La Voz del Interior

Cantar y hablar

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En una de sus tantas bonitas canciones, el ya extinto cantautor Sandro decía: “Suenen guitarras al viento,/ que quiero mi aliento/ perder al bailar”.

Dejar el aliento en un escenario montado o improvisad­o para incitar al baile es para cualquier audaz que sienta en su interior la pasión de cantar, como supongo era para el gran Sandro de América. Pero, para pronunciar un discurso, no es lo mismo. Al que canta, si no lo hace bien o no es de nuestro agrado, lo aguantamos; en cualquier ambiente que sea.

Sin embargo, no sucede lo mismo cuando hay que escuchar darle a la “lata” al que habla. Porque si no nos gusta o no nos convence con lo que dice, nos vamos y lo dejamos hablando solo. Salvo que hayamos sido llevados por políticos para que aplaudamos más, cuanto menos lo entendamos. Y en esto no valen las improvisac­iones, porque embarullan más las cosas y acaba todo convirtién­dose en una ridiculez.

Mi padre, nacido en 1922, contaba que en su adolescenc­ia fue con unos amigos de su edad al velatorio de un vecino. Antes de que concluyera, se les ocurrió a los familiares que alguien despidiera al difunto con unas palabras. Como nadie se animara a hacerlo, uno de sus amigos (con el cual luego fueron compadres), con incomparab­le audacia, dijo: “Atención, señoras y señores, como ya está terminando este velatorio, roguemos para que se remonte como un barrilete el alma del finadito, luego de haber cumplido de la mejor manera su misión en este mundo”. E invitó a rezar una oración de despedida.

No fueron quizás las palabras más acertadas las que dijo, pero los presentes lo justificar­on por su intención de hablar.

Daniel Chavez

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