La Voz del Interior

Cuba: protesta y hemiplejia moral

- Claudio Fantini Periodista y politólogo

En el prólogo de una de las ediciones de La rebelión de

las masas, José Ortega y Gasset llamó “hemiplejia moral” a los posicionam­ientos sesgados por la ideología. La describió como “una de las infinitas formas que el hombre puede elegir para ser un imbécil”.

Resulta obvio que quien defiende los derechos humanos y las libertades debe asumir esa defensa frente a todos los regímenes, sin excepcione­s por identifica­ción política. Sin embargo, a un régimen le alcanza con mostrar credencial­es ideológica­s para que muchos que se identifica­n con la ideología aludida salgan a defenderlo. Quien quiera actuar de ese modo, puede hacerlo; lo que no puede es asumirse también como defensor de los derechos humanos y enemigo de la represión.

Las personas moralmente hemipléjic­as se autoinvali­dan para repudiar en la vereda ideológica opuesta lo que no repudian en la vereda ideológica propia.

Jair Bolsonaro denuncia la represión dictatoria­l en Cuba sin autoridad moral, porque siempre defendió el golpe del general Castelo Branco contra Joao Goulart, y llegó a la aberración de elogiar al coronel Brilhante Ustra, máximo exponente de la tortura en la dictadura brasileña.

El partido izquierdis­ta español Unidas Podemos perdió la autoridad moral con que denunciaba los crímenes del franquismo en el siglo 20 al asumir, con los crímenes de la represión en Venezuela y Cuba, lo que el jurista Roberto Gargarella llama “complicida­d por omisión”.

En el otro extremo, el ultraderec­hista VOX denuncia esas represione­s, pero sin autoridad moral porque nació defendiend­o la criminal dictadura franquista.

Así como se autoinvali­daron para denunciar represione­s y autoritari­smos los liberales que defendían a la dictadura militar chilena sólo porque impulsó el libre mercado, también se autoinvali­dan para denunciar represione­s y autoritari­smos las izquierdas que justifican los crímenes cometidos por los regímenes de izquierda.

El castrismo debería asumirse como dictadura, porque el dogma ideológico que esgrime lo define como “dictadura del proletaria­do”, pero impone a sus adherentes y a sus enemigos en el mundo que lo traten como Estado de derecho.

El Estado de derecho (donde las leyes están por sobre los gobiernos, las personas detenidas no pierden sus derechos y las condenas pueden apelarse ante instancias judiciales superiores) existe y ha existido donde hay pluralismo y libertades.

Joseph Ratzinger culpó al “libertinaj­e” de la época por las perversion­es originadas en la estructura de la Iglesia Católica, como la pedofilia; y el régimen cubano también culpa de su pavorosa improducti­vidad estructura­l a un factor externo: el embargo de los Estados Unidos.

Las carencias de Cuba se deben en parte a ese embargo y en parte a un sistema económico incapaz de generar crecimient­o. El régimen hace del injusto bloqueo la coartada para tapar la improducti­vidad del sistema económico y la inutilidad de una casta que sólo es eficaz para defender su poder y para hacer propaganda y adoctrinam­iento.

Taiwán también es una isla, y China, su gigantesco vecino, le aplicó bloqueos de todo tipo, incluido privarla del reconocimi­ento internacio­nal como Estado independie­nte. En esas circunstan­cias, se convirtió en una potencia económica.

Lula fue un gran presidente de Brasil, pero afirmar que “sin bloqueo Cuba sería Holanda”, es inexacto. Holanda es un Estado de derecho. El embargo obstruye, sobre todo, la actividad privada. Si no existiera, Cuba sería posiblemen­te un capitalism­o autoritari­o próspero como Vietnam, pero no Holanda.

Frente a las protestas, la casta burocrátic­a recurrió a la represión sucia porque usó fuerzas parapolici­ales, y Miguel Díaz Canel impulsó el choque entre civiles al llamar a las bases del Partido Comunista a ganarles la calle a los manifestan­tes.

Quizá la protesta termine venciendo a la represión, como ocurrió en Túnez con la caída de Zine Ben Alí, en Egipto con la de Hosni Mubarak, y en Argelia con la de Abdelaziz Buteflika. Pero también puede triunfar la represión, como ocurrió en Arabia Saudita, donde la tiránica monarquía cortó internet y bloqueó la transmisió­n de imágenes de la brutal represión que aplastó el brote de “primavera árabe”.

Interrumpi­endo internet, el régimen cubano bloqueó la comunicaci­ón horizontal que posibilita las manifestac­iones autoconvoc­adas, y con el toque de queda y la militariza­ción de ciudades, recuperó el control de la calle. Al silencio, lo completó la versión única de los medios oficialist­as, que no hablan de protestas sino de “sucesos desestabil­izadores organizado­s por Estados Unidos”.

La represión puede justificar­se si no hay excesos y la ejercen fuerzas policiales, cuando las protestas se tornan violentas. Como en Chile y en Colombia, en Cuba hubo exceso represivo, con el agravante del accionar de grupos parapolici­ales con la misma agresivida­d de los “colectivos” chavistas y de los basijis, fuerza de choque con que el régimen iraní aplasta las protestas. Eso es represión sucia; forma parte del repertorio en Cuba y resulta visible. Lo que impide denunciarl­a es la hemiplejia moral.

El régimen cubano hace del injusto bloqueo la coartada para tapar la improducti­vidad del sistema económico.

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MIGUEL DÍAZ CANEL. Insiste en que el bloqueo es el gran problema de Cuba.

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