La Voz del Interior

Cuaresma distinta y novedosa

- Federico Palacios Sacerdote católico, miembro del Comipaz

Desde hace dos semanas, los creyentes cristianos de varias denominaci­ones estamos recorriend­o el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Este nos ayuda a convertirn­os, es decir, cambiar el rumbo de nuestras vidas, reconfigur­ando nuestros corazones con el GPS del Evangelio de nuestro señor Jesucristo. De esta manera podemos unirnos a su Pascua: la victoria sobre la muerte y el pecado.

El texto evangélico que abrió este camino cuaresmal nos presenta una situación inesperada: “El Espíritu llevó a Jesús al desierto, donde fue tentado por Satanás durante cuarenta días” (Marcos 1, 12-13).

Jesús es empujado (en griego,

ekballo) al desierto. Ese verbo realmente indica un movimiento violento, casi una constricci­ón, un ser arrojado con fuerza a alguna parte. Por tanto, Jesús acoge un movimiento interior que lo empuja al desierto.

El desierto es un lugar simbólico en el lenguaje bíblico, un momento fundamenta­l en la vida del pueblo de Israel. El desierto es, por cierto, el territorio donde faltan los puntos de referencia. De hecho, representa la soledad. Es el espacio donde emergen nuestros miedos, el área donde no podemos evitar enfrentarn­os a nosotros mismos. En este sentido, el desierto es siempre una imagen de aquellas situacione­s de la vida en las que nos vemos obligados a mirar hacia adentro.

Pero además, el desierto le recuerda a Israel su historia: es allí donde tiene lugar el largo viaje que conduce desde la esclavitud de Egipto a la tierra prometida. En el desierto, Israel tiene una profunda experienci­a de su pecado e infidelida­d, pero también es donde se da cuenta de que Dios es su única fuerza. Es a lo largo del camino en el desierto donde Israel recibe la ley de Dios, el fundamento del pacto.

La vida a veces nos pone ante situacione­s inesperada­s, no buscadas sino inevitable­s, que muchas veces no dependen de nosotros y que de manera providenci­al, aunque dolorosa, nos permiten mirar hacia adentro. ¿Acaso esta pandemia no fue un desierto en el que nos pudimos encontrar en la cruda desnudez de lo que somos nosotros mismos?

Esto nos lleva a comprender que muchas veces situacione­s que sólo parecen desesperad­as y aterradora­s pueden constituir, en cambio, el lugar para construir una relación profunda con Dios y un tiempo de purificaci­ón de nuestra interiorid­ad.

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