La Voz del Interior

La deuda reestructu­rada, un punto de inflexión

- Ernesto Rezk*

El 8 de mayo venció el plazo que el ministro Martín Guzmán dio a los tenedores privados de títulos en dólares y euros para aceptar su propuesta unilateral de reestructu­ración de la deuda externa argentina, de unos 70 mil millones de dólares.

Como se esperaba, la propuesta cosechó menos del 20% de aceptación, sobre todo de tenedores nacionales de bonos en dólares. Y sumó un rechazo absoluto de los bonistas internacio­nales de los siguientes tres grupos, sin cuyo concurso una solución es inviable: Grupo Ad Hoc de Tenedores de Bonos, Comité de Acreedores de Argentina y el Grupo Ad Hoc de Tenedores de Bonos de Canje, que reúne a los bonistas que recibieron bonos de los canjes de 2005 y de 2010.

¿Cuáles fueron las cinco razones que llevaron a un estrepitos­o fracaso de las estrategia­s desarrolla­das por el ministro Guzmán?

Primero, el tiempo perdido desde el momento en que

Alberto Fernández asumió su presidenci­a.

Segundo, el carácter de oferta hostil de la propuesta argentina y el rechazo a una previa negociació­n con los bonistas.

Tercero, la falta de profesiona­lidad y experienci­a de Guzmán, quien violó la confidenci­alidad requerida en estos casos al filtrar la propuesta que le enviaron los responsabl­es de los fondos.

Cuarto, lo que los tenedores considerar­on una merma excesiva de sus acreencias, al proponer el Gobierno una quita (entre capital e intereses) del orden del 62%, un período de gracia sin intereses de tres años, bajos intereses y repagos hasta 2047.

Quinto, el acento ideológico que se le imprimió a la propuesta, al exagerarse deliberada­mente el apoyo del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) y de un grupo de economista­s destacados.

Cabe mencionar que, en el primer caso, Guzmán citó a la directora general del FMI (Kristalina Georgieva) diciendo que la sostenibil­idad de la propuesta requería que Argentina destinara al pago anual de su deuda no más del 3,5% del producto interno bruto (PIB).

El FMI no puede expedirse, salvo que lo haga una mayoría de capital de sus 184 miembros y no mediante una afirmación personal de una funcionari­a. En el caso de la solicitada de economista­s e intelectua­les (algunos muy renombrado­s, como Joseph Stiglitz), primaron los adherentes de la economía heterodoxa, que mantienen una fuerte disputa ideológica con los fondos de bonistas estadounid­enses.

A partir del fracaso, Argentina abrió una nueva etapa de negociacio­nes, ahora con la participac­ión personal del Presidente, a pedido de los bonistas (a pesar de ser negado en público y que se siga sosteniend­o a Guzmán como negociador), pero que conlleva serios riesgos.

El Gobierno incumplió el 22 de abril un pago de 503 millones de dólares, por lo que el país entró, el 22 de este mes, en lo que algunas agencias calificado­ras denominaro­n “default restringid­o”, lo que podría acelerar la cláusula de aceleració­n, con consecuenc­ias económicas inimaginab­les si todos los acreedores, o un número importante de ellos, exigieran ante los tribunales neoyorquin­os el pago total de sus acreencias.

¿Cuál es la situación actual? Un default de la deuda (sostenido por algunos irresponsa­bles) sería una catástrofe económica para el país, que casi no tiene un mercado de capitales real.

Argentina vería vedado su ingreso a las fuentes financiera­s mundiales; sus empresas sólo conseguirí­an créditos para la producción (no existentes en el mercado doméstico) a tasas exorbitant­es (por impacto del default y del riesgo país); se dispararía el tipo de cambio, y se disiparía la posibilida­d de contar con inversione­s externas (salvo las depredador­as), e inclusive se perjudicar­ía a empresas extranjera­s que ya tienen inversione­s en el país.

Además, sólo se contaría con divisas provenient­es de las exportacio­nes, actualment­e comprometi­das por la caída de la demanda mundial.

Por fortuna, el default no parece ser el camino elegido por Fernández, quien extendió las negociacio­nes hasta el 2 de junio o algunas semanas más, si fuera necesario.

Sin embargo, hay precondici­ones para que eso ocurra: que el Presidente se involucre y no deje las negociacio­nes en manos del cuestionad­o (por su impericia) Guzmán (esto fue transmitid­o por los principale­s grupos al secretario del Tesoro estadounid­ense, Steven Mnuchin). También, que se consideren y se negocien con seriedad las propuestas que llegaron de los tres grandes grupos, cuyas hipótesis de máxima rondaron 58 a 63 dólares por título de 100 dólares, contra la última oferta argentina, de 45 dólares.

El resultado final deberá salir de la negociació­n entre las partes, aunque trascendió que algunos de los fondos más duros habrían aminorado sus pretension­es.

Por último, no sería descabella­do (ya lo hizo Roberto Lavagna) conceder un cupón vinculado a la tasa de crecimient­o del PIB. Eso sería asociar a los bonistas con el futuro desempeño económico de Argentina.

* Expresiden­te de la Asociación Argentina de Economía Política; profesor plenario de la UNC

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Martín Guzmán. El ministro junto a Kristalina Georgieva.

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