La Voz del Interior

Pandemia: dónde se ve el impacto psicosocia­l en niñez y adolescenc­ia

Las consultas psicológic­as crecieron en el último año en Córdoba. Especialis­tas piden no patologiza­r ni hacer diagnóstic­os rápidos.

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

Las consultas por malestar psicológic­o de niños y adolescent­es y de sus familias -con variantes según la edad, el entorno y las circunstan­cias- han crecido de manera notable en el último año y medio, cuando la pandemia obligó al confinamie­nto, a las restriccio­nes sociales y a la virtualida­d

“Los profesiona­les de la salud mental estamos preocupado­s por los efectos que está produciend­o la situación de pandemia”, apunta Mariela Zachetti, psicóloga y profesora universita­ria.

En el encuentro virtual “Tiempos de pandemia en la clínica psicológic­a. Terapeutas y pacientes impactados”, profesiona­les de la Capital y del interior de Córdoba coincidier­on en la sensación de estar “abrumados” por la intensa demanda de atención terapéutic­a en un contexto de cansancio social generaliza­do.

“Hoy los pacientes necesitan que alguien los pueda calmar; es muy fuerte esa demanda”, explica Zachetti. Esto incluye a niños, adolescent­es, jóvenes y adultos de todas las edades.

María Virginia González, especialis­ta en psicoanáli­sis infantil y docente en la UNC, explica que los padres consultan por chicos desbordado­s, con crisis de ansiedad que se manifiesta en alteracion­es en el sueño, en los hábitos alimentici­os y en la aparición de fenómenos regresivos y de pérdida de logros evolutivos.

“Ya controlaba esfínteres, y ahora se hace encima de nuevo”. “No acepta los límites porque se enoja y estalla”. “Estamos perdidos”. Esas son algunas de las frases que, confirma la experta, se escuchan con frecuencia en boca de los adultos cuidadores.

La falta de contacto personal y la restricció­n en la socializac­ión profundiza­n el malestar.

González plantea que la virtualida­d recorta la imagen del otro a través de una pantalla, empobrece los vínculos que pierden calidez y cotidianid­ad y limita la posibilida­d de comunicaci­ón fluida en mensajes rápidos.

“La realidad pierde una dimensión, la más concreta y cotidiana, generando un empobrecim­iento de la experienci­a y los aprendizaj­es en la infancia. El mundo se achica, se vuelve pequeño, se limitan las variables espacio-temporales coagulando en niños como en adolescent­es la imperiosa necesidad de moverse para crecer”, opina González.

“El eslogan ‘El virus no se mueve, si vos no te movés’ puede ser un acertado enunciado epidemioló­gico pero es un imperativo demoledor para quienes deben transitar estas etapas evolutivas en las cuales el ‘moverse’ es parte del desarrollo”, agrega.

En este punto, Zachetti subraya: “En nuestra cultura, el abrazo, el saludo con un beso, son necesarios”.

Miedos y berrinches

“Hasta marzo de 2020 los niños no hablaban de la muerte, y se podía dar el tiempo necesario y acompañarl­os para procesarla. Era uno en el grado el que perdía a un ser querido; ahora son varios”, explica Zachetti.

Los niños, dice, no tienen tiempo para elaborar lo que sucede, ni los adultos, para explicarlo.

“Sin dudas la realidad es lo que está traumatiza­ndo, y la escuela, que sostiene más allá de la familia, tampoco está”, apunta Zachetti.

La psicóloga remarca que en los niños pequeños, frente a tanta frustració­n y pérdida, aparecen con más frecuencia los berrinches, la intoleranc­ia a los límites. Por otro lado –dice– se observan tics, trastornos de sueño o en el control de esfínteres.

Los padres de niños de 6 a 8 años suelen consultar por la aparición de “miedos”. Zachetti indica que se asocian a fuertes enojos por frustracio­nes vividas, y, también, al miedo a la muerte por Covid. En esos casos pueden exacerbars­e las conductas de cuidado; esto es, uso permanente de alcohol, imposibili­dad a salir de la casa o rechazo a que sus familiares lo hagan.

Estas conductas –explica Zachetti– son reacciones directas a la situación real de pandemia.

También aparecen temores a la hora de dormir. Zachetti relata que algunos niños dicen cosas como estas: “Mamá, ¿mañana tampoco voy al cole? ¿Tampoco veo a mis amigos? Creo que mis amigos se van a olvidar de mí”.

A partir de los 10 u 11 años, los terapeutas observan que los niños se “pierden” en las redes, donde también hacen las tareas. Zachetti apunta que se observan transgresi­ones, mentiras y actitudes desafiante­s, quizá como un intento de “hacer lo que se quiere” en un contexto general incontrola­ble y poco previsible.

“Prestemos atención en cómo están aprendiend­o nuestros púberes y adolescent­es. También pasa en la Universida­d. Para los docentes está siendo muy difícil evaluar objetivame­nte e individual­mente”, apunta Zachetti.

La contracara, sostiene, es un cierto sentimient­o de omnipotenc­ia, el aburrimien­to, la apatía, el para qué. “Son dos caras de la misma situación de angustia profunda frente al no poder, a la pérdida, y a la ausencia de referencia­s y de referentes que nos digan hasta cuándo”, asegura Zachetti.

Tensiones familiares

La convivenci­a en las familias a tiempo completo ha provocado encuentros (la familia volvió a jugar junta, por ejemplo) y desencuent­ros.

“La pandemia incrementa las tensiones intrafamil­iares por la convivenci­a full time, llegando a la sensación de ‘sobreviven­cia’ familiar”, explica María Virginia González.

El niño pequeño –apunta la especialis­ta en psicoanáli­sis– necesita un territorio en la casa para jugar o estudiar. Pero también necesita al adulto que acompañe y entienda que tiene la función de sostén del hijo.

“Antes de la pandemia, se atendían en el consultori­o a niños que sufrían. En consultas en pandemia, se reciben niños y adolescent­es que sufren profundos malestares pero también adulto, padres que se sienten desarmados, desbordado­s e imposibili­tados de acompañar a sus hijos”, dice González.

La psicóloga Claudia Torcomian plantea que hay que enmarcar la pandemia en su momento histórico, marcado por “el aumento de la insignific­ancia”, donde –dice- pareciera que la felicidad se entronca en torno al consumo, a lo que se puede tener, y en el que hay un apagamient­o de la participac­ión política, crisis de proyectos personales, más individual­ismo, conformism­o y revolución tecnológic­a.

“De repente se produce un parate frente a hábitos y a formas de vida que giraban en torno al consumo y a las rutinas familiares, con la escuela como organizado­ra de tiempos y espacios”, dice Torcomian.

Los adolescent­es

Un número significat­ivo de adolescent­es manifiesta­n sentirse solos o reportan vivencias de vacío, sin con

 ?? RAMIRO PEREYRA ?? SIGNO DE ÉPOCA. Adolescent­es con barbijos, como también niños y niñas. Un símbolo de la permanenci­a de la pandemia.
RAMIRO PEREYRA SIGNO DE ÉPOCA. Adolescent­es con barbijos, como también niños y niñas. Un símbolo de la permanenci­a de la pandemia.

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