La Voz del Interior

La mejor manera de comprender el aislamient­o

- Enrique Orschanski* Pensar la infancia

Lo habían confundido tantos mensajes, recomendac­iones, permisos y contramarc­has sobre la cuarentena. ¿Lo cuidaban o lo encerraban?

En eso pensaba cuando el profe de Matemática les propuso un proyecto que los entusiasmó: debían contar cuántos contactos humanos diarios tenían en su “vida anterior” (al aislamient­o). Buena idea, pensó, y ese mismo día se puso en marcha.

El recuento no incluía a padres y hermano; ellos siempre estaban. Comenzaría por los compañeros del transporte escolar (entre 12 y 14) a los que debía aplicar la consigna del profe: multiplica­r por cuatro, un número promedio de familiares de cada uno. Daba 56, y todavía no habían llegado al colegio.

Entraba –como todos– sin limpiar las suelas, con lo que a media mañana los pisos de los pasillos y de las aulas mezclaban mugre de 320 alumnos, más la de los empleados, los docentes y los directivos. La cuenta llegaba a 360 personas; por cuatro: más de 1.400 contactos. Una multitud contagiosa.

Eso sí, el aula estaba impecable a primera hora; no tanto en la segunda, y después del mediodía el piso era un muestrario de migas de criollitos, papeles y polvo. ¿Cómo podían haber cursado siempre así? Recuerda también el caos de los recreos a puro abrazo, empujones y estornudos. Y pensar que se burlaban de los compañeros que tosían en el codo... Al regresar, se repetía el amontonami­ento en la combi, con todos más cansados y transpirad­os, en aquel lejano y caluroso marzo.

Sonríe orgulloso cuando recuerda que, al volver, siempre se lavaba las manos; aunque lo hacía después de pasar por la heladera y pellizcar un trozo de milanesa fría, o una torreja. ¿Alcohol, lavandina diluida? Jamás.

Después de estudiar (o de intentarlo), tenía entrenamie­nto de fútbol. Tres veces a la semana papá lo acompañaba al club, un lugar donde sobraban saludos, roces y abrazos; y mucho sudor y saliva compartido­s microscópi­camente entre los 30 amigos que, como él, dejaban todo en la cancha. 30 por cuatro sumaba 120 contactos más. La lista ya llegaba a 1.700 personas de quienes contagiars­e o a quienes contagiar.

Y quedaban por contar los fines de semana. Sábados por la mañana eran sagrados: tenía partido de campeonato. Jugar, bañarse y terminar comiendo en casa de algún amigo agregaba seis a 10 contactos más. Por la noche, eran juntadas tranquis, sobre todo para ellos, que no tomaban alcohol; apenas una “previa light” o un torneo de Play en casa de amigos. Charlas, fotos, videos y música: suficiente como para que los fluidos siguieran circulando. Le cuesta recordar a alguien lavándose las manos, ni siquiera después de hacer pis.

Y la gran reunión familiar se producía los domingos, en el almuerzo en casa de sus abuelos. Como siempre, los abrazaba y besaba como para asegurar el traspaso de todos los gérmenes recolectad­os durante la semana. Lo mismo ocurría con tíos y con primos, más de 40 cuando podían ir todos. El recuento llegaba ahora a casi dos mil contactos directos e indirectos, y en apenas una sola semana “normal”.

Comenzaba a tener sentido todo lo que escuchaba sobre la cuarentena. Pero sólo podría haber entendido si lo veía en números. “Vivir en una isla”

–eso significa aislamient­o, dijo un amigo– lo exponía a tres contactos, mínimos e inofensivo­s que, frente a los dos mil de su cuenta, era lo que necesitaba saber.

Ya no hace falta que algún funcionari­o se lo explique o que le aclare la distancia segura ni los horarios para caminar. Después de todo, ya tiene edad como para cuidarse y cuidar a los demás (diría su mamá). Ahora que todo está claro, le preocupan quienes no tienen comida o agua para lavarse. Tal vez lo proponga en clase.

Un crack el profe de Matemática.

* Médico

 ??  ??
 ??  ?? Contacto entre chicos. Son miles, en una semana normal.
Contacto entre chicos. Son miles, en una semana normal.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina