En realidad, se debate el estado de excepción
sesiones virtuales. Terminaban en junio, sostienen los opositores. Con el fin de la cuarentena, replican Cristina y Máximo, al mando de ambas cámaras.
Mientras, en Tribunales, los mismos límites de la deliberación virtual parecen estar favoreciendo a la vicepresidenta y a algunos de sus allegados, como el empresario Cristóbal López.
Este es investigado por apropiarse de impuestos para capitalizar al grupo Indalo. Un ejemplo de confiscación inverso, para la doctrina de la diputada Fernanda Vallejos. También un precursor pragmático de la “nueva fiscalidad” que propone un economista –asesor del Gobierno español– al que el oficialismo argentino sigue hoy con atención: Giuseppe Quaresima.
Quaresima propone que el debate económico durante la pandemia no sólo debe abarcar soluciones de emergencia. “Sería un error limitar el debate a lo contingente y vincularlo a las políticas de reconstrucción”, escribió para el vice español, Pablo Iglesias. El primer impuesto de la emergencia (que sugiere para que quede permanente) es el nuevo gravamen sobre la riqueza.
Sus argumentos son los mismos que propondrá Máximo Kirchner para zanjar la inminente deuda que tendrá con el progresismo cuando el Gobierno acuerde salir del default accediendo a las exigencias de fondos de inversión como BlackRock y Greylock.
Apurado por el Presidente y por el FMI, el ministro Martín Guzmán se aleja de su intransigencia inicial proclive a un default definitivo. Es el ministro de la deuda. Si consigue un acuerdo, acaso puede asumir como ministro de Economía.
La economía real ha cambiado con la pandemia. Antes del virus, solucionar el endeudamiento era una condición necesaria y apenas suficiente para la reconstrucción. Ahora, el acuerdo sobre la deuda es como la lavandina en la góndola del supermercado. Imprescindible. Pero insuficiente para llenar la heladera.
Cada vez más, la economía real se acerca a una fotografía de sueldos y de jubilaciones en los niveles reales de 1989. Alberto Fernández, que se declara admirador de Néstor Kirchner, preferiría pasar a la historia como Raúl Alfonsín. Un socialdemócrata de estilo europeo, incapaz de abrazarse a una caja fuerte.
Como 1989 fue el agujero negro del sueño alfonsinista, el Gobierno comenzó a mostrar algunos gestos de nerviosismo. Haciendo una previsión a un año vista, analiza ahora la suspensión de las elecciones primarias del año próximo.
Esa posibilidad fue adelantada en este espacio el primer día de marzo pasado. Ya estaba en la agenda por la crisis económica. Sin la oportunidad tortuosa que le regaló después una pandemia.