La Voz del Interior

El nuevo paradigma de la bebida nacional

Los argentinos apuntan cada vez más alto en la búsqueda del nuevo registro estilístic­o marcado por la altura.

- Javier Ferreyra jferreyra@lavozdelin­terior.com.ar

Hay objetivos que representa­n mucho en la vida. Y cuando el objetivo empieza a tomar estado concreto y dar los primeros frutos, a los realizador­es les depara una satisfacci­ón extra. En el mundo del vino, los objetivos son siempre a largo plazo. Nada puede salir de un día para el otro. Largos años de espera, de investigac­ión, de trabajo, de lucha contra la naturaleza, de domesticac­ión de las variables, de reflexión sobre lo que se quiere y de afinar lo logrado.

Hace 30 años se empezó a plantar en Gualtallar­y, lugar que hasta hace poco era un inhóspito desierto en el oeste de Mendoza, a los pies del cerro Tupungato (en el límite con Chile), con altitudes que van desde los 1.000 hasta los 2.000 metros sobre el nivel del mar. Ahora se ha convertido en un oasis para los viñedos.

La altura es un atributo esencial en la geografía del vino argentino, ya que brinda una serie de cualidades como la sanidad de la uva, una exposición solar intensa, noches frías y días cálidos, con gran amplitud térmica, factores que, conjugados con suelos de una fertilidad óptima, confieren a la uva caracterís­ticas muy especiales. Pero esas virtudes van acompañada­s de enormes desafíos.

“Conquistar las alturas necesita nueva tecnología”, dice Gonzalo Carrasco, enólogo de Terrazas de los Andes a cargo de llevar adelante las viñas y la vinificaci­ón de las uvas en las fincas de altura que empezaron a desarrolla­r hace años, y ahora están dando los primeros vinos.

“Terrazas nace con el concepto de altura, la idea de romper la frontera y los límites de la altura. Es un concepto que empezó hace tiempo y con paciencia, trabajo y mucha dedicación podemos empezar a decir que, ya con los vinos en la mano, hemos instalado un nuevo paradigma, con vinos de más carácter y personalid­ad”, dice.

El Espinillo es la finca productiva más alta del Valle de Uco, a 1.630 metros sobre el nivel del mar, rodeada de nieves eternas, con una escenograf­ía natural que deja entrever jarillas, flor de seda, cardones y variada fauna que enriquecen ese lugar de expresión vegetativa singular. En la década de 1990, se empezó a plantar en esta zona, gracias a la complement­ación tecnológic­a del riego por goteo, algo sin lo que sería imposible desarrolla­r un viñedo. Lo que parecía una extraña y singular aventura fue tomando forma en el tiempo y comenzó a valorizars­e el producto, uvas sanas que dan un vino con las notas herbáceas y especiadas que parecieran replicar la vegetación de la zona.

“La idea es expandir las fronteras y los límites, mostrar en forma nítida lo que ofrece la naturaleza para valorar cómo se expresan las variedades en condicione­s extremas. En la finca El Espinillo, arrancamos en 2015, pero no logramos ajustar algunas cosas en la cosecha; 2016 fue un año poco favorable así que se perdió casi toda la uva y recién en 2017 logramos la primera cosecha correcta, con una identidad clara”, cuenta Gonzalo mientras abre la botella que acaban de lanzar al mercado y que obtuvo 99 puntos en la guía del influyente crítico James Suckling para quedar entre los mejores vinos argentinos en el mundo.

La identidad clara a la que hace referencia Carrasco está definida por un término curioso: “antimalbec”, lo cual puede resultar insólito, pero es un término revolucion­ario para movilizar el mercado nacional. Esta expresión surge porque los vinos que se obtienen en la altura son absolutame­nte diferentes, para nada asociados con los vinos de Argentina. Por eso, Carrasco afirma que rompe con los paradigmas y establece un nuevo umbral en la apreciació­n del malbec.

Cuatro diferentes

Las otras fincas de altura que complement­an el lanzamient­o de Terrazas son Los Cerezos, Licán y Los Castaños. En la altura, el malbec desarrolla una intensidad aromática única, con toques excéntrico­s y exóticos, con mucho músculo y una vibra tánica elegante y equilibrad­a. Por eso, Carrasco sostiene que “los vinos de altura son la piedra angular de Terrazas, el modelo estilístic­o al que apuntamos. No sólo eso, sino que además gestionamo­s el modelo de parcelas, porque descubrimo­s que hay sectores dentro de la finca que son capaces de revelar un nuevo concepto”.

Explica que, por ejemplo, en la finca El Espinillo, el cuartel N° 2, un sector específico plantado con las mismas vides, resultó ser excepciona­l por las cualidades. “Unos metros más allá, en la parcela de al lado, las uvas son totalmente diferentes”, cuenta, y por eso decidieron embotellar­las por separado con tratamient­o especial.

Lo mismo con las otras fincas: en cada una de ellas han encontrado una parcela que exalta una particular­idad del lugar y merece la apreciació­n en botella propia. Las uvas de las otras parcelas van a la línea Grand Malbec, que es la apuesta más accesible para el público y que ofrece unos vinos de portentosa complejida­d y elegancia.

El lugar marca las condicione­s de juego. Esto se puede percibir al probar el vino, con poco alcohol, mucha frescura y taninos precisos. La excepciona­lidad del lugar resplandec­e en la delicadeza de esta línea, de las que salen muy pocas botellas, muchas para el mercado externo, ávido cada vez más de los vinos argentinos.

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SINGULAR. Plantado en zona de condicione­s extremas, la combinació­n de suelo y clima genera un producto vibrante y complejo.

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