaci­ones con los bancos y que estima que logrará un acuerdo para refinancia­r su deuda. Pequeños Dulcor se cuentan de a miles.

La rebelión fiscal no conduce a nada: pagamos impuestos porque vivimos en un Estado democrátic­o que asume funciones vitales para la convivenci­a. Pero sí hay un hastío de los contribuye­ntes que hace pocos años no se visibiliza­ba; y que viene in crescendo. Impuestos que se llevan de arranque el 41 por ciento en los alimentos y más del 50, por ejemplo, de los autos, hacen que producir en Argentina sea una verdadera odisea. No de giles, porque son los que le ponen el pecho al país. Pero casi.

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