La Voz del Interior

Una mirada hacia atrás

Pigna habla de Manuel Belgrano y de otras pandemias.

- Felipe Pigna Historiado­r Juliana Rodríguez jrodriguez@lavozdelin­terior.com.ar

El historiado­r Felipe Pigna acaba de reeditar su libro sobre Manuel Belgrano, de quien se están por cumplir 200 años de su muerte, y a quien considera un visionario de las posibilida­des y los desafíos políticos, económicos y educativos de la Argentina.

En una charla con VOS, además de explicar cuál es la relevancia de Belgrano que los manuales escolares pasaron por alto, Pigna repasa cómo el país enfrentó pandemias y pestes en siglos anteriores, que también involucrar­on cuarentena­s, cierres de espacios públicos y que, a su vez, abrieron importante­s discusione­s y reclamos sobre cambios sanitarios y sociales.

“A nivel de la humanidad, la primera pandemia de la que tenemos registro es de 430 a. C., la peste de Atenas, que le da el nombre de ‘pandemia’ que significa ‘todo el pueblo’. De ahí en adelante, hubo centenares”, aclara.

La fiebre amarilla

–Las actuales discusione­s en torno a esta pandemia analizan el presente e imaginan el futuro. Pero poco se discute sobre situacione­s similares que se vivieron antes en el país...

–Una de las más importante­s fue la fiebre amarilla, que afectó a todo el país y sobre todo a Buenos Aires, por ser ciudad portuaria. Mató al ocho por ciento de la población, 14 mil personas. Colapsaron los pocos hospitales que había, los cementerio­s como Recoleta. Se creó un nuevo cementerio, La Chacarita. Y provocó una polémica potente. El gobierno de Sarmiento y Alsina abandona la ciudad. Para algunos fue una huida, como Mitre que la criticó desde las páginas de La Nación. Se creó un debate fuerte. Una comisión civil integrada por médicos enfrentó ese desastre. Se puso en juego la fragilidad del sistema de salud y se puso en importanci­a la creación de obras sanitarias, cloacas, aguas corrientes. Murieron verdaderos héroes, como el doctor Muñiz y el doctor Argerich, integrante­s de esa comisión. Provocó una fuerte conmoción, que se tradujo en un pedido firme a las autoridade­s de mejorar las condicione­s de salud. Eso fue positivo. No quiere decir que las pestes sean necesarias, sino que, una vez dadas esas desgracias, pueden tener consecuenc­ias positivas.

–¿La llamada “gripe española” también afectó al país?

–En 1918 la gripe española mató a 50 millones de personas. Fue tan grave porque fue en el contexto de la Primera Guerra Mundial. De española no tenía nada, nació en EE.UU., en una base militar de

Kansas, y un contingent­e norteameri­cano la lleva a Francia y a Inglaterra, y se contagia toda Europa. La gripe encuentra los sistemas sanitarios colapsados por los heridos de la guerra. En octubre de 1918, llega a Argentina. Provoca 15 mil muertos en la zona centro-norte del país, entra por el puerto y se expande por el ferrocarri­l. La alarma fue importante, también se repensó el sistema sanitario. Se crearon hospitales en el norte, donde casi no había: Salta, Santiago del Estero, Jujuy. Y en Europa provoca un replanteo de los modelos de salud, como el modelo de seguro social, que plantea en 1921 Gran Bretaña.

–¿Argentina también suspendió entonces actividade­s comerciale­s y escolares?

–En Argentina había cuarentena para todos los barcos que ingresan, cierres para espectácul­os deportivos, restaurant­es. El cierre duró entre tres y cuatro meses. Y la pandemia duró de octubre de 1918 a julio de 1919.

–Hay también una memoria cercana de quienes vivieron la epidemia de polio en la década

de 1950...

–Claro, fue muy fuerte, porque afectaba a niños, con la parálisis infantil. Fue tremendo. El gobierno de la Revolución Libertador­a estaba muy desorienta­do en términos sanitarios y reaccionó un poco tarde. Por suerte, pudieron introducir rápidament­e la vacuna, con apoyo de Alpi y de otros sectores de la sociedad civil. A la Sabin oral te la daban en la escuela con un terrón de azúcar, muchos recordarán eso. Al principio, como las personas no sabían qué hacer y ante un Estado ausente, la gente recurría a lo que creía que podía prevenir: bolitas de alcanfor para los chicos, por ejemplo.

Sobre el “padre fundador”

Pigna aclara que prefiere pensar en Manuel Belgrano como “padre fundador” antes que como prócer, palabra que aleja a estas figuras.

En su libro Manuel Belgrano, vida y pensamient­o de un revolucion­ario (editorial Planeta), repasa algunas de las ideas que quedaron opacadas por la imagen del “creador de la bandera”.

Para graficar, explica: “Belgrano habla de la importanci­a de la industria, de fomentar la agricultur­a. Era un obsesivo de la educación pública y popular, y una de las primeras personas en hablar de género: decía que había que introducir a las mujeres en la educación de los tres niveles. Estaba preocupado por el medio ambiente, el cuidado de la contaminac­ión de los ríos, la rotación de cultivos en los suelos. Habla de la atención que había que prestarle a China, un mercado que él decía que estaba dormido, pero que era de gran importanci­a para el futuro. Lo dice en un artículo de 1800, en el que habla de la necesidad de tener al mercado chino en la mira. Era un adelantado en todos esos rubros. Un pionero”.

–Hacés particular hincapié en que mantuvo un reclamo por salarios adeudados hasta el final, en contra de la idea romántica de que murió en la pobreza. ¿Por qué es importante recordar eso?

–Creo que hay una didáctica de la pobreza, que sostiene que algunos tenemos que morir pobres para que otros mueran ricos. Belgrano no pensaba así. Entendía que era justo que le pagaran lo que le debían, 16 mil pesos de la época. El necesitaba el dinero para atenderse médicament­e. Fue un reclamo fuerte e infructuos­o. Vino a morir a Buenos Aires a principios del ’20, en la anarquía del año ’20. El día que él muere, Buenos Aires tiene tres gobernador­es, ninguno reconocido. El día de su muerte pasó inadvertid­o.

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(GENTILEZA EDITORIAL PLANETA)

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