Marcas imborrables de la dictadura
Gladys Teresa Rosales
Cursaba mi último año en el nivel secundario cuando el 24 de marzo de 1976 se produjo el golpe de Estado que derrocaba a la presidenta María Estela Martínez de Perón.
En Corral de Bustos-Ifflinger, pequeña ciudad del sudeste cordobés donde nací y vivo, hay marcas que dejó la dictadura y que aún duelen y dolerán siempre: familias que fueron secuestradas, de las que algunos integrantes fueron liberados después de padecer el horror, mientras, lamentablemente, dos jóvenes se encuentran desaparecidas, Olga Lilián Vaccarini y Graciela Gladis Pujol.
Por iniciativa del Centro de Estudiantes de la Escuela Normal Superior Maestros Argentinos, (escuela pública donde cursé todo el secundario y donde me desempeño como docente desde hace varios años, habiendo sido cesanteado un profesor en aquellos años terribles), el patio lleva sus nombres desde el año 2011, por ser ellas exalumnas y por considerarlo el lugar donde se disfruta la alegría de los recreos. En la plaza Santa Rosa, ubicada frente a la escuela, hay un monumento en su homenaje, realizado por artesanos, a pedido de la Municipalidad.
Viví mi infancia, adolescencia y juventud atravesada por tres dictaduras: la de 1962, la de 1966-1973 y la última, de 1976-1983. Pude votar por primera vez en 1983, a mis 23 años, y considero que a la democracia, al igual que a la salud y a la libertad, no hay que valorarla sólo cuando se la pierde, sino que es nuestro deber como ciudadanos, cuidarla, protegerla y defenderla siempre.