La Voz del Interior

Cuarentena en los barrios: qué dicen los que no están en casa

- Héctor Brondo hbrondo@lavozdelin­terior.com.ar

Los palos borrachos están florecidos en Córdoba.

Lo están los de la avenida Rafael Núñez, en el Cerro de Las Rosas, y los de la Duarte Quirós.

También, los del bulevar Arturo Capdevila, en barrio Ayacucho, y los de la plaza Rivadavia, de Alta Córdoba.

Árboles rebeldes, si los hay. No esperan la primavera ni les hacen caso a los designios naturales para brotar y estallar en flores.

Desobedien­tes como algunos cordobeses que ponen excusas o dan razones para romper la cuarentena obligatori­a.

Dayana (25) ofrece una oración a San Judas Tadeo en la gruta emplazada en el cantero central de la avenida Spilimberg­o.

Cruza la calle en diagonal y se refugia de la lluvia en la parada de chapas de zinc que está frente al oratorio; allí se para a esperar el ómnibus 23.

“Sé que tendría que quedarme en casa, pero trabajo para unos viejitos en Ampliación San Pablo. Me pidieron por favor que fuera a verlos porque no pueden salir a hacer las compras, ni limpiar la casa, ni nada”, explica la joven y hace un gesto como de disculpas con las palmas de las manos abiertas hacia adelante.

Agobiado por el encierro

Norberto (68) espera su turno en la verdulería y frutería que despacha al público sobre Spilimberg­o, casi avenida Circunvala­ción.

“Si no salía a hacer las compras después de cinco días de encierro, creo que agarraba las paredes de mi casa a cabezazos”, comenta con humor; vive en Residencia­l América y reconoce que tiene negocios cerca de su domicilio para aprovision­arse de alimentos frescos, si quisiera. “Necesitaba distraerme un rato, por eso vine hasta acá”, admite, y cambia el tono de voz cuando toma conciencia de la falta.

Una docena de personas completan la fila. No guardan la distancia sugerida para prevenir el contagio; todas llevan efectivo para pagar las compras.

Marcelo y Diego estacionan una Traffic bastante “baqueteada” en avenida Juan B. Justo al 5300. En ese puesto improvisad­o ofrecen 10 choclos por 100 pesos.

Sergio (26) espera el 601 en Góngora, a pasos de avenida General Paz, en Alta Córdoba.

Se trata de Laguna Larga, que repetirá la medida.

El municipio cordobés de Laguna Larga comenzó el viernes a desinfecta­r todo el pueblo para evitar la propagació­n del coronaviru­s. Las tareas de limpieza son realizadas cada dos días por personal municipal, que previament­e recibió una capacitaci­ón, y durarán hasta que finalice el aislamient­o, según dijo a La Voz el intendente, Matías Torres.

Dice que está suspendido “en el laburo hasta que pase todo”; se refiere a la pandemia. En una bolsa de polietilen­o, lleva el uniforme de trabajo. “Tengo que devolverlo en la empresa de seguridad que me contrató como temporario; espero que me llame pronto”, comenta y ruega.

En avenida 24 de Septiembre al 1.800, un retén policial detiene a tres autos particular­es. Luego de controlar la documentac­ión exigida para circular, los agentes dejan continuar la marcha a dos; al restante le piden hacerse a un costado y detenerse. Allí queda.

Dos cuadras más arriba, un hombre (de unos 50 años) cruza en bicicleta. Avanza bajo la lluvia que otra vez se desató con intensidad. Lleva una mochila con herramient­as de la que se asoma un serrucho. Quizá va a hacer una changa.

En la esquina de Garibaldi, Nilda (78) camina a paso muy lento sujetándos­e con una mano el pilotín con capucha. En la otra lleva un vaso de telgopor con tapa.

“¿Ustedes de dónde son, de La Voz?”, pregunta al cronista y al fotógrafo.

“No me vayan a denunciar porque fui hasta la estación de servicio a buscar un café con leche para

desayunar”, explica.

La mala suerte de Oscar Frente al CPC de barrio San Vicente, Oscar (60) rebusca unas monedas cuidando los autos que estacionan ahí o en el supermerca­do VEA, a 20 metros de la esquina. Vive en situación de calle desde hace tiempo. Transcurre la cuarentena sentado en una silla debajo del toldo de un negocio. “Me estoy cagando de hambre porque no se ve a nadie desde hace rato”, se queja de la mala suerte.

En el Ipem N° 129 Héroes de Malvinas, de Villa Martínez, unas 20 personas esperan la vianda del Paicor en la puerta del colegio. María (41) es mamá de dos alumnos. “Hoy nos dieron arroz con queso, hamburgues­as, pan y un turrón”, detalla. Se va contenta. Mientras, uno de los policías que ordenan el ingreso le llama la atención a un muchacho de mediana edad: “Los chicos se tienen que quedar en la casa por el coronaviru­s. Por eso no se dictan clases”, le advierte. “Soy el tío y le estoy haciendo un favor a mi cuñada, que se tuvo que ir a trabajar”, le explica el hombre. Tres nenas y un varón escuchan con atención.

Panorama esperanzad­or

Los testimonio­s compartido­s fueron registrado­s durante la recorrida realizada este miércoles por los barrios periférico­s de la ciudad. En líneas generales, el acatamient­o de la cuarentena es alto.

Tal vez, la lluvia colaboró. En 60 kilómetros, había pocos locales comerciale­s abiertos no comprendid­os en las excepcione­s: una librería y fotocopiad­ora, una compravent­a, una casa de repuestos de autos, una de dermocosmi­atría y alguno que otro más.

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