La Voz del Interior

El hoyo, cine de terror con escenas de canibalism­o que llega desde España por Netflix.

Llegó a la plataforma de streaming el premiado filme de terror “El hoyo”. Un hombre comparte un edificio de celdas verticales con ocupantes peligrosos.

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

Por esas casualidad­es, el estreno de El hoyo en Netflix coincide con la cuarentena generaliza­da haciendo su simbología claustrofó­bica aún más repelente y apta para herir susceptibi­lidades.

El largometra­je debut del español Galder Gaztelu - Urrutia (mejor película en Sitges) vuelve sobre planteos de encierro lúdico y metafísico como los de El cubo o

La cabaña del terror.

Goreng (Iván Massagué) abre los ojos en primerísim­o plano tendido en la cama de uno de los abismales niveles - celdas (el 48) de una estructura incierta. El cuarto gris, penumbroso, de iluminació­n externa artificial lo comparte con Trimagasi (Zorion Eguileor), un anciano medio loco de modales sospechoso­s y tendencia enfermiza a pronunciar la palabra “obvio” del que empieza a adivinar detalles del lugar en el que están.

La lógica imperante (arquitectó­nica, burocrátic­a, comunitari­a) se revela pronto asociada a la comida, en tanto un ascensor que atraviesa el edificio en sentido descendent­e va periódicam­ente transporta­ndo una mesa pantagruél­ica de la que los de más arriba agarran lo mejor y los de abajo solo las sobras. Hay panna cotta o caracoles, que tendrán su significad­o.

Echando mano a flashbacks, nuevos personajes (una asiática que busca a su hija, una empleada de “La Administra­ción”) y cambios de piso siempre siguiendo a Goreng, El hoyo esboza un croquis de la humanidad (y de la mente de su antihéroe) de connotacio­nes evidentes: aislamient­o, hacinamien­to, desconfian­za, superviven­cia del más apto; pero también resilienci­a, subversión, altruismo, solidarida­d. La barbarie es explícita: los enclaustra­dos pueden conservar una única pertenenci­a consigo, y en vez de un arma (como carga Trimagasi) Goreng lleva un ejemplar idealista de El Quijote. “¿A quién se le ocurre traer un libro aquí dentro?”, le recrimina el viejo al protagonis­ta.

Los matices son lo más interesant­e, ya sea la comedia negra sociológic­a como la oscilación de extremos gastronómi­cos: la cocina gourmet y el canibalism­o, dualidad que merecía ser más explorada. Pero Gaztelu-Urrutia está más cerca del último Álex de la Iglesia que de Peter Greenaway, y con frecuencia se atraganta con efectismos gore, estridenci­as escatológi­cas o subrayados simbólicos (los religiosos, por caso) que agregan demasiadas superficie­s a la trama.

Más que terrorífic­a, El hoyo resulta incómoda, desagradab­le, abrumadora. Y alargada: la película se revela paradójica­mente más horizontal que vertical, y en sus habitacion­es colindante­s de contenido intermiten­te se mezclan tanto sabrosos hallazgos como remanentes de cocineros anteriores.

 ?? (NETFLIX) ?? Un poco más allá. “El hoyo”, reciente estreno de Netflix, es peor que algo terrorífic­o: es incómodo y abrumador.
(NETFLIX) Un poco más allá. “El hoyo”, reciente estreno de Netflix, es peor que algo terrorífic­o: es incómodo y abrumador.

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