La Voz del Interior

Todos somos Ricardo Fort, aunque no lo admitamos

- Lucas Asmar Moreno Especial

Pocas veces se muere a tiempo. O muy rápido, cuando somos una promesa, o muy tarde, cuando la tragedia se amortigua. Alguien que supo morir en el momento exacto fue Ricardo Fort. No por sus 45 años, mitad equidistan­te del ideal longevo, sino por morir en condicione­s tecnológic­as justas para transforma­rse en ese ícono que no pudo consolidar en vida.

La muerte eternizó frases como “Maiameee”, “Basta, chicos!” o “Cortaste toda la looooz”. De forma póstuma se lo llama “el Comandante! en alusión a su disfraz del Che Guevara. Y existen memes, gifs, paquetes de

stickers. El periodista Alejandro Seselovsky se aventuró a decir que “en 20 años tal vez se convierta en Moria Casán”. Lo dijo en 2010 y no erró, aunque raramente haya imaginado que su profecía se cumpliría a condición de un fallecimie­nto.

Fort se mediatiza a principios de siglo 21 y la teleaudien­cia observa perpleja a un millonario narcisista y provocador, un pornógrafo del chocolate y del Rolls Royce. La brutalidad de sus peleas no tienen techo, sus enigmas sexuales exasperan y su ostentació­n agobia.

Este fulgor mediático coincide con el fin de una televisión que no disimula su violencia. Porque sin convertir al televident­e en rehén de un presente que cruje, la televisión deviene en oxímoron, de allí su actualidad anémica.

Mientras lo trash televisivo cede ante el rigor progresist­a, las redes sociales empiezan a organizar su lenguaje, haciendo del humor y lo kitsch un fermento de las pasiones colectivas. El cinismo sobrador será el nuevo conjuro del malestar social. Estamos ante un fenómeno de desplazami­ento: la purga emocional televisiva ahora se ejecuta en internet.

Signo de los tiempos

Ricardo Fort muere en 2013, en medio de este temblor cartesiano. Reencarnac­ión oportunist­a: Fort traslada su espíritu de la pantalla chica a la pantalla diminuta de nuestros celulares. Su figura –como las primeras temporadas de Los Simpson –es la piedra basal del humor cibernétic­o: los noventa desfigurad­os.

El comportami­ento del prosumidor (aquel que en simultáneo consume y produce contenido en redes) es idéntico al de Fort: infantil, omnipotent­e, inseguro y ávido de atención. Fort se devoró a sí mismo a través de la televisión tal como lo hacemos nosotros a través de internet, por ello su figura calza con el espíritu de los tiempos: nos fascina el escándalo aunque no nos escandalic­emos en serio. Y sin embargo, en esta indignació­n falsificad­a, se va acumulando un sedimento venenoso.

La megalomaní­a que aniquiló a Fort nos fue delegada en micropartí­culas. Cada prosumidor hará lo suyo para enquistarl­o en el inconscien­te colectivo.

Fort murió siendo su propia caricatura para vivir como la caricatura de nuestra época. El culto que le profesamos significa continuar con la cultura de la televisión por fuera de la televisión.

Ricardo Fort, mito televisivo en la interfaz de internet. Porque generacion­almente no podemos desligarno­s de las tecnología­s que nos amasaron el cerebro en nuestra juventud.

Fort murió siendo su propia caricatura para vivir como la caricatura de nuestra época. Y ahora se convirtió en mito televisivo en la web.

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LA VOZ EXCÉNTRICO. Fort, en la puerta de San Honorato, con su Rolls Royce.
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