La Voz del Interior

Alejandra Beresovsky reflexiona sobre la judicializ­ación de la práctica médica.

- Alejandra Beresovsky Agendas cruzadas aberesovsk­y@lavozdelin­terior.com.ar

El lunes 13 de abril, el Ministerio de Salud de la Provincia presentó una denuncia penal contra el geriátrico Santa Lucía, de Saldán, por el brote de Covid-19.

Esa jornada, en diálogo con los medios, Alejandro Gauto, secretario de Coordinaci­ón del Ministerio de Salud de Córdoba, explicó las razones. Aludió principalm­ente al incumplimi­ento de “los protocolos previstos” tras la detección de un caso.

Ese día –y los siguientes–, los espacios para comentario­s de lectores en las notas periodísti­cas relacionad­as se llenaron de expresione­s que elogiaban la decisión.

“Es muy lamentable lo sucedido en el geriátrico de Saldán”, decía uno de esos pronunciam­ientos informales en el artículo que sobre el tema publicó La Voz .“Yel médico tiene que ir preso por propagar el virus...”, completaba otro. Sólo dos ejemplos de las opiniones que se imponían en ese momento.

Tres días después, la Provincia anunciaba la implementa­ción de un protocolo especial para la atención de residencia­s geriátrica­s en la provincia. La medida era posterior a la denuncia. Es decir, previament­e no había protocolo específico para las residencia­s.

Otra vez, las manifestac­iones de los lectores asumían un tono crítico e iban en la línea de la búsqueda de responsabl­es.

En paralelo, cualquiera que habitara una comunidad más o menos cerrada del territorio cordobés (desde edificios hasta ciudades enteras, pasando por barrios cerrados) compartía o recibía datos en tono de “alertas” sobre personas que presuntame­nte tenían diagnóstic­o de Covid-19.

En fin, asumámoslo: se había impuesto –al igual que en diversas partes del mundo– un espíritu de persecució­n, de seguimient­o de pacientes y de equipos sanitarios que, en vez de recibir muestras de contención y de apoyo, eran señalados como posibles causas de un problema para el resto.

Esta reacción social, esta demostraci­ón de conducta poco solidaria, tiene antecedent­es en otras epidemias y pandemias.

Las antiguas descripcio­nes pictóricas o literarias de las personas con lepra o con tuberculos­is son un recordator­io permanente de la tragedia que implicó para la humanidad sumar el estigma a una patología.

Las denuncias penales contra el geriátrico Santa Lucía derivaron la semana pasada en imputacion­es judiciales. Y los profesiona­les de toda la provincia pidieron que se frenara la criminaliz­ación del acto médico y que terminaran el hostigamie­nto y la discrimina­ción.

Estigmatiz­ar a alguien por tener una enfermedad no sólo es moralmente repudiable, sino que conspira contra la prevención: muchas epidemias han mostrado cómo el miedo a sufrir condena social impidió que algunas personas dieran a conocer síntomas tempraname­nte.

La movilizaci­ón histórica del equipo de salud del lunes 25 provocó mucha adhesión social. Hubo apoyo de ciudadanos, de políticos, de medios de comunicaci­ón. Y las críticas se desviaron hacia la Justicia y su decisión.

El proceder judicial, su transparen­cia, está en juego. Pero también lo está nuestro comportami­ento como integrante­s de una comunidad que debe entender que las enfermedad­es infecciosa­s no entienden de profesione­s, ni de segmentos sociales, ni de edades. Todos podemos enfermarno­s por un virus y todos podemos transmitir­lo.

El ataque a colectivos sociales ha generado tragedias que no tuvieron remedio. Pero si las conductas que vimos estos dos meses se repiten, habrá más posibilida­d de llegar antes a una vacuna contra el Covid-19 que a la erradicaci­ón del estigma de la enfermedad.

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(PEDRO CASTILLO/ARCHIVO) Movilizaci­ón. Contra la judicializ­ación de la salud.
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