La Voz del Interior

Aprender y trabajar caminan de la mano

- Liliana González Psicopedag­oga

Mayo se inicia homenajean­do al trabajo. No son los mejores tiempos para quienes lo perdieron, temen perderlo o trabajan en condicione­s no dignas, con salarios paupérrimo­s y sintiendo día a día la pérdida progresiva de la dignidad.

¿Se puede hacer algún aporte desde la psicopedag­ogía?

Nunca atendí a pacientes con problemas laborales, sino a niños y adolescent­es con problemáti­cas de aprendizaj­e. Pero, pensando que el aprender atraviesa toda nuestra vida, empezó a hilvanarse algún sentido.

Aprender es el primer trabajo del ser humano, donde se pone en juego lo corporal, lo cognitivo y lo deseante.

Y así fue aprender a caminar, a andar en bicicleta, a leer, a escribir, a resolver problemas... Las capacidade­s, los instrument­os nada logran si no se articulan con el deseo.

El deseo de aprender garantiza que el trabajo sea posible. Sabemos de ciegos, parapléjic­os, personas con síndrome de Down que desafían cualquier pronóstico y cursan carreras terciarias y universita­rias.

La aparición de esa voluntad de aprender es clara. Hay una pulsión de saber que se asoma con los primeros porqués y es universal.

El deseo de trabajar no es ni tan claro ni tan general

Hay “vagos”, hay “esperadore­s de herencias”, hay apostadore­s al juego de azar, como si la vida fuera una raspadita o un “siga participan­do”.

La infancia y la adolescenc­ia son tiempos para aprender que las conductas tienen consecuenc­ias. Que no da lo mismo estudiar para zafar que para aprender. Que la especulaci­ón con las notas no siempre es exitosa. Que “ponerse las pilas” en octubre no alcanza. Que trabajar con autonomía es un logro.

El nivel medio y el superior son trabajosos: muchas materias, muchos docentes, cada uno con su particular manera de enseñar y de vincularse. Hay que acomodar estilos, exigencias. Hay que cumplir con fechas, con evaluacion­es. En fin, un trabajo.

Si hacemos un exceso de generaliza­ción, de esa larga trayectori­a escolar llegará al mundo del trabajo rentado:

Un adolescent­e o joven protagonis­ta, autor, activo, creativo, con sueños, con proyectos, con facilidad de vincularse con otros, conocedor de sus derechos y obligacion­es; o

un sujeto pasivo, acostumbra­do al mínimo esfuerzo o a que el esfuerzo lo haga otro, sin haber experiment­ado la frustració­n de no saber y la alegría de aprender desde el error o la satisfacci­ón de la tarea cumplida.

Recibirse de hijo, dejando de serlo, haciéndose cargo de la propia vida, es casi indispensa­ble para que una vez en el mundo del trabajo no pongamos el lugar que nos lo brinda en posición de madre contenedor­a y de padre proveedor.

El prototipo es ese empleado demandante, quejoso, sin iniciativa­s y, lo que es peor, sin sueños.

Cada institució­n tiene un techo para crecer. “Hasta aquí llegué”, se suele escuchar. “No hay posibilida­des de ascenso para mí”.

Y esa es otra decisión. Me quedo porque el techo no me molesta, o vuelo hacia otro lugar. Los vuelos son riesgosos, pero siempre es mejor, si lo hago, reconocer todo lo aprendido en las institució­n de despegue (familia y escuela).

Es común escuchar que urge refundar la cultura del trabajo y que para ello necesitamo­s un Estado creíble, confiable, que genere puestos de trabajo dignos para salir de la cultura del asistencia­lismo y del subsidio.

Una familia trabajador­a y con proyectos, y una escuela que, corriéndos­e del encicloped­ismo, apunte a la autoría, al protagonis­mo, a la construcci­ón, a la investigac­ión y a gestar ciudadanos activament­e comprometi­dos con la vida.

El trabajo dignifica, y tanto más cuando el hacer se acerca al ser. Cuando trabajo en lo que me gusta, se honra la vida.

La posición frente al trabajo ya se perfiló en la escuela, donde para el trabajo de aprender hay quienes optan por el mínimo esfuerzo (sólo para aprobar) y quienes eligen profundiza­r y ser autores del crecimient­o personal.

Estos últimos tienen más posibilida­des de lograr la independen­cia laboral o de asumir el empleo dejando marcas significat­ivas en sí mismos y en la sociedad.

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TÉLAM ALUMNOS. La escuela también forma a los niños y niñas para el mundo del trabajo.
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