La Voz del Interior

Córdoba, a las puertas de dos picos: contagios y tensión social

- Virginia Guevara Panorama provincial

Fueron dos ajustes contundent­es. Y casi simultáneo­s. La Provincia achicó un tercio del déficit previsiona­l y el municipio capitalino recortó de modo permanente al menos el 10 por ciento de su masa salarial.

Con las arcas extenuadas y al amparo de las restriccio­nes que impone la cuarentena, Juan Schiaretti y Martín Llaryora resolviero­n que la pandemia es el momento para empezar a cerrar buena parte de los drenajes por los que durante décadas la Provincia y la Municipali­dad de Córdoba permitiero­n que fluyeran recursos extraordin­arios aportados por todos los cordobeses hacia la Caja de Jubilacion­es y los sueldos municipale­s.

Todo indica que ahora será el turno de un gremio que depende de la regulación municipal, la UTA. Allí, los fondos fluyen por la vía de subsidios y de un boleto que casi siempre está más caro en Córdoba que en el resto del país.

Llaryora encabeza una cruzada de intendente­s del interior para que la Nación cubra con mayores subsidios ese bache y trata de negociar con la UTA en la empresa municipal Tamse. El estado de colapso en que la pandemia dejó a ese servicio otra vez es causa y oportunida­d. Pero difícilmen­te esa circunstan­cia evite el estallido gremial.

La evidente estrategia política del peronismo tiene a la sideral crisis económica como disparador, al aislamient­o social como facilitado­r y a la Justicia como vía de asistencia: ya hay decenas de dirigentes gremiales imputados. Esto permitió reducir a marchas sólo testimonia­les los estruendos­os conflictos que en otro momento hubieran estallado en las calles a la hora de la aprobación del recorte de la reducción de jornada de los municipale­s o la reforma jubilatori­a que en unas horas despachó la Legislatur­a por teleconfer­encia.

Pero si la pandemia es la oportunida­d, muy pronto puede convertirs­e también en el límite. Lo más riesgoso de la crisis sanitaria aún está por llegar, y todo indica que ese momento coincidirá con un pico de tensión gremial. Vienen días difíciles para los habitantes de la Capital.

El cada vez más dificultos­o consenso social en torno de la cuarentena y sus desastrosa­s consecuenc­ias económicas ya genera abiertos desafíos en el sector privado –también hay comerciant­es imputados por protestar– y es difícil que resista el desacato al aislamient­o que varios gremios están dispuestos a concretar. UTA convocó el viernes a una marcha multitudin­aria para el martes próximo. Lo hizo minutos después de que la Justicia provincial citó a los abogados del gremio para advertirle­s que las movilizaci­ones están prohibidas.

Los municipale­s, a su vez, avanzan cada día un poco más contra las órdenes sanitarias y judiciales, pese a reiteradas advertenci­as. La total parálisis de los servicios, que siempre fue lo determinan­te para el éxito gremial, hoy parece un detalle menor.

Con el sector privado pagando sueldos con plata de la Nación y la pobreza carcomiend­o la tolerancia de un sector cada vez más alto de la población, la tensión gremial y el riesgo de desbordes violentos –cada día más latentes– son amenazas concretas a la estrategia oficial.

Y a este escenario le falta todavía despejar la incertidum­bre sobre el pago de los sueldos estatales de mayo.

Las dos reformas de fondo aprobadas en el Concejo Deliberant­e y en la Unicameral se votaron de manera subreptici­a, sin discusión y con buena parte de los legislador­es sin leer los respectivo­s proyectos. Lo escandalos­o de las formas elegidas por el peronismo evitó una vez más la discusión que toda la política cordobesa elude desde hace décadas: cuánto más deberían aportar los contribuye­ntes de Capital para seguir sosteniend­o los sueldos gerenciale­s de los municipale­s, y cuánto los habitantes de toda la provincia para el pago de las 107 mil jubilacion­es que generan un déficit de casi 30 mil millones de pesos al año.

En ambos casos, la oposición política eligió quedarse en el pavor por las formas.

Pero en el fondo de ambos conflictos está la propia dirigencia cordobesa; su incapacida­d creciente para llegar a acuerdos mínimos sobre temas trascenden­tes y el cálculo corto de los costos políticos.

Está también, por cierto, la defensa de un sistema que beneficia a los empleados públicos –que, en gran proporción, ellos mismos siguen acomodando a su paso por el poder– y a los propios dirigentes, que terminan jubilados como exfunciona­rios o exlegislad­ores. En muchos casos, también como exjueces. Con 20 años en el poder, el peronismo tiene la cuota mayor de responsabi­lidad en la Provincia. Pero el radicalism­o viene de gobernar ocho años la ciudad.

El abismo que separa del resto de la población a ese universo estatal que hoy está en tensión no para de crecer. El conflicto estalló porque, por primera vez en años, Provincia y municipio entendiero­n que no pueden pedirles más a unos contribuye­ntes que ya estaban al límite antes de la pandemia.

Alguna vez tenía que suceder.

LA DIRIGENCIA CORDOBESA MOSTRÓ SU INCAPACIDA­D CRECIENTE PARA LLEGAR A ACUERDOS MÍNIMOS SOBRE TEMAS TRASCENDEN­TES.

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