La Voz del Interior

Casa Rosada, casa tomada: un mito en devaluació­n

- Edgardo Moreno emoreno@lavozdelin­terior.com.ar

El expresiden­te norteameri­cano Barack Obama eligió comenzar sus memorias con el recuerdo de su lugar favorito en la Casa Blanca: la columnata oeste. Un antiguo pórtico, sendero de paso a unas caballeriz­as, que luego se transformó en un templete célebre, donde los hermanos Kennedy solían aparecer susurrando a solas.

Obama refiere que todos los días, caminando hacia su despacho, ordenaba allí sus ideas, revisaba sus argumentos, apuraba el tranco de alguna decisión. Al final de la jornada, demoraba el paso del regreso para respirar aire puro. Mirando hacia atrás con asombro el extraño camino que lo había conducido hasta ahí.

Obama describe desde adentro un lugar simbólico, inaccesibl­e para el común de los mortales. Un espacio que la sociedad norteameri­cana decidió convertir en el Olimpo de su propia realeza. Y lo hace para hablar del único mito que a su juicio merece ser venerado, obedecido y -al viento largo de los tiempos-, cada tanto refundado: el mito de su nación.

El fallecimie­nto de Diego Maradona, el ídolo argentino más querido a escala global, puso a nuestro país frente a dos circunstan­cias en algún punto similares a aquellas del Obama retrospect­ivo: la definición política que implica el uso de los espacios centrales de las institucio­nes públicas y el mito que sus dirigentes eligen discutir como prioridad.

Al escritor Julio Cortázar, el peronismo le reprochó durante años los prejuicios de medio pelo que insinuaba uno de sus relatos más conocidos: aquel en el que dos hermanos huyen temerosos de su hogar a medida que una turba -para ellos enigmática- va tomando gradualmen­te cada habitación de la casa.

Desbordado por un funeral que creyó propio y advirtió más bien tarde que lo excedía, esta vez al peronismo le tomaron la casa. Esa que considera tan suya que a los inquilinos fortuitos los empuja hasta el helipuerto.

Alberto Fernández imaginó, con más prisa que cálculo, que la apropiació­n política del funeral de Maradona operaría como una portentosa vigorizaci­ón política. En medio de una pandemia global donde ningún país del mundo se animaría a organizar una concentrac­ión multitudin­aria, resolvió que una masa conmociona­da entrara -contrarrel­oj y a paso redobladop­or el embudo más angosto del país: la puerta de ingreso a la Casa Rosada.

Fue un error descomunal, que terminó con imágenes grotescas: el féretro del ídolo transporta­do a las corridas por los pasillos; la vicepresid­enta de la Nación refugiada en el despacho de su comisario en el gabinete, a metros del emblemátic­o Patio de las Palmeras. Un espacio tantas veces ofrecido para la adulación militante y esta vez ocupado por barrabrava­s más bien indiferent­es a la genuflexió­n política; otros tantos ciudadanos genuinamen­te doloridos por un ídolo al que siempre considerar­on de mayor envergadur­a popular que sus gobernante­s y algún que otro curioso de ocasión, sorprendid­o por el azar de conocer la columnata norte del Olimpo argentino.

Y el presidente Alberto Fernández, anfitrión desbordado del servicio funerario, rogando a la multitud vociferant­e -megáfono en mano- que detuviera la presión sobre las vallas, convertida­s a esa altura en el frágil paravalanc­has del principal espacio público de la institucio­nalidad argentina.

En el bochorno, el Presidente sólo consiguió la generosa y amplia condescend­encia de alguna intelectua­lidad nacional, que se lanzó con anteojeras a la mera elegía sociológic­a del ídolo caído, mientras adjudicaba el desastre a la vasta innominaci­ón de la grieta y ayudaba con la licuación de la responsabi­lidad del Gobierno ensayando ecuaciones identitari­as: el país como metáfora, parábola, espejo, condición genética inescindib­le del destino del héroe fallecido. El desastre, dicen, ocurrió porque Argentina es Maradona.

Regresaron sin reservas a la remanida letanía de la singularid­ad argentina. El sociólogo Marcos Novaro la describe: singularid­ad de su destino de grandeza, singularid­ad de su fracaso, singularid­ad de sus dolores y de sus remedios. Los argentinos, únicos en la potencia y en el colapso, también lo son en su talento para caer y recuperars­e mil veces. Aunque los hechos sólo demuestran que de esa falsa letanía sólo ha resultado una decadencia incesante.

Al oficialism­o le interesó dejar abrochado ese estado del arte. Quiso sellarlo en la lápida de Maradona. Porque el mito que en verdad le interesa excede al ídolo que murió: es el de una visión facciosa y devaluada de la nacionalid­ad argentina. Porque, huelga aclarar, Argentina es más que Maradona, aunque sus actuales gobernante­s sólo aspiren a una mezquina e interesada equiparaci­ón.

De la reacción de los referentes dirigencia­les del país depende ahora que el funeral caótico no termine siendo otro germen de la Argentina que viene. La menesteros­a operación de reducción política que intentó el Gobierno en las exequias continuará más allá de las trifulcas de cotillón que, para excusarse, inició Alberto Fernández contra Horacio Rodríguez Larreta.

Ya hubo algunas señales, en medio del torbellino. Ni aun acosada por el desborde, Cristina accedió a esperar en el despacho del Presidente. Tiró la llave de la casa tomada en la alcantaril­la de "Wado" de Pedro. Intentando sostener la vela devaluada de la operación simbólica fundaciona­l del oficialism­o: ser el partido del todo. Del orden que en teoría debería garantizar el presidente vicario. Y del cambio que dice impulsar su jefatura política.

Luego se retiró al Senado para retomar su agenda: la demolición del consenso para la designació­n del Procurador general. Maradona ya estaba muerto. La feria judicial comienza en un mes.

La apropiació­n del ídolo terminó en bochorno, pero el Gobierno persigue otro mito.

 ?? TÉLAM ?? DESBORDE. El velatorio de Maradona terminó en un bochorno.
TÉLAM DESBORDE. El velatorio de Maradona terminó en un bochorno.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina