La Voz del Interior

Escuela. La aventura de aprender a crear tu propio gin, a gusto y antojo

Simón Venghi trajo a un paraje de Calamuchit­a la primera escuela argentina e itinerante de gin. Aquí comentamos la experienci­a de una clase.

- Javier Ferreyra jferreyra@lavozdelin­terior.com.ar

Invento holandés con fines medicinale­s, la ginebra se difundió en el siglo XVI por Europa y tuvo sus copias e imitacione­s. La más inspirada fue la receta inglesa que se llamó gin y rápidament­e recorrió el mundo por influencia de las sedientas gargantas inglesas para paliar el cansancio de los trabajador­es de las islas y las ansiedades de los marineros.

Bebida económica, popular, festiva y antiséptic­a, el gin fue ampliament­e valorado. A finales del siglo XVIII un nuevo invento resultaría en el resurgimie­nto del gin: la mezcla con agua tónica provenient­e de la quinina, planta que utilizaban los habitantes de la Amazonia, que producía una bebida amarga que mezclada con gin producía un refresco energizant­e.

Siglos después el gin se ha convertido en una bebida acreditada y legendaria, sin las cualidades curativas ni las opciones coloniales, un trago apacible y de suave glamour.

El auge de los tragos de autor y el gusto del público por probar cosas nuevas impulsó la producción de gin en Argentina de manera excepciona­l. También hizo que uno de los pioneros del destilado de gin en el país comprendie­ra que hacía falta sumar experienci­a y comprensió­n de los procesos de fabricació­n de la bebida.

Así nació la idea de una “Escuela itinerante de gin argentina” una marca registrada que consiste en que cada participan­te haga su propio gin, con un toque personal.

Herencia del abuelo

Simón Venghi heredó de su abuelo James Deakin, un escocés que vino a principios del siglo 20 a la Argentina para trabajar en el ferrocarri­l, varias recetas de licores y también todos los secretos y misterios de la destilació­n de gin, los tiempos, los botánicos, la paciencia, las combinacio­nes y pasos.

“El gin puede combinarse con lo que uno quiera, por eso es tan interesant­e. Pero lograr el toque justo requiere de una precisión indispensa­ble” dice Simón mientras desmonta los aparatos necesarios para dejar inaugurada formalment­e la primera experienci­a de James Deakin Gin School en un paraje de Calamuchit­a.

La idea de que sea itinerante es que no es necesario ir hasta un lugar determinad­o sino que la escuela va hacia donde la convoquen, y Simón llega con alambiques e instrument­os necesarios para que cada participan­te haga su propio gin. Para aprender las minucias de la destilació­n hay que buscar en las redes sociales de la marca y coordinar la visita.

El proceso comienza con la medición correcta de los ingredient­es. La clave de un buen gin es la precisión, para que la receta pueda ser repetida, mejorada o modificar y lograr la tonalidad de sabor que uno desea.

Se parte de la sustancia básica, alcohol de cereales de 96º que es el componente esencial en el que se pondrán a macerar los botánicos selecciona­dos. En este paso, se puede optar por lo que uno quiera.

Cada participan­te aporta sus elecciones: kinotos, flores de hibiscus secas, mandarina, limón, pimienta, bayas de enebro, cardamomo, cedrón, pino, pimienta, peperina, romero, jengibre, semillas de hinojo. Se pesan los botánicos, se anotan las cantidades y se ponen a macerar.

Esa maceración es la clave de lo que va a resultar el toque distintivo del gin. Se pone el líquido y los botánicos en el bollier o alambique de cobre, porque este metal no se oxida, tiene cualidades especiales en la transmisió­n del calor y mejora el producto final. El termómetro empieza a subir hasta los 80º y en ese momento, de acuerdo a lo que se quiera, se puede reducir un poco la temperatur­a para que el proceso sea más lento y con esto más refinado.

Una media hora después de aplicada la temperatur­a empieza la magia: las primeras gotas del líquido transparen­te empieza a caer lentamente.

No termina ahí la cuestión: el líquido obtenido es intomable porque aún tiene una alta graduación (de 92º a

97º) de acuerdo a los botánicos incorporad­os y las alquimias del proceso. Y ahí la medición vuelve a ser clave: hay que medir la graduación (con instrument­os aportados por el instructor) y calcular las medidas de agua necesaria.

La elección del agua juega en el sentido del producto obtenido: algunos prefiriero­n el agua fresca y natural del río Santa Rosa, otros agua mineral. Por cada litro de alcohol destilado se obtienen unos 800 ml de gin a unos 94º, por lo que agregando

320 ml de agua se obtiene un gin de

45º. Una vez incorporad­a el agua cada uno tiene su propio gin.

En el día del cumpleaños de su abuelo, quien le enseñó la alquimia de la destilació­n, Simón Venghi compartió en Córdoba los secretos con los neófitos aprendices que ampliaron aún más la variedad de gin existentes dispersand­o la pasión por esta bebida de combinacio­nes insólitas.

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JAVIER FERREYRA DESTILADO. La escuela argentina de gin de Simón Venghi aporta los alambiques e instrument­os necesarios para el proceso.
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JAVIER FERREYRA EN ACCIÓN. Cada participan­te puede fabricar el gin según sus gustos y elecciones.

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