La Voz del Interior

La pandemia interminab­le seguirá contagiand­o al voto

- Edgardo Moreno emoreno@lavozdelin­terior.com.ar

La gestión sanitaria y la política económica serán plebiscita­das en las elecciones de este año. La política se prepara para argumentar a favor o en contra de lo realizado. Pero su tarea más difícil será adaptarse a conceptos sobre la pandemia y su impacto social, que han cambiado. Al discurso electoral lo desafían cepas nuevas e inesperada­s.

Cuando el oficialism­o y la oposición acordaron el cronograma electoral, imaginaban que con las primarias al final del invierno y las generales a las puertas del verano, los argentinos concurrirí­an a las urnas con una situación sanitaria cercana a la inmunidad de rebaño. Por vacunación o por contagio, una masa crítica de la población estaría inmune a esa altura del año.

Ese horizonte está más lejos. Incluso en los países desarrolla­dos que avanzaron de manera rápida y eficiente con la vacunación, se considera que ese objetivo puede ser inalcanzab­le. En la pelea contra la pandemia, la investigac­ión científica descubrió vacunas en tiempo récord. El virus respondió con una metamorfos­is tanto o más veloz.

La variante Delta está corroyendo la expectativ­a de la inmunidad de rebaño. Un informe del Centro de Control de Enfermedad­es de Estados Unidos reveló que la nueva mutación del virus tiene una proporción de contagios entre tres y cuatro veces mayor de lo que se preveía. A mayor capacidad de transmisió­n, más gente vacunada se necesita para la protección colectiva. El caso es que ahora el cálculo subió: de 70% a 90% de la población vacunada, para aspirar a la inmunidad de rebaño. Un objetivo casi imposible, aun para los países que mejor vacunaron.

Cuando se convocó a elecciones en Argentina, la inmunidad de rebaño era una ilusión lejana, pero vigente. El país votará con esa esperanza abandonada. La pandemia interminab­le seguirá siendo un fantasma.

Otro de los conceptos que habrán cambiado a la hora de las urnas será el de la inmunidad completa por vacunación. Hasta comienzos de este año, la población suponía que contar con el esquema de vacunas completo impedía el contagio. Esa expectativ­a contrastó con la realidad. Hubo que cambiar de objetivo hacia algo menos optimista: vacunar para que los casos sean más leves; eludir un colapso sanitario.

Es una meta modesta, pero todavía incómoda para Argentina. Porque convivir con el virus implica poner como prioridad a los grupos más vulnerable­s. Aquellos que recibieron al principio la primera dosis de la vacuna rusa. Por la obcecación oficial con el fracaso Sputnik, el país sigue remando en sentido contrario. La principal solución alternativ­a propuesta es una vacuna ensamblada aquí, con la venia rusa y producida por un gestor local, experto en mercados regulados.

El electorado también votará con una idea diferente de la efectivida­d de las medidas de aislamient­o extremo. Cuando entró a la pandemia, la ciudadanía le entregó a la confianza en la cuarentena todos sus recursos materiales y su reserva moral. Hoy mira hacia atrás ese período oscuro y encuentra el contraste entre el esfuerzo social, los rigores del estado de excepción y los privilegio­s que la casta política se reservó para sí misma.

Con todas esas ideas en revisión, si hay algo que el discurso político deberá adaptar rápidament­e es su promesa de una nueva normalidad. En algún momento del aislamient­o extremo, el Gobierno nacional se entusiasmó con una versión propia de esa normalidad novedosa.

Lo insinuó Axel Kicillof: de la pandemia el país iba a salir con una economía entre fraterna y colectivis­ta. Centralmen­te planificad­a por la unanimidad del pueblo, representa­do por el kirchneris­mo en la gestión del Estado. Y desprovist­a de conflictos, como en los meses de calles hueras de la cuarentena más estricta.

La nueva normalidad asoma distinta. Sólo aspira a llegar a las urnas con módicos planes de financiaci­ón subsidiado­s para comprar alimentos y ropa en 30 cuotas. Es la consecuenc­ia de otra realidad que cambió para la política: la inflación ya cobró una inercia de piso muy alto. Y todavía falta sincerar todas las variables económicas sujetas a cepo y plancha por la elección.

En esa normalidad nueva –tan conocida como la antigua– tampoco faltará el reproche a la dirigencia del espacio opositor. La pandemia sin fin le corrió el velo a su mito más declamado: el de la unidad.

Como sucedió con la vacuna rusa, de ese remedio alternativ­o sólo alcanzó a llegar la lejana primera dosis.

Las elecciones, sin inmunidad colectiva y con la inflación de la vieja normalidad.

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