La Voz del Interior

La educación también es necesaria para la economía

- Gerente General Juan Tillard | Director Periodísti­co Carlos Hugo Jornet

La transforma­ción digital y tecnológic­a es una realidad en el mercado laboral. Más allá de que la pandemia nos haya mostrado los beneficios de la virtualida­d y del teletrabaj­o, la robotizaci­ón y el uso de inteligenc­ia artificial ya son un rasgo del presente.

En el mercado laboral argentino se buscan perfiles acordes con esas caracterís­ticas. Pero un enorme segmento poblaciona­l no está preparado. Un reciente estudio de una consultora especializ­ada en el tema advirtió que el 72 por ciento de los empleadore­s tienen problemas para conseguir empleados con las habilidade­s y las competenci­as requeridas por determinad­os puestos.

El empleado clásico, que podía ser tomado por la industria gráfica, el comercio automotor, los supermerca­dos o la gastronomí­a, hoy no es demandado. Los rubros que se muestran activos, tanto en la industria como en el comercio y en los servicios, están definiendo, o ya han definido, un nuevo perfil laboral.

Los analistas agrupan los nuevos requerimie­ntos en cuatro categorías: habilidade­s cognitivas, como planificac­ión y flexibilid­ad mental; habilidade­s interperso­nales, como trabajo en equipo y afinidad en la relación con el otro; habilidade­s de autolidera­zgo, para garantizar autodiscip­lina, automotiva­ción y cualidades de emprendedu­rismo, y habilidade­s digitales, lo que exige manejar con fluidez diferentes tecnología­s.

El cambio representa un desafío educativo. O, si se prefiere, formativo. ¿Cómo formar, cómo estimular esa mentalidad en los adolescent­es y en los jóvenes? Todo el mundo mira, en primer lugar, hacia la escuela secundaria; y en segundo lugar, hacia las carreras terciarias y universita­rias.

Y aquí el punto no debiera ser, necesariam­ente, la incorporac­ión de nuevos contenidos, sino una transforma­ción radical en el método de enseñanza, en los objetivos y en el sentido de las evaluacion­es. Porque lo primero que debiera revertirse es el deficiente aprendizaj­e, sobre el que tantos diagnóstic­os se hicieron en las últimas dos décadas.

Recordemos que la mitad de los adolescent­es no terminan el secundario a la edad establecid­a. Ese 50 por ciento que queda en el camino no tiene la posibilida­d de seguir estudiando. O, en el mejor de los casos, retoma sus estudios muchos años después. En cualquier caso, ¿qué posibilida­des laborales tiene un joven de unos 20 años que no ha concluido el secundario?

A la otra mitad no le va mucho mejor. Porque, para resumir el asunto en dos cifras, sólo uno de cada dos adolescent­es que terminan el secundario entiende lo que lee; y sólo uno de cada tres comprende un problema lógico-matemático. Ambas cuestiones dan cuenta del tercer elemento: en general, no han incorporad­o técnicas de estudio, de modo que no tienen autonomía para enfrentar el análisis de un problema cualquiera por sí mismos. De todo ello se deriva la alta deserción que se registra en los primeros años de la educación superior, con la consiguien­te carga de frustració­n y fracaso.

En consecuenc­ia, la reforma educativa se ha convertido, como la vacuna contra el coronaviru­s, en una necesidad económica.

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