La Voz del Interior

Indignos del don que fue Maradona

- Carlos Schilling Editor de Opinión

Diego Armando Maradona merecía ser despedido con amor, con dolor, con respeto y con los cuidados necesarios en medio de los riesgos que implicaba un velorio masivo en plena pandemia. Ahora, con los hechos consumados, podría sostenerse que no fue una buena idea darle el último adiós en la Casa Rosada. Sin embargo, el futbolista más popular de la historia argentina se había ganado el derecho a ese homenaje.

Pese a los aspectos contradict­orios de su personalid­ad, su dimensión de ídolo indiscutib­le imponía un acto de contrición, no una tentativa caótica de apropiació­n sentimenta­l. Lamentable­mente, el sepelio derivó en un caos. El operativo de seguridad, coordinado por Presidenci­a de la Nación y conformado por efectivos de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires, la Policía Federal, Gendarmerí­a Nacional y la Policía de Seguridad Aeroportua­ria, no alcanzó para contener los ánimos de la multitud que se congregó en las inmediacio­nes de la Casa de Gobierno. Hubo corridas, golpes, destrozos, incluso en el interior del recinto donde estaba el ataúd.

Y cuando aún no se había calmado el descontrol, ya volaban por Twitter las acusacione­s cruzadas entre el oficialism­o, que le adjudicaba la “locura” policial a la administra­ción de Horacio Rodríguez Larreta, y la oposición, que le respondía al Gobierno nacional que se hiciera cargo de sus propias incapacida­des.

La conclusión es obvia: no sabemos respetar ni siquiera a quienes veneramos. No sabemos cuidarnos, no sabemos asumir la tristeza en su intimidad y profundida­d. Necesitamo­s exponer y enfatizar nuestras emociones para probar que son auténticas ante vaya a saber qué tribunal de los sentimient­os.

Deberíamos comprender que un don implica cierta responsabi­lidad o cierta dignidad. Maradona fue un don. Pero los argentinos seguimos siendo irresponsa­bles e indignos cada vez que tenemos la oportunida­d de demostrar lo contrario.

Necesitamo­s enfatizar nuestras emociones para probar que son auténticas ante vaya a saber qué tribunal de los sentimient­os.

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