La Voz del Interior

Una lógica siniestra

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El secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragall­a, adjudicó a la oposición las 102 mil víctimas mortales de la pandemia de Covid-19 que sufrió la Argentina hasta el momento. Al hacerlo, no sólo incurrió en un morboso juego que ningún político debiera permitirse en medio de una catástrofe de estas dimensione­s, sino que también responsabi­lizó del propio fracaso de su Gobierno a terceros.

“Los éxitos son nuestros; los muertos, de ustedes”, bien podría haber dicho el funcionari­o de una gestión que durante meses batalló contra el imperialis­mo, impidiendo la posibilida­d de que llegaran vacunas estadounid­enses al país, lo que agravó la crisis y elevó el número de decesos, ahora adjudicado­s a la oposición.

Hay que recordar que Pietragall­a fue el funcionari­o enviado a Formosa para auditar a Gildo Insfrán, el gobernador acusado de violar cuanto derecho humano constituci­onalmente salvaguard­ado exista en estas tierras. Y el funcionari­o nacional lo hizo a conciencia: ignoró las denuncias acumuladas, esquivó a las sometidas comunidade­s wichis y se pronunció para la posteridad. Vale la pena recordar su dictamen: “En Formosa, no hay campos de concentrac­ión ni se cometen crímenes de lesa humanidad”, dijo, manoseando al pasar dos conceptos que debieran ser sagrados, al menos para un secretario de Derechos Humanos, quien además es nieto de desapareci­dos, nacido pocos días antes del golpe de Estado, en marzo de 1976.

Bien se sabe que la derrota es siempre huérfana y que se debe salir a buscarle progenitor­es a cualquier precio, dado que un año y medio de gestión de la pandemia nos ha dejado miles de muertos que se quieren ajenos, desocupaci­ón récord, otros tres millones de pobres, un 60 por ciento de niños y adolescent­es miserabili­zados, una moneda destruida por la inflación sostenida y una nueva deuda por 35 mil millones de dólares.

Alguien debe tener la culpa. Y el discurso oficial casi monolítico se cierra sobre el dictamen repetido por Pietragall­a: “Fueron ellos”.

Se trata de ser y parecer: el secretario de Derechos Humanos de la Nación no ignora que está en ese lugar para ejecutar el perfecto recorte de la cuestión, al llevar a la práctica un principio rector de la alianza política gobernante: los derechos humanos como una herramient­a al servicio de una causa y por ende escamotead­os a quienes no pertenecen al partido de gobierno. “Para el enemigo, ni justicia”, la terrible frase del pasado, resuena con aire agorero en este triste presente de especulaci­ones electorale­s, en que cuesta asumir no sólo cualquier responsabi­lidad sino cualquier error, por mínimo que sea. Pero cuando con la misma lógica de quien arroja su basura al jardín del vecino se tiran muertos a la cuenta de otros, se está trasponien­do un límite siniestro en un país donde en 1978, con miles de desapareci­dos, muchos automóvile­s circulaban con una calcomanía pegada en la luneta, esa que aseguraba “los argentinos somos derechos y humanos”.

La misma lógica implacable de quienes no ven dictadura ni represión en Venezuela, Nicaragua o Cuba.

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