Las personas mayores, ¿un daño colateral?
El coronavirus ha puesto en evidencia las fortalezas y miserias de la naturaleza humana a lo largo y a lo ancho del planeta. Al menos de lo que nos hemos podido enterar, que no es poco; pero no sabemos si es todo.
Tampoco es algo que sorprenda: las catástrofes siempre ponen en relieve lo mejor y lo peor de las personas.
Sin embargo, la afectación especial a los mayores de 60 años y la rápida proliferación del virus generaron situaciones que han puesto en debate algunos criterios utilizados ante la falta de medios sanitarios necesarios para atender a la demanda imparable.
Y de pronto nos hemos enterado de que existe algo que se denomina “Índice de comorbilidad de Charlson”, que estima el tiempo de vida futura de un sujeto conforme a su edad y patologías.
También leímos acerca de la (supuesta) aplicación del criterio denominado NCR, que significa “No candidato a reanimación”.
Estos conceptos determinarían la “selección” de un sujeto en lugar de otro para recibir asistencia, por padecer coronavirus, en caso de ser insuficientes los medios. Y, por supuesto, la situación de quien tiene más de 80 años. Pensemos en las personas que pertenecen a este grupo vulnerable: ¿quién decide si viven o mueren?
Algunos medios han publicado que estas pautas se aplicarían (¿o se están aplicando?) para decidir cuál es el paciente “por salvar” en países europeos. Poner en los profesionales de la salud –en la hipótesis de que esto fuera cierto– tamaña responsabilidad moral excede la capacidad de razonamiento, porque las consecuencias son inimaginables. Se les transferiría el poder de vida o muerte.
Trasladar a un colectivo que tiene por fin salvar vidas los problemas que la política y la administración de recursos –en el siglo 21– aún no pueden resolver es un acto de impudicia moral.
De todos modos, quizá sea oportuno decir que las personas mayores, que disfrutan con la lectura en soporte papel, que no tienen interés en la tecnología, cuya utilización es un derecho y no un deber, hace tiempo que ven un cambio vertiginoso en sus vidas. Pero ahora, lo que advierten, de modo brutal, es el no-valor de su existencia.
En la segunda mitad del siglo 20, nos sumíamos en el relato atemorizante del Diario de la guerra del cerdo, la historia de jóvenes contra viejos que escribió Adolfo Bioy Casares y que hoy resulta profética.
Enfrentarse a esta situación individual y colectivamente no es sencillo. Y si a ello sumamos la vocación local de dar coloratura distinta a los acontecimientos, en nuestro país nos encontramos con personas que no quieren cumplir la cuarentena. O sea, anomia, irrespeto, perversidad, irresponsabilidad, a punto máximo.
En este contexto, tenemos derecho a saber, con exactitud, la información de que disponen las autoridades que deben ponernos en conocimiento preciso sobre esto de modo claro y contundente, sin atajos.
En definitiva, saber si en un caso extremo seremos seleccionados para vivir o morir.
* Docente universitaria