“Me indigna haber sido invisibilizada y revictimizada”
En el complejo entramado que se teje en la psiquis de quienes han sido víctimas de delitos contra la integridad sexual, más aún si lo padecieron durante la infancia, pocas alternativas se figuran tan reparadoras como la condena al abusador. Una joven hoy puede dar cuenta de ello, así como el desamparo y la indefensión que le produjo saber que su progenitor condenado hace poco más de un año había sido excarcelado debido a la pandemia del Covid-19.
El jueves último, la jueza de Ejecución Penal de San Francisco, María Teresa Garay, suspendió la prisión domiciliaria que había dispuesto semanas antes, y el hombre de 61 años volvió a la cárcel de esa ciudad. La resolución anterior le costó un pedido de juicio político que quedó en suspenso por la agenda legislativa.
–¿Qué te generó saber que finalmente tu progenitor volvería a la cárcel?
–Me alivió haber sido escuchada, y que la señora jueza haya vuelto atrás sobre sus pasos y enmendado su error, revocando la medida. Ese jueves mi familia y yo pudimos descansar con mayor tranquilidad. No obstante, me siento dolida por todo lo sucedido y no puedo sentir absoluta tranquilidad de que esto no vuelva a ocurrir. Desconfío del accionar de la señora magistrada ya que hasta hace unos días ratificaba su decisión como acertada.
–¿Sentís que la prisión de tu abusador tiene un efecto “reparador” para vos?
–En mi sentir particular, sí. Cuando hace un año la Justicia resolvió que él debía responsabilizarse por su accionar, cumpliendo
DOMICILIARIA. la condena desde la cárcel, me supuso una tranquilidad inmensa de saber que estaría ahí, vigilado.
–¿Qué le dirías a la jueza?
–En primer lugar, le diría que me duele, me enoja y me indigna haber sido invisibilizada y revictimizada a causa de su accionar manifiestamente irregular. Lamento muchísimo haber vivido esa situación traumática y me llevará tiempo poder reconstruirme. Creo que si no me hubiese enterado por comentarios de terceros, probablemente jamás habría sabido de esa medida y la sorpresa hubiese sido aún mayor, teniendo en cuenta lo pernicioso que es mi progenitor.
Sobre el pedido de juicio político, ella considera que la falta de la jueza existió y fue grave, y por tanto está de acuerdo con seguir adelante con el jury de enjuiciamiento.
Asumir el dolor
A esta joven le llevó siete años asumir que lo que le había pasado era un abuso sexual. Su psiquis se esforzó durante años por reprimir ese recuerdo, negarlo, hasta creer que estaba olvidado o que tal vez había sido un sueño. “Fue desoladora y traumatizante la confusión creada por aquella persona que debió cuidarme”, repite, y con “aquella persona” se refiere a su progenitor, al que prefiere no llamar padre.
Según el análisis de las denuncias por delitos contra la integridad sexual registradas en Córdoba y Gran Córdoba durante 2018, el último dato que hasta ahora se conoce, en el 71 por ciento de las denuncias por violación, el abusador mantenía una relación directa con la víctima. Pareja o expareja, padrastro y tío son los vínculos más frecuentemente denunciados, mientras que el progenitor aparece en el cuarto lugar, según los datos proporcionados por la Dirección de Análisis Criminal de la Policía Judicial.
La joven fue abusada en 2008, cuando tenía 14 años. “Simplemente no sabía qué era eso, no asumí lo que pasaba y me repetía que todo había sido un sueño. Tanto lo negué que lo reprimí y simplemente lo olvidé, como un mecanismo de defensa”, describe. Sabe a la perfección que ese mecanismo se activó en ella para paliar el dolor que los abusos le habían generado. “Una realidad así de fuerte no se puede tramitar”, explica.
Cuando tuvo 22 años, pudo ponerle un nombre a las violencias que su cuerpo había soportado y callado hasta ese momento. Supo, entonces, que había sido víctima de abuso sexual y dos años después dio otro paso fundamental: la denuncia. Tenía 24 años.
“Fue en 2015 que tomé conciencia de los hechos, fue un período muy angustiante, pero fue en ese tiempo que pude contarle a mi familia lo que me había sucedido.
Y me creyeron desde el primer momento”, repasa, reviviendo la escalada de emociones que transitaba: tristeza, enojo, impotencia.
El apoyo de su familia y de sus amistades cercanas fue fundamental para atravesar el camino de búsqueda de justicia. “También lo fue tomarme el tiempo necesario para procesarlo, todo cambió el día que comprendí que merezco vivir libremente, en paz”, describe. Y sigue: “Ese día, a finales de marzo de 2017, emprendí el camino reparatorio realizando el primer paso de denunciar a mi agresor”.
Casi dos años después, en febrero de 2019, su progenitor fue condenado en un juicio abreviado a ocho años y tres meses de prisión por los abusos sexuales en perjuicio de su hija. Pero 14 meses después, en medio de la pandemia, una resolución le permitió cumplir prisión domiciliaria de manera temporal debido a una patología cardíaca que padece y que le requiere asistir al hospital Bernardo Iturraspe.
La medida duró unas pocas semanas, hasta que la jueza dio marcha atrás con la resolución y el condenado volvió a la cárcel.
En su descargo, la jueza adujo que intentó contactar a la víctima para avisarle de la medida de prisión domiciliaria pero que los teléfonos de los que disponía no estaban vigentes, y que el detenido había fijado domicilio a más de 200 kilómetros de ella.
La joven no deja de remarcar el agradecimiento hacia quienes la apoyaron en este arduo y largo camino tanto en el plano familiar como en el costado político de accionar contra la jueza.
“Estos sucesos revictimizantes no pueden volver a ocurrir jamás y es imprescindible que aprendamos esto para que las víctimas se animen a hablar, emprendan su camino reparatorio de sanación y que realmente la Justicia las escuche”, concluye.
ME ALIVIÓ HABER SIDO ESCUCHADA, Y QUE LA SEÑORA JUEZA
HAYA VUELTO ATRÁS SOBRE SUS PASOS Y ENMENDADO SU ERROR.