Una red de contención para víctimas de violencia de género
JESÚS MARÍA. El programa de asistencia municipal lleva más de una década en marcha, con un abordaje sostenido y multidisciplinario.
La circunscripción judicial de Jesús María ostentó durante años un penoso récord: encabezar las estadísticas provinciales sobre cantidad de denuncias por violencia familiar y de género. Pero en lugar de quedarse en la queja y en el asombro, un grupo de profesionales formadas en perspectiva de género decidió pedirle al exintendente Marcelino Gatica (20032011) la creación de un programa que abordara la problemática.
Y se mantiene vigente desde hace más de una década, con un equipo multidisciplinario –que incluye psicología, abogacía, trabajo social, y arte terapia– que fue mejorando sus intervenciones para asistir a las mujeres víctimas de violencia.
Las dos patas fuertes del programa son el acompañamiento psicológico (que no implica tratamiento) y la terapia de grupo, al que recientemente le añadieron un espacio lúdico y creativo en el que los niños y niñas se entretienen mientras sus mamás asisten al programa o completan algún trámite judicial.
Dos mujeres que participan activamente del programa, accedieron a contar su experiencia, tras estar sumidas en una espiral de violencia que les costó reconocer. Y para preservar su integridad, se les darán dos nombres de ficción.
Atreverse
“Jamás hubiese sido capaz de creer en mí, ni de pensar en las cosas a las que podía atreverme”, comienza diciendo Laura, una mujer que decidió abandonar todo, menos a sus hijos, en Buenos Aires, tras sospechar que su vida corría peligro si se quedaba allá. Dejó muebles, amigos, relaciones laborales, y se mudó a Jesús María, desde donde reinició su vida.
“Me llevó mucho tiempo –agrega– darme la posibilidad de usar una pollera más corta, o una blusa más escotada, pintarme las uñas, o maquillarme, porque a veces me sentía menos que nada o eso me habían hecho creer”.
El problema mayor para Laura fue, tras la separación con su ex, lograr la independencia económica, hasta que descubrió que podía asegurarse algunos ingresos con la venta de productos de panificación, aunque siempre mirando la competencia. “Hacía tortillas, pero con la pandemia me di cuenta de que mucha gente salió a vender lo mismo y decidí pasarme a las donas, con las que me está yendo bastante bien”, completó.
Su compañera Sandra relata que le costó muchísimo darse cuenta que estaba inmersa en un círculo violento porque arrastraba una historia familiar de naturalización de la violencia y que había comenzado con un abuelo adicto al alcohol que martirizaba a su abuela y a sus hijos.
De hecho, le costó entender que se estaba separando de su ex porque la tenía sometida a una violencia que había llegado a lo físico, pero que se expresaba mayormente en lo económico. Ella creía que se estaba separando porque había descubierto que él le era infiel.
“Me preguntaba por qué me estaba pasando eso, si yo era una buena esposa y hacía todo por él. Arrastraba esa culpa familiar que me llevaba a preguntarme qué había hecho mal y si estaba en mí remediarlo”, cuenta Sandra que lleva alrededor de un año y medio en el programa.
Laura y Sandra reconocen que la terapia grupal les permitió contar con una red paralela a la del programa municipal y que, en cualquier tipo de contingencia, saben que cuentan la una con la otra, a cualquier hora y cualquier día de la semana. “A veces solamente tenés ganas de llorar y es bueno saber que del otro lado hay alguien que entiende a la perfección por lo que estás pasando”, completa Sandra.
Proceso sostenido
Entre las ciudades medianas, las que orillan los 40 mil habitantes, hay pocas como Jesús María en la que el estado local se involucre en una problemática tan compleja como la violencia de género y en la que se necesita de un compromiso emocional y profesional del equipo, pero también económico para poder sostenerlo en el tiempo.
La psicóloga Eugenia Pereyra se desempeña en el programa desde hace cuatro años y valora esa continuidad temporal: “Es un espacio de acompañamiento integral donde cada vez se van incorporando más profesionales porque las mujeres usuarias se han ido apropiando del espacio y requiriendo nuevos asesoramientos”.
“Estamos en articulación constante con la oficina de empleo porque muchas mujeres tienen una dependencia emocional y económica con el agresor. Y las acompañamos en la búsqueda de esa autonomía. Una de las herramientas con las que contamos son dos programas, de microemprendimientos y de entrenamiento laboral. De ese modo muchas mujeres pueden desarrollar un perfil que, quizás, desconocían que tenían”, completa Pereyra sobre la actual directriz del plan.
Un mérito de la actual gestión municipal es haber creado la Unidad de Políticas de Género y haber puesto en la función a Anahí Rodríguez, fundadora de una ONG dedicada a la problemática tras una experiencia personal como víctima de violencia de género. “Nuestro rol como equipo de género es acompañar, sostener, y poner a disposición de las familias herramientas de contención”, dice.
En el reciente femicidio de Melisa Moyano, ocurrido en barrio Agua Mansa de Jesús María, Rodríguez se acercó a la familia durante el mismo domingo en que se cometió el crimen y desde ese mismo día ofreció todos los dispositivos de contención disponibles para ella.
El equipo hoy está conformado por tres psicólogas, un abogado, una trabajadora social y una arte terapeuta. Los distintos espacios del programa funcionan de lunes a viernes en distintos horarios. Cualquier mujer que quiera conocer sobre su funcionamiento o necesite asistencia puede comunicarse al teléfono corporativo (03525) 155-30464, inclusive los fines de semana en los que la titular del área monta una guardia pasiva.