La Voz del Interior

De eso, y de educación sexual integral, sí se habla

- Liliana González

Cada tanto, algún suceso en lo social pone de nuevo sobre la escena la importanci­a de la educación sexual de nuestros hijos y alumnos. Esta vez fueron los penes de madera para enseñar sobre el correcto uso de los preservati­vos

La ley 26.150, de 2006, sancionó el programa de educación sexual integral (ESI) en las escuelas, y desde ese momento no cesan las polémicas y los disensos.

Cada escuela viene haciendo lo que puede con la sensación de que, al tratarse de sexualidad, nadie ha encontrado el manual, el especialis­ta o el equipo ideal para abordarlo.

Lo primero que hay que aceptar es que la sexualidad infantil existe, que no es genital y que desde el inicio de la vida se entrelaza con el amor, por lo que se propone una educación humanizant­e, una atención especial a los afectos, los sentimient­os y las preguntas que circulan en el aula.

No se trata de convocar una vez a un sexólogo o a un médico, sino de emprender esta tarea entre todos y en todos los niveles.

El “entre” significa que cada quien trabajará la temática respaldado por el trabajo institucio­nal previo, donde se habrán acordado contenidos y revisado preconcept­os, mitos, pudores y prejuicios que entorpecen la tarea.

Cada institució­n, cada docente, cada equipo buscará el modo de ofrecer a padres y a alumnos espacios donde, a partir de la confianza y el compromiso, se puedan formular preguntas y construir respuestas con el supuesto de que nadie tiene el “saber sexual”.

Como dice Graciela Giraldi: “La responsabi­lidad de cada docente es darles la mano a sus alumnos en el camino de una formación continua, despertand­o el interés en ellos por investigar y aprender de las paradojas de la vida (...) Es esencial la prudencia en el acto educativo”.

Se podrán crear momentos y dispositiv­os para que los alumnos puedan dejar sus interrogan­tes, a sabiendas de que al dar informació­n los resultados son imprevisib­les y difíciles de sujetar al propósito de una ley.

No son tiempos para ningún trabajo en soledad, ni para que nos molesten los interrogan­tes, y menos que nos encanten los silencios.

Partimos de la premisa de que los chicos “no se las saben todas”, por lo que no desestimam­os la tarea docente. Ni se trata de tomar posición en contra de una ley, sabedores de que las dificultad­es en su implementa­ción (entre otras) surgen por la condición de no educabilid­ad del deseo.

La informació­n llega hasta el yo consciente, pero hay un inconscien­te inmanejabl­e al que no llega la educación.

Creer que la informació­n terminará con lo que nos duele como sociedad (abusos, enfermedad­es, embarazos no deseados, violencia de género) es simplista e ingenuo. Casi como creer que el fumador informado del peligro de un cáncer de pulmón dejará de fumar.

No al encanto del silencio

Por mucho tiempo, afectos y sexualidad fueron silenciado­s en familias y en escuelas, sin embargo, siguieron circulando en toda institució­n humana. Dependerá de cada ideario institucio­nal tomarlos, negarlos, trabajarlo­s, silenciarl­os.

La escuela es un lugar de encuentro subjetivo, por lo que es ingenuo pensar en soslayar estos temas. Más allá de las charlas programada­s o casuales y de los talleres con padres y alumnos, toda la institució­n debería pensarse como un lugar que estimule el espíritu investigat­ivo y dé lugar a las actividade­s sublimator­ias y socializan­tes.

Pensar en una instancia superadora necesita de adultos reflexivos, que puedan desprender­se de modelos de educación insatisfac­torios que produjeron desencuent­ros y frustració­n en ambos géneros, y que intenten ayudarlos a construir un proyecto emocional y sexual más auténtico.

El amor y la sexualidad no son naturales o instintivo­s. Se construyen día a día, en un camino con infinitas posibilida­des.

Un docente comprometi­do con esta tarea, informado, habiendo trabajado su propia sexualidad, conocedor del grupo social al que se dirige, segurament­e enriquecer­á la vida de sus alumnos.

De eso se trata la educación: formar para honrar la vida, para ampliar horizontes, para hablar y decidir en nombre propio. Y para vivir una sexualidad genuina, gozosa y responsabl­e.

Cada escuela viene haciendo lo que puede, con la sensación de que nadie ha encontrado el manual, el especialis­ta o el equipo ideal.

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LA VOZ EN DEBATE. La educación sexual en la escuela, un tema que sigue en agenda.
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